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El Liberal - Opinión

Que nos dejen leer en paz

Una imagen de archivo de Sant Jordi, en Barcelona.

El gremio de libreros de Cataluña ha tenido una iniciativa particularmente bizarra para el día de San Jorge, patrón del Principado, y también día del libro y de la rosa. Proponen una "acción pública" consistente en salir "a las ventanas, a las azoteas, patios o balcones de casa" y leer "en voz alta, para acabar con un aplauso y el grito del nombre de nuestra librería"; no una sino dos veces, la primera a mediodía y la segunda a las 6 de la tarde.

Leer en voz alta

Vayamos por partes. ¿Leer en voz alta, qué? ¿El libro que nos apetezca? Bien, pero, ¿y los vecinos de al lado, de arriba, de abajo, de enfrente…? ¿Estarán también todos leyendo lo que les apetezca? Vaya cacofonía. ¿O habrá que ponerse de acuerdo en leer todos el mismo texto, en coro? Y eso sin reunión de vecinos en torno a una mesa, por lo de mantener las distancias. Pongamos que uno quiera leer el libro de Sergi Sol: Oriol Junqueras. Fins que siguem lliures y a su vera otro apueste por Un pa com unes hòsties, de Josep Antoni Duran Lleida. Por ahí asoma enseguida el conflicto civil. Pueden volar macetas.

Acabar con un aplauso, dicen. Bien, hoy día la gente aplaude hasta en los funerales y se aplaude a sí misma, es como un vicio. No tiene nada de especial. Todo acaba con un aplauso.

Y gritar el nombre de nuestra librería, dicen. Sí, hay gente que compra un libro de vez en cuando y va siempre a la misma librería, pero la mayoría va a más de una. Los lectores asiduos son conscientes de las especialidades y de las preferencias que tiene cada librería. A alguien que ha comprado el último Planeta en una estación ferroviaria, un libro de historia en la Central, uno de viajes en Altaïr y una novela en francés en Jaimes, ¿cómo le piden que grite el nombre de una, ¡una!, librería?

Leer es algo privado

No. Digamos no. Basta de acciones públicas en torno a algo tan privado como la lectura. Leer es una actividad íntima, que requiere a menudo la habitación propia que vindicaba Virginia Woolf. Si uno se pone a leer en un balcón o en una terraza es para que le toque el aire, no para dar la tabarra al vecino, ni para que el vecino se la dé a él.

Hoy día la gente aplaude hasta en los funerales y se aplaude a sí misma, es como un vicio. No tiene nada de especial. Todo acaba con un aplauso

El ramalazo colectivista que tanto daño ha hecho a este país en tantos momentos históricos asoma por donde menos se le espera. Hay quien aprovecha cualquier ocasión para ponernos en fila y hacernos hacer algo que no sirve para nada más que para mostrar la uniformidad conseguida. Los lemas del tipo «todos somos…» deberían ponernos en guardia al momento.

Apoyo a las librerías

El apoyo a las librerías debe manifestarse ejerciendo de clientes en cuanto reabran, no declamando párrafos desde las aberturas de los edificios ni dando hurras al librero más próximo.

Basta de acciones públicas en torno a algo tan privado como la lectura

Este 23 de abril será imperceptible en cuanto al comercio de libros, y está por ver si en la fecha designada para sustituirlo —es decir, para intentar salvar el año—, el 23 de julio, podrá haber paradas por las calles, colas de compradores, presentaciones de libros y firmas de autores, todo lo que caracteriza ese día. Será un mal año, sin duda.

El negocio editorial deberá pensar nuevos métodos de promoción, distribución y venta, y todas las iniciativas de libreros y de lectores serán bienvenidas. Pero, por favor, no intenten hacernos salir al balcón para hacer jaleo gratuito y ruido sin sentido.

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