Editorial

EDITORIAL

Sánchez ejecuta en Pamplona el pacto de la infamia

Joseba Asiron

La gran infamia se ha consumado. Los cuatro concejales socialistas han traicionado sus promesas al entregar a Bildu la alcaldía de Pamplona, hasta ahora gobernada por UPN de acuerdo con el mandato de las urnas expresado el pasado mayo. De esta forma, Sánchez, ausente en oportuna visita a Irak, cumple su 'pacto encapuchado' con Otegi, como denunciara Fejóo, y propicia un paso decisivo en el afán de los amigos de ETA de incorporar Navarra a su proyecto de una Euskal Herria independiente. Los herederos políticos de la banda terrorista jamás han ocultado sus planes. Pamplona será la capital de la patria vasca. Ya están más cerca de conseguirlo. A cambio le habían entregado a Sánchez los seis escaños que necesitaba para su investidura.

Nada dijo este miércoles el presidente del Gobierno sobre Navarra en su rueda de Prensa de final de curso. Tampoco osó mencionar la palabra amnistía, aunque no rechazó en forma contundente la posible realización de un referéndum en Cataluña. Un Sánchez desbocado, arrebatado por una ambición obsesiva, sin más freno que el que plantean una Justicia tambaleante, quizás una Europa lejana e indudablemente la Corona, está dispuesto a sacar adelante sus objetivos sin atender a los dictados del Estado de derecho ni a los principios democráticos que emanan de la Constitución. Con una mayoría asegurada en el Parlamento, una maquinaria mediática hipertrofiada y un sector de la sociedad inoculado con el temor a una deletérea ultraderecha, el líder socialista ha desmotado que esta dispuesto a todo no sólo para resultar reelegido, sino para prolongarse en el sillón del poder todo el tiempo que sea preciso.

Pamplona es uno de los episodios más graves de cuantos se han perpetrado desde el sanchismo. El dramático problema es que no se trata de un caso aislado

La cesión de Pamplona, no por previsible, deja de ser un severo mazazo a la estabilidad institucional pactada en la Transición y al equilibrio del mapa territorial que garantiza la igualdad de todos los ciudadanos, sea cual fuere su origen. Dos movimientos secesionistas están en marcha, el de los concubinos del terror y el de los golpistas catalanes, y ambos cuentan con el amparo y la anuencia de la presidencia del Gobierno, que no ha objetado pero alguno a sus chantajes inasumibles y a sus descontroladas exigencias. Al contrario, los favorece con el hostigamiento a la Justicia, la persecución de algunos jueces valerosos, el ensañamiento con las opiniones libres, el acoso a los partidos de la oposición y la colonización masiva de las principales instituciones del Estado.

Pamplona es uno de los episodios más graves y más preocupantes de cuantos ha llevado a cabo el sanchismo. Navarra es pieza de caza mayor en el esquema del viejo carlismo vascongado. Lo dramático del problema es que no se trata de un caso aislado. Ni el presidente del Gobierno cree en España como Nación -avala de hecho una conjetura informe que denomina 'plurinacional'- ni considera que el edificio de la Constitución es el marco en el que ha desarrollarse el progreso y la convivencia entre españoles. Ante estos episodios vividos en la capital navarra, en cuya plaza consistorial volvieron a escucharse los gritos criminales de la jauría de los cachorros del terror, cobran aún más vigor y relevancia las palabras vertidas por Felipe VI en su mensaje de Nochebuena: "Fuera del respeto a la Constitución no hay democracia ni convivencia". En ello está Sánchez. En vaciar de contenido todo cuanto representa el régimen de libertades que la sociedad española refrendó, casi unánimemente, haca cinco décadas.