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El caso griego y otros ejemplos de cómo unas nuevas elecciones pueden cambiarlo todo

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.

Queda apenas un mes para sobrepasar la fecha límite que tienen los partidos para evitar nuevas elecciones y de momento la cosa parece abocada a las urnas. Ningún partido defiende abiertamente acudir a nuevos comicios, aunque ríos de tinta se han escrito sobre el beneficio para unos y otros de dejar que los ciudadanos hablen otra vez.

“Que nadie piense que ir a las urnas va a solucionar esta situación”, dijo Albert Rivera el pasado lunes, pero… ¿es cierto? ¿Unos nuevos comicios no romperían el bloqueo actual? Los ejemplos, más o menos similares al caso español, demuestran que si bien unas nuevas elecciones pueden cambiar o no cambiar el voto, estas sí pueden desbloquear una difícil situación en la que los partidos no se atreven a apoyar a otra fuerza para garantizar la gobernabilidad del país.

El caso griego

Como caso paradigmático encontramos a Grecia, que el 6 de mayo de 2012, en pleno azote de la crisis y los ajustes requeridos por la Unión Europea, afrontó unos comicios que, como los del pasado 20D, cambiaron el escenario político del país. Syriza pasaba de los 315.627 votos y 13 escaños –apenas un 4,6%- a más de un millón de votos y 52 escaños –un 16,8% de los votos-, convirtiéndose de facto en líder de la oposición y a tan solo 130.000 votos de la ganadora de los comicios, Nueva Democracia, que obtuvo gracias a la ley electoral griega 50 escaños extra, que sumó a sus 58, para intentar formar Gobierno. El ascenso de Syriza se produjo a costa de los más de dos millones de votos y 119 escaños que perdieron los socialistas helenos, que se convirtieron de la noche a la mañana en tercera fuerza.

Pasok y Dimar, dos formaciones cuyos escaños en mayo habrían bastado para formar un Gobierno junto a ND, decidieron después de los nuevos comicios apoyar a Samarás

A partir de entonces, nueve días. Mientras en España el tiempo cae como la arena por los meses, ya van 100 días sin Gobierno, en Grecia, el lunes día 7, un día después de las elecciones, se encargó al líder de ND, Antonis Samarás, la formación de un Gobierno en el plazo de tres días, unas negociaciones que acabaron el primer día, a la noche, cuando Samarás anunció que no contaba con los apoyos para formar una coalición. El testigo pasó al día siguiente a Alexis Tsipras, actual presidente heleno, que tras varias reuniones el día 9 tampoco logró un acuerdo. Tras un posterior intento del líder de los socialistas, también de apenas un par de días, el presidente Károlos Papoúlias, después de reunirse con los principales partidos –salvo Syriza- convocó nuevas elecciones para el 17 de junio de ese mismo año.

Los resultados electorales polarizaron completamente al electorado y Nueva Democracia y Syriza se dispararon más de 600.000 votos a costa de los comunistas, los liberales y las personas que no votaron en los anteriores comicios. Pese a que el Pasok sólo perdió 80.000 votos, el crecimiento de sus rivales le hizo perder 8 diputados respecto al mes anterior. Las negociaciones tras los comicios fueron otra historia. Pasok y Dimar, dos formaciones cuyos escaños en mayo habrían bastado para formar un Gobierno junto a Nueva Democracia, decidieron después de estos comicios, que les habían arrebatado pocos votos pero muchos escaños, apoyar al Gobierno de “salvación y unidad nacional” de Antonis Samarás.

El caso turco

Si el caso griego refleja cómo pese a que unos nuevos comicios que no facilitan la gobernabilidad sí pueden cambiar las posturas de los partidos, el caso turco es precisamente lo opuesto: cómo unos comicios dan la mayoría necesaria a un partido frente a una situación previa de ‘desgobierno’.

