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El Liberal

La difícil salida de la encrucijada catalana

La manifestación en favor de la unidad de España de Barcelona, en imágenes

Dos manifestaciones, la de autodefensa de los no independentistas del domingo y la agonizante del sábado del secesionismo, marcan un final de ciclo. El secesionismo ha mostrado su agotamiento, la imposibilidad de alcanzar su objetivo, a pesar de su despliegue de medios y de fuerza.  El constitucionalismo ha evidenciado su capacidad de resistencia, pero también sus carencias para construir una alternativa de gobierno. Veamos el parte de guerra de ambos bandos y si hay salidas del laberinto.

La continua mengua de asistentes a las manifestaciones independentistas, la del sábado fue la de menor afluencia de las convocadas por la ANC desde 2012, es la expresión del cansancio y de la impotencia del secesionismo. Afloran divisiones internas graves, fruto de las contradicciones del Govern, el viernes los cachorros de la CUP ya pidieron la dimisión de Torra en la Plaza San Jaime, de la pugna por la hegemonía nacionalista entre ERC y JxCAT y de la deriva violenta de una parte del movimiento al que se han unido ‘revolucionarios anticapitalistas‘ que aprovechan un movimiento burgués e insolidario para socavar la democracia liberal, España y Europa. El independentismo se cuece en su propia salsa por su falta de capacidad para hacer realidad su ensoñación secesionista. La falta de reconocimiento internacional, no haber conseguido acallar a los catalanes independentistas, y carecer de capacidad para controlar el territorio por mucho que sabotee las vías de comunicación, han causado su derrota en esta batalla, aunque la guerra continua. No tiene un Palacio de Invierno que asaltar, se han de conformar con acosar comisarías de la policía, pues lo más parecido, el Palau de la Generalitat, ya esta ocupado por el secesionismo.  Todo esfuerzo inútil genera frustración y, a partir de ahí, hay un alto riesgo de que aparezca algún grupúsculo violento, aunque hoy en día los avances tecnológicos faciliten mucho la labor policial.

El constitucionalismo ha patentizado que, a pesar de la hegemonía nacionalista a todos los niveles, fruto de cuarenta años de utilización sectaria de la Generalitat ante la inactividad, cuando no complicidad, de los Gobiernos españoles, no sólo resiste en silencio, sino que es capaz de plantar cara en la calle, en la universidad, a todos los niveles sociales. Pero también que sólo consigue una precaria unidad en momentos de gravedad extrema, y que no se vislumbra a corto plazo como puede ser alternativa de gobierno en la Generalitat.

El independentismo se cuece en su propia salsa por su falta de capacidad para hacer realidad su ensoñación secesionista.

Cataluña vive una decadencia económica imparable. Una división social cada día más profunda. En estas circunstancias voces de ambos lados apelan a la necesidad de una tregua, de una ruptura de los bloques y apuntan a un Tripartito, ERC-PSC -Comunes como solución.  La experiencia histórica de los Tripartitos nos enseña que no han servido para acabar con la hegemonía nacionalista, al contrario, la han fortalecido, ampliando sus fronteras sin cambiar ni un ápice las fuentes esenciales de penetración del virus nacionalista en la sociedad: la educación, los medios de comunicación y el clientelismo sectario. ¿porqué iba a ser ahora distinto?

No es el momento de una tregua que permita al nacionalismo rehacer sus fuerzas a la espera de una nueva oportunidad desde la confortabilidad del poder. Aunque si soy partidario de un armisticio, si es para construir un consenso social en Cataluña sobre las reglas del juego. Un pacto que asegure el pluralismo, el respeto a la identidad de todos los catalanes. Un pacto que devuelva la neutralidad a las Instituciones, la sumisión al estado de derecho. 

Corremos el riesgo de matar a una criatura y, desgraciadamente, malherida. Toca apelar a la ética de la responsabilidad de todos. Pero no para una paz aparente que no cambie nada. Hay que forjar un pacto social, que no parece posible con la actual correlación de fuerzas.  Y, si como parece, los actuales partidos son incapaces, habrá que construir una nueva alianza que haga de este objetivo el eje de su propuesta de futuro y esperar que una parte suficientemente importante de nuestra sociedad se apunte a acabar con el suicidio colectivo al que estamos abocados si todo sigue igual. La esperanza es lo último que se pierde.

 

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