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España

Las elecciones del 26-J obligarían a un cambio radical de discurso a los partidos

Pedro Sánchez, entre Albert Rivera y Pablo Iglesias, durante su debate televisado en la pasada campaña.

“Corremos el riesgo de perder credibilidad a raudales”, afirma un alto cargo del Gobierno, “ya no podremos ir a una nueva campaña con el mismo discurso de hace cuatro o cinco meses, aunque Rajoy sigue siendo el mejor colocado”. En el PP cunde una cierta tranquilidad porque la mayoría de las encuestas siguen dando ganador al presidente, con una tendencia al alza. Sin embargo, hay miedo a que la polémica suscitada por el desvío del déficit público erosione la buena imagen que en un amplio sector de la opinión pública ha tenido la política económica aplicada desde 2012 y que se ha traducido en la creación de un millón de puestos de trabajo en dos años. El desequilibrio presupuestario puede ser uno de los principales puntos débiles de Rajoy si, finalmente, se convocan elecciones en junio con la mayoría de las comunidades autónomas en pie de guerra, aunque en el PP se recuerda que tiene la ventaja de haber sido el candidato “en que menos contradicciones ha incurrido”.

El cambio de discurso será obligatorio en las alianzas postelectorales y las denuncias de corrupción

En la dirección del PSOE se opina que buena parte de la sociedad española está desfondada ante la incapacidad demostrada por los partidos para administrar los resultados electorales y se reconoce que ni siquiera ahora sería recibido con demasiada ilusión el nacimiento de un Gobierno de izquierdas. En una nueva campaña, Pedro Sánchez se vería obligado a cambiar su discurso y eso podría restarle autoridad entre su propio electorado. El pasado 20 de diciembre, fue a las urnas prometiendo que no pactaría con el “populismo” ni tampoco con Ciudadanos, una formación a la que definió como “la misma derecha del PP” y llegó a situar en posiciones cercanas, incluso, a la extrema derecha.

En los casi tres meses y medio transcurridos desde las pasadas legislativas, Sánchez se ha reunido en varias ocasiones con Pablo Iglesias para reclamarle el apoyo a su investidura, se ha mostrado dispuesto a convivir con Podemos en un hipotético Gobierno y también ha firmado un acuerdo con Albert Rivera que ha prometido mantener vivo hasta que se despeje si comparece a una nueva investidura o va a nuevas elecciones.

Además, los socialistas tienen menos argumentos que hace meses para denunciar los casos de corrupción dentro del PP. A mediados de marzo, dimitió el líder de los socialistas gallegos, José Ramón Besteiro, imputado en media docena de presuntos delitos. Besteiro fue uno de los que respaldó a Sánchez con mayor entusiasmo frente a los ataques de los barones críticos. Las denuncias de corrupción fueron uno de los ejes principales de la campaña, hasta el punto de que llevaron a Sánchez al insulto personal. A Rajoy le llamó indecente en el principal duelo televisivo y el presidente le respondió que era “ruin, mezquino y miserable”. Desde entonces, sus relaciones se han enfriado hasta rozar la incomunicación.

Podemos ya no podrá hablar de "casta"

En el caso de Podemos, tercera fuerza política el 20-D, Pablo Iglesias ya no podrá hablar de la “casta” tan alegremente como en la anterior campaña. Ninguno de los 42 diputados, 69 junto a las confluencias, ha renunciado a los privilegios que acompañan al acta parlamentaria. Además, el conocimiento de que su partido está influyendo en la política española gracias a la financiación de varios, algo prohibido por ley, también le reduce el espacio para criticar la corrupción que denunció en otras formaciones. “Solo quiero pedirles dos cosas: la primera, que no olviden las tarjetas black, los desahucios, la Púnica, el 'Luis sé fuerte' ni los ERE de Andalucía...”, dijo en la despedida de la pasada campaña en referencia al PP y al PSOE.

Iglesias también ha perdido credibilidad para volver a vaticinar con tanta alegría como lo hizo entonces el fin del bipartidismo. El PP fue la primera fuerza política el 20-D y el PSOE la segunda. Entre los dos obtuvieron casi 13 millones de votos, más del 50%, y sumaron 213 escaños.

Después de lo visto, tampoco le valdrá utilizar la llamada ‘operación Menina’ para dar por hecho que los votos de Ciudadanos valdrán para hacer presidenta del Gobierno a Soraya Sáenz de Santamaría, uno de los fantasmas con los que intentó arañar votos el pasado 20-D.

El pacto con el PSOE puede ahuyentar al electorado conservador de Ciudadanos procedente del PP

Ciudadanos también tendrá que refrescar su discurso si hay nuevas elecciones. Albert Rivera ya no podrá decir aquello de “a Rajoy y a Sánchez, ni investidura, ni pacto, ni Gobierno, ni ministros…”. No solo ha pedido con insistencia el concurso del PP en las negociaciones para formar Gobierno sino que corre el riesgo de ir al 26-J atado a un acuerdo de legislatura con el PSOE que puede ahuyentar a parte de su electorado conservador, sobre todo el procedente del PP.

La coherencia de Ciudadanos queda también en entredicho cuando ha cerrado un pacto de Gobierno con un partido como el PSOE al que censuraba por su proximidad a los “independentistas” de Baleares y la comunidad valenciana y presentaba como una organización que carece de un proyecto común para toda España.

El broche de oro de Ciudadanos en las pasadas elecciones lo puso también Rivera cuando anunció que se quedaría en la oposición, sin pactar ni con el PP ni con el PSOE, en caso de no ganar las legislativas.

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