Quantcast

El Liberal - Opinión

El PSOE EN EL UMBRAL DECISIONISTA

El rey Felipe VI, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y los vicepresidentes del Gobierno, Carmen Calvo y Pablo Iglesias

Fran Jurado, periodista y politólogo. Director del documental Dissidents. El preu de la discrepància a la Catalunya nacionalista (2016)

La sesión de investidura había diseminado pistas que permitían intuir la dinámica probable para el futuro: en el lado ganador, se haría en adelante bien patente la tensión principal ya esbozada en el nivel del discurso: los socios y apoyos clave del PSOE responden de origen al más inequívoco y pata negra iliberalismo político, y al escuchar sus oratorias inaugurales parecía ingenuo pensar que serían capaces de refrenar su retórica por el bien del proyecto al que han sido invitados. Por ello –podía deducirse-, a los avezados socialistas, íntimamente avergonzados de esas palabras, no les iba a quedar otra que transitar el problema en sordina y oscilar entre una retórica de afirmación constitucional y otra de concesiones verbales a sus flamantes aliados. Un parcheado con un riesgo implícito: por la vía de practicar ese funambulismo, el mensaje efectivamente transmitido podía ser confuso y acabar fuera de control: ¿qué defiende verdaderamente el PSOE? Un enfoque homeopático que administra una levísima retórica antiliberal provocaría, de modo verosímil, no ya la prevalencia en la esfera pública de las afirmaciones más radicales –Podemos, ERC, Bildu-, sino su adscripción intuitiva a un PSOE remiso en las réplicas.

Recapitulando: siendo impactante, lo crucial no era que Pablo Iglesias apuntara su foco hacia la Justicia y el periodismo. Ni que la diputada de Bildu mimetizara por minutos la Carrera de San Jerónimo con el Parlament procesista al recitarnos el mantra de la superioridad de la democracia respecto a la ley. Lo perturbador era escucharlos con la memoria de las palabras previas de Ábalos, en relación con la mesa bilateral Gobierno-Generalitat y la validación de sus conclusiones por referéndum. Palabras que situaban, ya de entrada, a su partido en ese umbral dialéctico de ambigüedad aceptada que hizo a muchos arquear las cejas: El marco jurídico no es un corsé. En la política no nos pueden poner un corsé, la derecha es muy de eso, pero nosotros creemos que la política es algo dinámico. Las realidades políticas se van construyendo a partir del parlamentarismo donde hacen falta mayorías.

Sin embargo, poco después, con la vertiginosa transformación de una ministra de Justicia en Fiscal General del Estado, lo que durante la investidura parecía verosímil empezó a dejar de serlo. El riesgo para el PSOE podría ser aún más grave: pasar de la retórica homeopática de apaciguamiento a empezar a creer en lo que se dice a la vez que se inaugura una política de hechos congruente que apuntale su base de poder. Se tendría en mente el estado lamentable de la oposición para decidir llevar a cabo los ajustes pertinentes. La polarización y la hegemonía social del discurso de la izquierda –con la consiguiente dificultad de los medios liberales y conservadores para imponer un punto mayoritario sobre cualquier aspecto-, la fugacidad de todo escándalo impuesta por la renovación de la agenda mediática: todo jugaría a favor para apostar por tales ajustes con confianza verosímil. En este nuevo supuesto, Podemos no es ya un problema verdadero para la salud del Ejecutivo, sino más bien la satisfecha comparsa dialéctica de la dirección impuesta por el presidente del Gobierno. En principio, y en ausencia de otros factores imprevistos que entren en juego, la estrategia puede no tener efectos graves a corto plazo en el plano electoral para el partido mayoritario. Pero en un futuro más lejano hay una factura que se pagará de modo obligatorio: el PSOE y su dirección en el Gobierno se convertirá en validador de una cultura política iliberal entre la izquierda española actualmente operativa. La podemización del PSOE será un hecho real, sobre todo si se entiende que una senda como la inaugurada, de no abandonarse rápidamente, activa su propio engranaje. Para la generación que pasa de los cincuenta, amamantada por la cultura política de la Transición, parece política-ficción, pero en realidad no es tan extraño: sugiere el retorno, en una variante adaptada al contexto de nuestro tiempo político, de la vieja distinción de la izquierda marxista entre democracia formal y democracia material.

La psicología política puede ser el motor primordial del mecanismo de deslizamiento para la cultura de la izquierda: entre la constelación de cuadros del PSOE y el grueso de militancia y afines el tránsito desde el momento en que populismo y nacionalismo eran asumidos como no-opciones hasta la situación actual se ha operado en solo semanas. Medidas congruentes del Gobierno como la plausible subida del SMI, operada en tiempo récord, servirán para proyectar un foco selectivo que permita obviar lo que perturba. El comodín de Vox multiplica su funcionalidad: a la vez que se desprecia se necesita porque deja creer en la existencia de un foco tóxico que contamine a todo el espectro a la derecha. La torpeza reincidente de una oposición atrapada termina por liquidar todo atisbo de mala conciencia. En este terreno de juego, la derivada más perversa es, en el límite, la naturalización en muchas conciencias de izquierda de la oposición política como grupo indigno para el ejercicio del gobierno. De ahí a interiorizar el sistema como régimen, a aplaudir medidas estructurales que socaven la posibilidad de alternancia, a considerar que la moral se crea desde el Estado hay poca distancia. El constitucionalismo catalán sabe bien lo que es un régimen, compatible con un sistema democrático: la imposibilidad práctica de alternancia una vez se crea la hegemonía que copa todos los aspectos y resortes de la vida pública. La herencia más perversa del procés podría ser, de este modo, la catalanización de la política española en tal sentido, la devaluación del pluralismo en una izquierda deslizada hacia un terreno ajeno a la socialdemocracia.

¿Podría esperarse una rectificación? En pocas horas, múltiples indicios de lo contrario: silencio sobre el inquietante caso de abusos sexuales a niñas tuteladas por la administración balear, explotación intensiva del regalo del pin parental, negativa del presidente a recibir a Guaidó, encuentro furtivo de Ábalos –en principio negado, después reconocido como fortuito- con la vicepresidenta de Maduro vetada en el espacio Schengen, anuncio de la intención de rebajar la pena por el delito de sedición y argumento dado por la vicepresidenta Calvo –Europa nos ha mandado el mensaje de hacer algo-. Propaganda obvia, opacidad informativa, transmisión de una desconcertante idea de arbitrariedad en relación con la legalidad, aceptación sutil del marco interpretativo del nacionalismo. En cuestión de días, el Gobierno empieza a recordar el sketch Monty Python society por putting things on other things: en su inicio, el presidente de un engolado y surrealista club de gentlemen británico hace balance sobre los logros conseguidos: hay que congratularse porque, en el presente ejercicio, los miembros de la sociedad han puesto más cosas encima de otras cosas que nunca antes. ¿Acabarán por celebrar en el PSOE la acumulación de cosas iliberales, una encima de la otra, al ritmo que parecen haber impuesto desde que se sitúan en este peligroso umbral?    

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.