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España

El ejemplo de Beatriz de Holanda, sin ocultaciones, silencios ni cinismos

“La responsabilidad sobre nuestro país debe recaer en las manos de nuevas generaciones”, sentenció a finales de enero la reina de Holanda para anunciar que cedía el testigo al príncipe Guillermo. Más naturalidad no se le puede pedir en un país que también tuvo sus agujeros negros: Beatriz se casó con un aristócrata alemán que colaboró con las juventudes hitlerianas mientras el padre de Máxima, la futura reina, fue alto cargo en la dictadura argentina de Videla. A finales de abril, la monarquía holandesa afrontará el relevo envuelta en el cariño de la mayoría de los ciudadanos.

No es el espejo de la Casa Real española, que hace ya tiempo, mucho antes de la accidentada cacería de elefantes en Botsuana, empezó a cotizar a la baja en el estado de ánimo de la población, a fin de cuentas el termómetro más fiel que retrata la crisis de la institución. Si los apuros perduran, como es previsible, y su imagen sigue deteriorándose, el debate terminará instalado entre Monarquía y República y no entre padre e hijo como algunos optimistas intuyen ahora.

Para quienes comparten esta premisa, resulta cuando menos fraudulento el juicio que vincula la responsabilidad o el sentido de Estado al silencio, la ocultación o el cinismo. En los tiempos que corren, cuantos menos pelos en la lengua tenga la clase política para plantear lo que los ciudadanos corrientes comentan en la barra del bar, más contribuirá a apuntalar los pilares de la monarquía. Siempre que ese sea el objetivo, claro.

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