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El Liberal - Opinión

La mesa de diálogo y las estrategias a largo plazo

La mesa de diálogo en La Moncloa

La mesa de diálogo entre el Gobierno español y una representación del Govern de la Generalitat mezclada con políticos de los partidos que gobiernan Cataluña tiene defensores, básicamente socialistas, ‘podemitas’ y ERC. Los que hacen doble juego, es decir asisten, pero se desmarcan, Torra y JXCAT. Y los detractores, PP, Ciudadanos, VOX por un lado y CUP, ANC y el independentismo más radical por otro. Hay otro grupo de críticos que aparecen menos en los medios, me refiero al constitucionalismo catalán en sentido amplio, que, al margen de la militancia política de sus componentes, se queja, sobre todo, del monopolio de la catalanidad que, como siempre, se otorga al nacionalismo-independentismo. De ser una mesa del Gobierno español con media Cataluña, sin que las reivindicaciones de la otra mitad estén presentes.

Los argumentos oficiales del Gobierno español para defender la constitución de la mesa se basan en reivindicar el diálogo, en terminar con una etapa de gobiernos del PP en que se ha acusado al gobierno de no querer dialogar, de judicializar la política. A nadie se le escapa que es una concesión a ERC por su apoyo a la investidura, con la vista puesta en un posible tripartito en la plaza Sant Jaume. La pregunta es, más allá de los objetivos tácticos, si la mesa se inscribe en una estrategia a medio o largo plazo o agota sus objetivos en el tacticismo a corto. Contestaré a esta pregunta más adelante.

La mesa ha tenido, a corto plazo, un efecto que parece positivo desde la perspectiva de los no independentistas: acentuar la división del independentismo. Salvo ERC que la defiende, y siempre argumentando que es una decisión táctica de la que no esperan demasiado, el mundo independentista más radical se ha opuesto a la misma por considerar que implica admitir el fracaso del procés. Es evidente que la independencia no está a tocar, como han repetido reiteradamente los independentistas los últimos años. Este fracaso del independentismo, fruto de su debilidad relativa, es lo que ha movido a Torra a entrar de mala gana en el juego del diálogo.

A nadie se le escapa que es una concesión a ERC por su apoyo a la investidura, con la vista puesta en un posible tripartito en la plaza Sant Jaume

La mesa sirve a la estrategia a corto plazo de ERC porque le hace aparecer como el independentismo sensato, capaz de dialogar, de transformar una derrota en victorias parciales. Es su apuesta para conseguir alcanzar la presidencia de la Generalitat, ya sea liderando el bloque independentista, ya sea encabezando un tripartito con socialistas y comunes. A largo plazo es coherente con su estrategia de ampliar su base social, y reforzar la hegemonía ideológica del nacionalismo en Cataluña. Si hay negociación política es porque hay razones para ser independentista, porque existe un conflicto político. Hemos perdido, de momento, pero tenemos razón es el argumento de un Junqueras que se define como seguidor de Gramsci y que ve en la mesa una forma de legitimación de sus fines y, aún de sus medios. Frente a esta estrategia, Puigdemont y los suyos combinan su presencia a regañadientes en la mesa, conscientes de que la movilización permanente agoniza y que la independencia es inalcanzable, con acusaciones indisimuladas de ‘traidores’ a sus rivales de ERC. La pitada a Junqueras en Perpiñán es ilustrativa. Su deseo es el fracaso explícito de la mesa, en ello se juegan su futuro como primera fuerza política, acosados no sólo por ERC sino también por el catalanismo-independentismo moderado y por los más radicales de Primarias o Demócratas que también anuncian su presencia en las próximas elecciones. 

Vemos pues que la mesa tiene un sentido estratégico para el independentismo más inteligente. ¿Lo tiene para socialistas y podemitas? Ya hemos visto su función a corto plazo, consolidar la mayoría parlamentaria que sostiene al gobierno y abrir la puerta a un tripartito en Cataluña. A medio y largo plazo la izquierda española quiere hacer permanente su alianza con el nacionalismo periférico que le facilita la mayoría en el Parlamento español. Para ello esta dispuesta a cuantas concesiones sean necesarias, salvaguardando la unidad formal de España. El revestimiento ideológico es la España plural, la España nación de naciones. Cuasi independencia de facto para País Vasco y Cataluña, pero evitando la independencia formal para que participen en las generales y seguir gobernando en Madrid y para evitar los efectos políticos incontrolables de una separación en toda regla.  De hecho, el País Vasco ya esta prácticamente en esta situación y sin resistencia interna apreciable al haber tenido la inteligencia de pacificar la cuestión lingüística en la escuela, amén de una composición social más homogénea que la catalana. Y en este objetivo coinciden con buena parte de lo que podríamos llamar independentismo táctico. Para las clases dirigentes catalanas, la independencia no es más que una maniobra de distracción para desviar la atención sobre el objetivo final que no es otro que el control de los impuestos y del poder judicial, elementos claves para blindar su poder. Y si en algún momento de la historia futura se dan las condiciones para que la independencia caiga como fruta madura, bienvenida, en caso contrario no pasa nada, el poder esta garantizado.

En Cataluña esta estrategia sólo tiene un obstáculo: la cuestión identitaria. La resistencia de un sector importante de la sociedad catalana a perder su identidad plural, objetivo perseguido con ahínco por el nacionalismo catalán y a la que dedica buena parte de sus esfuerzos, en la escuela, en los medios, en su actuación cotidiana. Y aunque esta resistencia esta cada día más debilitada y desanimada por la inacción del estado desde 1980 y por la incapacidad de articular propuestas políticas ganadoras en Cataluña, el desistimiento de Ciudadanos tras su triunfo el 21 D es muy ilustrativo, la ofensiva permanente del nacionalismo catalán, su hispanofobia, su supremacismo, su inflexibilidad para resolver el problema lingüístico como han hecho los vascos hace que la resistencia permanezca viva y sea el único impedimento para que el proyecto de la izquierda española y el nacionalismo catalán acabe triunfando sin oposición interna relevante en Cataluña. ¿Será el PSC capaz si llega al gobierno de cambiar las políticas identitarias imperantes? No lo hizo cuando detentaron la presidencia Maragall y Montilla. ¿Querrá ERC romper con el núcleo duro del nacionalismo identitario catalán o preferirá seguir con la ingeniería social? ¿Asumirá esta tarea el naciente catalanismo moderado? Preguntas que no puedo responder.

Su deseo es el fracaso explícito de la mesa, en ello se juegan su futuro como primera fuerza política, acosados no sólo por ERC sino también por el catalanismo-independentismo moderado

El éxito de esta estrategia no esta exento de obstáculos. La crisis económica, los excesos del populismo de izquierdas y del nacionalismo catalán, la lucha interna entre los independentistas, el resurgir del nacionalismo español, la implosión de Europa. Pero a día de hoy es la estrategia que anida en la cabeza de los impulsores de la mesa de diálogo y conviene tenerlo presente y estar atentos a como evoluciona.

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