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El Liberal - Opinión

Que la realidad se imponga al conflicto

Mesa de negociación entre el Gobierno central y el catalán

Joan Fabra: estudiante de economía y derecho en la Universitat Pompeu Fabra. Fue candidato a la alcaldía de mi pueblo, Molins de Rei, pero no salió bien. Me dedico principalmente a leer, de vez en cuando a escribir y siempre que puedo a mejorar las vidas de mis compatriotas. Colaboro habitualmente como tertuliano en Ràdio Molins de Rei.

A los que nos gusta pasear por el monte sabemos que hay veces en que los caminos acaban abruptamente en un mar de zarzas, y solo alguien imprudente se empeñaría en seguir por ellos en vez de dar la vuelta y replantear la excursión. En muchas ocasiones de la vida resulta necesario tragarse el orgullo y rendirse ante la realidad, aunque no sea de nuestro agrado, y eso no implica ni ser un cobarde ni ser una persona débil de espíritu.

Es muy humano obstinarse con las causas perdidas. Todas las personas necesitamos darles un sentido a nuestras vidas y es muy fácil encontrar uno en la incansable lucha contra la fatalidad o, dicho de otro modo, en la lucha contra una realidad que es tan indeseable como inevitable.

Cuando observo el panorama político catalán no puedo evitar hacer todas estas reflexiones. Un halo de romanticismo invade la mayoría de los discursos. Las narrativas que mejor calan entre los catalanes son las de las heroicidades trágicas, y los partidos que mejores resultados obtienen basan sus proyectos en la negación de las realidades más elementales.

Los independentistas tampoco asumen que la unilateralidad lleva al aislamiento, tanto político como económico

Los partidos independentistas se niegan a asumir que más de la mitad de los catalanes no tienen ningún deseo de separarse de España, o que hasta un 70% de los catalanes se sienten también españoles. Los independentistas tampoco asumen que la unilateralidad lleva al aislamiento, tanto político como económico, y que si hoy Cataluña tiene menos influencia y peso en España y Europa que hace diez años ha sido en gran parte por culpa suya.

De Ciudadanos, el Partido Popular y Vox se puede decir lo mismo, aunque en distinto sentido. Más del 60% de los catalanes desean más autonomía y en Cataluña hay más de dos millones de independentistas que no van a desaparecer (más bien al contrario) si lo único que se les ofrece es recortar competencias a la Generalitat o ilegalizar partidos.

Estas dos trincheras, prácticamente inamovibles, llevan años enzarzadas en un conflicto político estéril al que difícilmente se le va a poner fin mientras gran parte de la sociedad catalana siga empeñada en la tragedia. El problema es que tanto un bando como el otro no buscan un feliz desenlace para todos, sino imponer su lógica a la otra mitad de la población. Y como vivimos en una democracia con contrapesos ninguna de las dos trincheras tiene (afortunadamente) la fuerza suficiente como para imponerse sobre la otra.

Los partidos independentistas se niegan a asumir que más de la mitad de los catalanes no tienen ningún deseo de separarse de España, o que hasta un 70% de los catalanes se sienten también españoles

Esta dinámica, si nada cambia, se perpetuará hasta que un elemento externo decante la balanza de poder lo suficiente hacia cualquiera de los dos bandos. Este elemento externo podría ser una crisis económica sin precedentes, la construcción de una federación europea, una guerra… En fin, cualquier cosa difícil de imaginar o prever pero que, por una cuestión estadística si el tiempo tiende a infinito, terminará sucediendo.

De esta dinámica conflictual ahora mismo en Cataluña solo se escapan dos grandes partidos: el PSC y Catalunya en Comú. Ambos partidos entienden que este embrollo solo puede acabar bien para todos si salimos de él a través de una verdadera negociación. Una verdadera negociación implica que ambas partes rebajen sus expectativas, claudiquen ante la realidad y construyan un consenso cómodo y razonable para una auténtica mayoría social que vaya mucho más allá del 50%+1 de la población.

Tanto el PSC como los Comunes son partidos de izquierda y aunque se pronostica que ganarán peso en las próximas elecciones autonómicas, su suma dista mucho de la que se necesitaría para abrir una nueva etapa de consensos en Cataluña y dejar atrás al fin todos los conflictos que nos ha regalado el procés. Resulta un tanto paradójico que ante este escenario no haya ningún partido de centro derecha que apueste por el diálogo y la superación del conflicto, que sin duda es la salida que da más estabilidad.

