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El Liberal - Política

Josep Piqué: "Ante cualquier atisbo de desobediencia de la sentencia del 1-O, el Estado debe intervenir inmediatamente"

Josep Piqué en conversación con El Liberal.

Presentar a Josep Piqué es, seguramente, innecesario. Pero merece la pena hacer un breve repaso por su biografía, que es larga. Quizás lo más conocido sea su etapa como ministro, en tres ocasiones, del Gobierno de José María Aznar. Fue titular de Exteriores, Ciencia y Tecnología y Energía e Industria. Ocupó la presidencia del PP de Cataluña y, además, tiene una amplia experiencia empresarial y ha publicado varios libros. El último, El mundo que nos viene (Deusto).

Pero Piqué tiene otras facetas menos conocidas por el público. Como su liderazgo estudiantil a finales del franquismo. Yo mismo lo recuerdo dirigiendo asambleas en la facultad de Económicas de Barcelona. Además, con 30 años, fue, como independiente, director general de Industria del Govern de Jordi Pujol. En aquella época en la que Pujol llegó a ser nombrado español del año.

Por el ADN de El Liberal y por la situación política en general, me gustaría empezar hablando de Cataluña.  ¿Cómo ve usted la situación?

Voy contestar con una obviedad. La veo compleja y todavía muy preocupante. Más allá de las consideraciones políticas coyunturales, lo más preocupante es el resultado social de todo el proceso. Tenemos una sociedad catalana profundamente dividida, profundamente desgarrada, lo que ha acabado afectando a las relaciones familiares, a las relaciones de amistad. Para mí, este coste es el más insufrible de todos.

Hay muchas zonas de Cataluña en las que es imposible encontrar una bandera española. Y esto ha sucedido con la complicidad de los gobiernos españoles. Incluidos aquellos de los que yo formé parte.

No es en absoluto deseable que se propugne la desobediencia, que se desprestigien las instituciones, que se salten las normas y las reglas del juego. Se han hecho muchos disparates en los últimos tiempos pero, probablemente, el resultado más lamentable es esa división. Y costará mucho suturarla. Costará mucho recuperar la cohesión de la sociedad catalana. Creo que todos tenemos que trabajar por ello.

¿Qué hay que hacer?

No hay que pedirle demasiadas cosas a España. España es una realidad espléndida desde todos los puntos de vista y con todos los problemas que tenemos, que son muchos. Pero somos una de las democracias más ricas, estables y profundas que existen en todo el planeta. Sin embargo, poco puede hacer España. Lo tenemos que hacer los propios catalanes. Superar esa división, recuperar entre todos el sentido común, el sentido de la responsabilidad y procurar no volver a caer en situaciones que solo nos llevan a callejones sin salida.

Los catalanes no independentistas le dirán que esta lucha es desigual. Durante 40 años, y con la permisividad de todos los gobiernos de España, más interesados en la lucha entre partidos a nivel estatal, se ha producido algo que ya advirtió Josep Tarradellas en 1980: los peligros del nacionalismo y su hegemonía política. El Programa 2000 demuestra que los partidos independentistas se pueden enfrentar por motivos tácticos, pero todos mantienen las bases de lo que les da la penetración en la sociedad. En cambio, esto no es posible por parte del Estado. Es muy difícil luchar contra el independentismo sin medios. ¿Es posible un acuerdo entre los grandes partidos para, por lo menos, dar una respuesta a medio y largo plazo a la hegemonía nacionalista en Cataluña?

 

En cualquier caso, es deseable ese acuerdo. Yo no sé si va a ser posible o no pero le doy toda la razón. Esta ha sido una lucha desigual y más de la mitad de los catalanes se han sentido, y se siguen sintiendo seguramente, como mínimo, poco arropados, poco protegidos, poco tenidos en cuenta. Incluso, muchas veces desde el resto de España y desde los poderes públicos españoles se cae en errores terminológicos que reflejan la pérdida de una batalla ideológica. Se habla de Cataluña o se habla de los catalanes como si fuera algo unívoco, homogéneo. Y no es así en absoluto. Por lo tanto, estos catalanes, que son mayoritarios los que quieren seguir formando parte de ese proyecto que llamamos España, se sienten preteridos. Y es verdad que eso no viene de ahora. Han sido muchos años de estrategia.

Estrategia de lluvia fina.

Efectivamente, de lluvia fina. Esa estrategia ha tenido varias piezas. Una fundamental es la educación, destinada a convencer a los estudiantes de que Cataluña era una realidad distinta, diferenciada. El mensaje subliminal es “como somos diferentes, tenemos derecho a ser independientes”. Ha habido también muchos años de utilización de los medios de comunicación. Por supuesto, de los públicos. Pero también de muchos de titularidad privada, generosamente subvencionados.

El editorial único es un caso, valga la redundancia, casi único.

