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El Liberal - Política

Ecos de la prensa independentista: de la pandemia al autoritarismo pasando por la vía Puigdemont

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, durante un acto político celebrado en la localidad francesa de Perpiñán.

Nada como un buen susto para aliviar las tensiones generadas por el tal vez precipitado y algo caótico desconfinamiento. Xavier Rius Sant, en El Punt-Avui, nos advierte de la revuelta social que puede venir. "La única evidencia que tenemos es que, en tres meses, millones de personas han perdido su trabajo y que muchas más lo perderán cuando muchos empresarios y autónomos no puedan volver a abrir las próximas semanas. Los ERTE pasarán a ser ERE, muchos quedarán entrampados por créditos, y muchas familias no podrán hacer frente a las facturas de alquiler o hipoteca, servicios y comida".

Un diagnóstico de los que quitan las ganas hasta de salir a paseo. Seguidamente, Rius Sant evoca las movidas de los llamados chalecos rojos en Francia, y no puede pedir más claro la importación del modelo, del que ya tuvimos un aperitivo con las protestas tras la sentencia del proceso a los procesistas, el otoño pasado.

Entonces, dice, "muchos jóvenes perdieron el miedo a la policía. Y a nadie se le escapa que, detrás de la virulencia de aquellas movilizaciones y de aquellas noches de fuego en Barcelona y otras ciudades, no había sólo el rechazo de la condena a los líderes independentistas catalanes, sino un malestar y unas ganas de revuelta de muchos jóvenes que descubrieron que, organizados y unidos, podían hacer retroceder a la policía catalana y española".

Tampoco se le escapa a nadie que aquellos disturbios no fueron protagonizados por gente carente de trabajo y de subsidios sino que su motivación era estrictamente política. Y además eran instigados por autoridades autonómicas y locales, y bendecidos por los medios afines, es decir casi todos; con escaso manejo, unas y otros, del arte del disimulo. Lo que pueda venir a consecuencia de eventuales desastres económicos, y a pesar de que nadie espera que el ingrediente independentista desaparezca, será lo que sea pero será otra cosa.

El espíritu de 1945

Joschka Fischer, uno de los líderes del mayo del 68 y luego ministro de Exteriores de Alemania, firma un artículo en el diario Ara, en que se manifiesta el temor a que resurja el "viejo mito de la soberanía nacional". Recuerda que, después de las guerra mundiales, se vio clara "la necesidad de una reforma radical del sistema internacional" y que "los estados nacionales debían poner límites a su egoísmo y mantener la paz y la cooperación dentro de un marco de instituciones globales", como la ONU.

Lamenta que ésta no hubiera recibido un traspaso real de poder, por lo que "el sistema internacional se basó en un equilibrio implícito entre el nacionalismo y el transnacionalismo".

La pandemia, "que en última instancia exige coordinación internacional, nos está mostrando que en algún momento los intereses nacionales deberán pasar a segundo plano".

En estos momentos podríamos estar ante una nueva fase de concentración de poder, dado que "el estado nación tradicional (…) será incapaz de gestionar un mundo interconectado con más de ocho mil millones de personas» y que «el principio de nacionalismo sólo agravará las futuras crisis sistémicas".

Es el problema de quién le pone el cascabel al gato. ¿Quién y cómo consigue los instrumentos de coerción necesarios para desmantelar los viejos estados nación —aunque no tan viejos, pues se remontan sólo al siglo XVII— en beneficio del gobierno mundial cuyas bondades para la humanidad entera están aún por demostrar?

¿Esto es un chiste?

Juanjo Sáez, el dibujante del Ara, presenta una ciudad humeante a causa de chimeneas industriales y tubos de escape automovilísticos, bajo el título El virus somos nosotros. Por lo que sabemos y hasta donde sabemos, el virus no somos nosotros, nosotros somos víctimas de un virus, y la contaminación puede ser muy molesta, pero no genera virus mortales.

