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España

Feijóo y Alonso huyen de los ministros en su campaña electoral para vender regeneración

Alberto Núñez Feijóo.

Los equipos electorales de Alberto Núñez Feijóo y Alfonso Alonso afrontan la semana decisiva de su campaña sin una masiva movilización de miembros del Gobierno. Llegan con cuentagotas. Ambos candidatos han protagonizado hasta ahora un rosario de comparecencias con el respaldo de gente del partido, de lo que algunos llaman el ‘nuevo PP’. Pablo Casado, Cristina Cifuentes, Andrea Levy, Javier Maroto. Y, por supuesto, Mariano Rajoy, que se está volcando principalmente en Galicia, donde necesita que su candidato renueve la mayoría absoluta.

Algún ministro aterrizará esta semana por las tierras gallegas y vascas. Apenas lo han hecho hasta ahora. Unos, por falta de tiempo y otros, porque no se les ha reclamado. Tanto Feijóo como Alonso suelen referirse en sus discursos a la necesidad de formar un gobierno estable frente al colapso infausto de Madrid. Cargan, eso sí, las culpas del espectáculo nacional, de las investiduras imposibles, del riesgo de nuevas elecciones, sobre las espaldas de Pedro Sánchez. Pero prefieren desarrollar el argumento de que Galicia y el País Vasco son otra cosa. En sus intervenciones, esgrimen otro libreto, aunque en las ruedas de prensa resulte imposible evadirse de esas cuestiones incómodas.

La corrupción, el navajeo institucional, el laberinto sin salida son mensajes que producen en el electorado periférico una sensación radical de rechazo. El “señor Sánchez” es el gran responsable, insisten los candidatos populares una y otra vez, pero son conscientes de que el Gobierno tampoco sale demasiado limpio de esa trifulca sin fin.

Una gestión brillante

Feijóo exhibe con orgullo dos legislaturas de gestión impecable. Recita cifras y números que superan siempre la media nacional. Un rosario de aciertos, algunos errores y, sobre todo, unos rivales no demasiado fuertes. Alonso pretende resucitar sus siglas en una comunidad donde tiene muy pocas posibilidades de lograrlo. Su intervención en el debate televisivo de la semana pasada resultó nefasta. Su silencio frente a la pregunta de la hermana de Zabala, candidata de Podemos, sobre las víctimas, fue un momento que querría borrar. Le faltaron los reflejos. Quedó petrificado. Intentó enmendarlo al día siguiente, con un tuit.  

La campaña gallega se desarrolla prácticamente en clave regional. El aspirante del PSOE tuvo que sustituir al candidato de Sánchez, de baja por corrupción. En mitad de la campaña, tanto Feijóo como Leiceaga han tenido que lidiar con la lluvia infausta de los casos Barberá y Griñán. Empate técnico. Sólo Podemos se aferra a la prédica de la corrupción. Así las cosas, el presidente de la Xunta ha optado por alejarse todo lo posible de los líos de Madrid, de los de su Gobierno y hasta de los de su partido. Alonso disimula un poco más. Al cabo, estuvo en el Ejecutivo nacional hasta hace unas semanas. Poner tierra de por medio. Hay que hablar de Galicia y del País Vasco. De la estabilidad económica y de la unidad nacional. Vender ilusión, un producto que, en los ambientes políticos de la capital del Reino, escasea.

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