Los nuevos comicios turcos otorgaron al partido de Erdogan la mayoría absoluta perdida en junio, aunque no consiguió los escaños suficientes para cambiar la Constitución

La noche del 7 de junio del año pasado, las urnas del país otomano rompían la mayoría de 327 diputados del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) del primer ministro Recep Tayyip Erdoğan, dejándole a la formación 258 diputados y 18,7 millones de votos – dos millones y medio menos que en 2011-. El resto de formaciones en la cámara, el CHP – socialdemócratas-, el MHP –nacionalistas populistas y tachados por la izquierda de fascistas– y el HDP – formación que ha sido comparada en multitud de ocasiones a Syriza y Podemos- no lograron llegar a un acuerdo ni entre ellas, ni con el AKP, propiciando de esta forma unos nuevos comicios.

Estas elecciones, que tuvieron lugar el 1 de noviembre, volvieron a otorgar al partido de Erdogan la mayoría absoluta en la cámara –recibió 23,6 millones de votos, cinco más que en junio-, aunque no los escaños necesarios para cambiar la Constitución. El resto de formaciones permaneció en el Parlamento, aunque el HDP y el MHP vieron mermado su apoyo, mientras que los socialdemócratas recibieron un tímido aumento de cerca de 700.000 votos.

El caso holandés

Otro caso de elecciones celebradas a menos de un año de las anteriores y cuyo escenario se alteró completamente es el de Holanda en 2002, que pese a que entonces sí hubo Gobierno, no como en los otros casos, la inestabilidad del mismo provocó que en unos meses cayera y fuera necesario llamar a los ciudadanos a las urnas.

El Ejecutivo holandés con la lista de Pim Fortuym duró apenas 87 días, tras los que se convocaron unos comicios que propiciaron la salida de los ultraderechistas del Gobierno del país

Este caso estuvo marcado por el asesinato a pocos días de las elecciones de mayo del líder ultraderechista Pim Fortuyn, a quien los comicios le daban cerca de un apoyo del 15%. Una vez celebrados los comicios, que el Gobierno optó por no suspender, esta formación superó los pronósticos y se convirtió en segunda fuerza con el 17% de los apoyos –más de 1,6 millones de votos- y 26 escaños. Los democristianos de Jan Peter Balkenende fueron los vencedores de los comicios con 43 asientos en la cámara y algo más de 2,6 millones de votos.

Con los resultados sobre la mesa, la cosa no estaba tan clara como cabría esperar, los liberales de Hans Dijkstal no querían entrar en un Gobierno con los ultraderechistas, querían quedarse en la oposición y que los democristianos se apoyaran en la lista de Fortuym, algo que Balkenende rápidamente intentó remediar. Finalmente, tras algo menos de dos meses de negociaciones, los democristianos, los liberales y la lista de Pim Fortuyn llegaron a un acuerdo para formar Gobierno. Este Ejecutivo, que duró tan solo 87 días, se disolvió ante la rivalidad existente entre los ministros de la lista Pim Fortuym.

Las posteriores elecciones llevaron al partido que diera la sorpresa en mayo a caer en más de un millón de votos y a perder 18 escaños. Los socialdemócratas, cuarta fuerza en mayo, aumentaron sus apoyos en 1,2 millones de votos y 19 escaños, convirtiéndose en la segunda fuerza -42 escaños- por detrás de los democristianos, que aumentaron levemente su presencia en la cámara. Tras estos comicios Balkenende continuó al frente del Ejecutivo, pero ya sin los ultraderechistas de Pim Fortuym, e integrando en el Gobierno de democristianos y liberales a los socioliberales del D66.

Formar un Gobierno

Frente a la convocatoria de nuevas elecciones, existen otros casos en donde los partidos logran llegar a un acuerdo. El caso más famoso es el de Bélgica, que tras 541 días sin Gobierno, hasta que un pacto entre seis formaciones dio el Gobierno al socialista Elio di Rupo. Otro ejemplo es el de Camboya, que sólo 343 días después de las elecciones de julio de 2003 logró armar un Ejecutivo.

Pero esta inestabilidad tiene otras caras, como la de Italia, un país acostumbrado a Gobiernos débiles que caen y son formados en pocos meses, y es que en los últimos 70 años lleva más de 62 Gobiernos. Aunque para consuelo de los italianos, su último Ejecutivo, liderado por Mateo Renzi, lleva ya más de dos años en el poder.

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