Pero hay mucha gente que vive instalada confortablemente en la culpabilización del prójimo. Ante cualquier problema, la culpa es de todos, y todos somos culpables porque no hemos escogido el modelo de vida del inspirado culpabilizador.

El autoritarismo, el gran problema

En la misma línea está Judit Carrera, entrevistada en el Punt-Avui: "Hemos de activar nuevas maneras de pensar y vivir".

La pandemia no ha sucedido por casualidad ni por sorpresa: "Es un punto de inflexión y una confluencia de varias crisis que hacía años que se gestaban. Y se trata probablemente del ensayo general de una nueva etapa en la que se reproducirán crisis más o menos graves vinculadas a la emergencia climática y a los desequilibrios provocados por nuestra manera de habitar el planeta". Los astrólogos también descubren confluencias astrales inmediatamente después de una catástrofe, nunca antes.

A la pregunta sobre una posible deriva autoritaria en Europa, responde: "El riesgo es evidente y tendremos que estar muy alerta. El autoritarismo ya era muy presente en toda Europa y también en nuestro país antes de la pandemia. Una sociedad con miedo al futuro es el ingrediente principal de toda extrema derecha. El recorte de libertades y el control biopolítico, aunque sea en nombre de la salud, son precios que no tenemos que estar dispuestos a pagar. El caso de Hungría, miembro de pleno derecho de la Unión Europea, es un precedente muy preocupante".

En muchos medios intelectuales, más que el debate sobre las ideas, lo que interesa es influir en el panorama político para llevarlo cuanto más hacia la izquierda mejor.

La vía Puigdemont

Un vídeo de un minuto, firmado por Salvador Vergés, presenta un plan de reconducción del frente independentista en torno a la figura de Carles Puigdemont. Vale la pena fijarse en los detalles porque, aunque se trate del enésimo powerpoint de la interminable hoja de ruta, hay gente que sigue al detalle estas evoluciones de sus amados dirigentes.

Es como las muñecas rusas pero empezando por la más pequeña. Puigdemont se identifica con el PDECat —lo que queda de lo que fue CDC—, y se convierte en Junts per Catalunya, donde confluye Acció per la República —un grupillo de independientes—; todos estos constituyen Crida Nacional per la República, a la que se adhiere Independentistes d’Esquerra —un grupillo de viejas glorias—. Luego aparecen Demòcrates de Catalunya —una escisión de la vieja y desaparecida UDC de Duran i Lleida—, el Col·lectiu Primer d’Octubre —que parecen provenir de ERC— y Poble Lliure —un partido que hasta nueva orden forma parte de la CUP—.

Aparece un nuevo nombre, Unitat Catalana, al lado del busto de Puigdemont. Éste es el centro solar de la galaxia en torno a quien giran las ocho entidades hasta aquí mencionadas. Aunque puestas en plano de igualdad, todos sabemos distinguir entre grupos organizados como partidos y meras listas de nombres que se usan para aparentar coaliciones.

Al lado de esta Unitat Catalana comparecen: ERC —32 diputados en el Parlamento de Catalunya—, CUP —4 diputados— y, oh sorpresa, Primàries Catalunya —28.000 votos y sin representación en las municipales—. Y el conjunto resultante se llama Aliança de País.

Un paso más: por encima de esta Aliança de País están la Generalitat de Catalunya y el Consell per la República Catalana, unidos por el signo "&", es decir la administración autonómica catalana y la mesa petitoria de Puigdemont en Waterloo, en pie de igualdad.

Y por debajo, Òmnium Cultural, Assemblea Nacional Catalana, Intersindical CSC —el sindicato instrumental usado para convocar huelgas generales— y por último si bien no menos importante, la Cámara de Comercio de Barcelona, presidida en estos momentos por el autor del inspirado lema  es "La vía Puigdemont, o al menos la que me gustaría a mí"—, responde a un sentir compartido en ciertos ámbitos. El presidencialismo, que no decaiga.

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