Una verdadera negociación implica que ambas partes rebajen sus expectativas, claudiquen ante la realidad y construyan un consenso cómodo y razonable para una auténtica mayoría social

Si las elecciones fuesen mañana, un votante de derechas que no estuviese dispuesto a apostar por el conflicto (en un sentido u otro) ni a votar a socialistas o comunistas tendría que quedarse en casa. El votante tradicional de lo que un día fue Convergència i Unió, que formaría parte de ese espacio, o se ha radicalizado al ritmo de su antiguo partido o se ve forzado a la abstención.

Este año habrá elecciones en Cataluña y los catalanes tendremos una nueva oportunidad para poner fin a la esterilidad y parálisis que han caracterizado nuestra política los últimos años. Vista la situación, un escenario de cambio y vuelta a la normalidad en Cataluña solo será posible si el catalanismo moderado de centro derecha es capaz de ofrecer una alternativa viable que permita sumar diputados al bloque de la negociación y conseguir que este se imponga a los dos bloques que aspiran al conflicto.

Aunque las encuestas no indiquen que la sociedad catalana esté dispuesta a entregar una mayoría a las fuerzas moderadas, tanto de izquierdas como derechas, sí que hay espacio para impedir que los independentistas y los que pretenden matar moscas a cañonazos obtengan una mayoría, forzándolos pues a sentarse en una mesa a hablar tras tantos años de inflamados discursos.

Sí que hay espacio para impedir que los independentistas y los que pretenden matar moscas a cañonazos obtengan una mayoría, forzándolos pues a sentarse en una mesa a hablar tras tantos años de inflamados discursos

Dentro de este espacio que cabe reconstruir para que Cataluña salga del lodo en el que se encuentra hundida hay ahora mismo cinco micro partidos cuya relevancia en el mejor de los casos es anecdótica y en el peor inexistente. Estos cinco grupos son la Lliga Democràtica, Lliures, Units per avançar, El País de Demà y Convergents.

Tanto la Lliga Democràtica como Lliures celebrarán su congreso de unificación el próximo 27 de marzo, en lo que pretende ser el primer paso para construir una unidad más amplia que es absolutamente necesaria para que este espacio político pueda optar a la representación. Units per Avançar y El País de Demà, no ajenos a estos movimientos, están teniendo sus propias conversaciones para construir una candidatura.

Por qué la unidad aún no se ha producido, o no avanza a un ritmo más acelerado teniendo en cuenta que la convocatoria electoral puede ser inminente, es algo que se escapa de mi entendimiento y que solo es atribuible a no solo la gran fragmentación que hay ahora mismo en este espacio, sino al personalismo y egoísmo de algunas de sus cabezas pensantes.

Antes de presentar al pueblo catalán una alternativa que apueste por el diálogo, el consenso, el acuerdo y la moderación cabría ser consecuentes y aplicarse el cuento a sí mismos

Antes de presentar al pueblo catalán una alternativa que apueste por el diálogo, el consenso, el acuerdo y la moderación cabría ser consecuentes y aplicarse el cuento a sí mismos. Especialmente cuando las asperezas a limar entre todos estos espacios son simples detalles que no pasan de matices y hay tantísimo en juego. Afrontar los comicios que vienen bajo paraguas distintos sería, dicho llanamente, un suicidio político para todos los implicados.

Aún hay margen para construir una candidatura catalanista, unitaria, de centro derecha y moderada con posibilidades de desequilibrar la balanza del estancamiento en Cataluña, pero cada día que pasa sin que esta candidatura exista es un día menos, de los pocos que ya tendrá, para darse a conocer y convencer votantes.
A todas aquellas personas que deseamos un nuevo rumbo para Cataluña solo nos cabe esperar que quien debe tomarlas tome las decisiones correctas y contribuir, en la medida en que nos sea posible, a que la construcción de esta alternativa política salga adelante.

Por mi parte solo puedo añadir que trataré de mantenerlos informados y que aún conservo la esperanza de que la realidad se imponga al conflicto.

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