Único en el planeta democrático (risas). Pero también ha habido una estrategia consciente de progresivo oscurecimiento de los símbolos e imágenes que te permiten identificarte con una nación, con un Estado. Hay muchas zonas de Cataluña en las que es prácticamente imposible encontrar una bandera española o algo que te recuerde a España. Y esto ha sucedido muchas veces con la complicidad de los gobiernos españoles, incluidos aquellos de los que yo formé parte.

En ese reseteo, nadie le va a decir a los independentistas que no sigan manteniendo sus ideales. Estamos en un Estado democrático, en el que la libertad de pensamiento y de expresión forman parte consustancial del mismo.

Por otro lado, en esta lluvia fina, hay una estrategia muy pujolista, que es la de la queja permanente, la del agravio permanente. Yo recuerdo con estupefacción un día que, después de un largo proceso de discusión, se aprobó un nuevo método de financiación autonómica. Uno de tantos. Era algo largamente reclamado por el Govern de la Generalitat. Y, cuando se firmó, el propio presidente Pujol, dijo aquello de “al final, hemos conseguido una negociación justa, este es un acuerdo muy bueno, estamos muy satisfechos…”.  Sin solución de continuidad, a la mañana siguiente, el discurso fue “tenemos una financiación injusta, somos maltratados”. Era la antesala de esa enorme falsedad de después que era lo de “España nos roba”. O lo de “España nos maltrata, no nos comprende”.

Pujol me llegó a hablar un día de malestar conceptual, que era una cosa muy difícil de interpretar. Aunque yo creo que sí que interpreté bien lo que quería decir. Pero era esa lluvia fina, constante, para transmitir la idea de que “estaríamos mucho mejor fuera que dentro”. Y eso no es de ahora. Efectivamente, viene ya del año 80.

En breve conoceremos la sentencia sobre el referéndum del 1O. No vamos a especular porque ignoramos su contenido, aunque sí parece que se condenará a las personas juzgadas. Pero, como sucede en la Bolsa, ya se ha adelantado un debate que vendrá inmediatamente después de conocer la sentencia. Y es: ¿caben medidas de gracia si hay condenas? Se ha hablado de amnistía, de reforma del Código Penal y, sobre todo, de indulto, parcial o total. ¿Piensa que cabe alguna medida de gracia? Y, si es así, ¿en qué condiciones? Mucha gente cree que el indulto es algo libre pero la realidad es que está reglado. ¿Qué opinión tiene sobre este tema?

Primero hay que afirmar lo elemental. Las sentencias se acatan. Se pueden compartir o no, pero se acatan. Y sobre eso no puede haber la menor discusión. Por lo tanto, ante cualquier atisbo de desobediencia de una sentencia, cualquier Estado democrático debe intervenir inmediatamente y poner las cosas en su sitio. A partir de ahí, creo que la sentencia debería servir, aunque tengo poca esperanza de que eso suceda, para, de alguna manera, resetear la situación. Es una forma de decirle a la sociedad catalana que la vía unilateral, la de la desobediencia, la del golpe de Estado que, en términos políticos, es lo que sucedió, es una vía que no tiene ninguna viabilidad. Al final, estamos en un Estado de derecho, afortunadamente, y, cuando no se cumplen las normas y se vulneran la Constitución, el Estatuto de Autonomía y la ley, eso, inevitablemente, tiene que tener consecuencias. Y si alguien quiere repetir la experiencia, que sepa que esas consecuencias van a volver a producirse.

En ese reseteo, nadie le va a decir a los independentistas que no sigan manteniendo sus ideales. Estamos en un Estado democrático, en el que la libertad de pensamiento y de expresión forman parte consustancial del mismo. A nadie se le persigue por sus ideas. Se les persigue por sus actos delictivos. Estas cosas, que son elementales, que cualquier estudiante de 1º de Derecho conoce, hay sectores de la sociedad catalana que parece que todavía las ponen en duda.

Para el indulto, tiene que producirse un auténtico arrepentimiento, una aceptación del principio de realidad y de que ya basta de engañar a los catalanes. Lo que hay que hacer es decirles la verdad.

En este contexto, yo no me plantearía jamás una ley de amnistía. Entre otras cosas porque la Constitución lo impide. Y, desde luego, no veo ninguna condición para plantearse medidas de gracia que, además, tienen sus procedimientos, entre los cuales está la aceptación de culpabilidad. Lo del “ho tornarem a fer”, pues, efectivamente, impide la aplicación del indulto porque el arrepentimiento es una de las causas fundamentales para que eso se pudiera llegar a producir.

No veo que existan las circunstancias para estas medidas. Primero tiene que producirse un auténtico arrepentimiento, un cambio en las actitudes, una aceptación del principio de realidad, una clara aceptación de que ya basta de engañar  a los catalanes. Lo que hay que hacer es decirles la verdad. Es decir, que la independencia no descansa en un derecho de autodeterminación que no existe en la legislación internacional. Basta de decir que la independencia no va a tener costes. Basta de decir que Cataluña seguirá en la UE. Basta de decir cosas que, a todas luces, son falsas. Mientras no haya un cambio en ese tipo de actitudes, creo que ningún gobierno español se puede plantear seriamente medidas de gracia.

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