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Economía

Luces de alarma en la recaudación tributaria

En septiembre de 2008, la Organización Profesional de Inspectores de Hacienda advertía de “luces de alarma en la recaudación tributaria” en una nota de prensa, que la recaudación fiscal iba a caer si no se realizaban reformas en profundidad. A lo largo de estos cinco años de crisis, las medidas fundamentales que se han ido tomando han consistido en continuas subidas de impuestos. Claramente, no han sido suficientes, si no han sido contraproducentes, y los datos de recaudación de abril de 2013 no sólo son malos, sino también los enésimos en que la recaudación ha quedado por debajo de lo esperado. Cuando, año tras año, España recauda menos de lo que debería, está claro que tenemos un grave problema estructural para obtener ingresos fiscales.

Con todo, lo peor es que, como señala el último informe mensual de recaudación, "Las bases imponibles de los principales impuestos disminuyeron en el primer trimestre de 2013 un 5,7%, seis décimas más que en el último trimestre de 2012. El empeoramiento de las bases es más acusado de lo que indican estas seis décimas, dado que el último trimestre de 2012 estuvo muy condicionado por la supresión de la paga extra a los empleados públicos que produjo un shock transitorio negativo sobre las rentas brutas de los hogares". Esto quiere decir que, aunque el decrecimiento económico es menor ahora (-0,5%) que a finales de 2012 (-0,8%), las bases sobre las que se recaudan los impuestos se están derrumbando. Ésta es una señal adelantada de una menor recaudación en los próximos meses. Traduciendo, si los datos de abril no fueron precisamente buenos, los próximos serán peores.

¿Qué está ocurriendo? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Para responder a estas preguntas hay que partir de los hechos. Según explicó brillantemente Ransés Pérez Boga, presidente de la Organización Profesional de Inspectores de Hacienda, en los XIII Encuentros Tributarios, la Unión Europea (27) había disminuido su presión fiscal en una décima, pasando del 44,7% del PIB al 44,6% en el periodo 2007-2012. La presión fiscal es, como sabemos, la recaudación total dividida entre el Producto Interior Bruto. Es decir, durante la crisis, en Europa la recaudación apenas si ha visto afectada; mejor dicho, la disminución de la recaudación se ha compensado subiendo impuestos. Incluso algunos países como Alemania han aumentado su presión fiscal. En España, hemos pasado del 41,1% del PIB (en 2007) a un 35,1% del PIB (en 2012). A pesar de las subidas de impuestos, nos estamos dejando más de 60.000 millones de euros al año en recaudación fiscal.

La mala noticia de este fenómeno español es que una parte de los ingresos ya no volverá, ya que estaba ligada a la burbuja inmobiliaria: las enormes recaudaciones de tributos como transmisiones patrimoniales, construcciones, instalaciones y obras, licencias urbanísticas… no volverán a ser tan altas mientras el mercado inmobiliario no vuelva a ser el que fue, lo que no ocurrirá en muchas décadas. Además, la caída de la demanda interna en España está haciendo que el peso de nuestra economía se desplace hacia el exterior. Esta diferente composición de la demanda afecta de forma sustancial al rendimiento de los diversos impuestos: casi todos los impuestos gravan la demanda interna y no la externa; por ejemplo, los beneficios exteriores de nuestras empresas no pagan el impuesto de sociedades en España (porque lo pagan donde las filiales obtienen el beneficio) o las exportaciones de nuestra empresas no pagan IVA español, mientras que las ventas internas sí lo hacen. Según las previsiones del Gobierno, la demanda interna continuará cayendo hasta 2016.

Otro factor a tener en cuenta es la reforma laboral. Esta norma ha tenido efectos positivos, como el aumento de la competitividad de las empresas. Sin embargo, si se hace una norma para forzar una devaluación interna, es decir, una rebaja de salarios, es evidente que los tributos que gravan directamente los salarios, como son el IRPF y las cotizaciones sociales, que además son los recursos más importantes de las Administraciones Públicas, van a ver erosionada su base y, en consecuencia, su recaudación caerá, como así ha sido.

Además de todo esto, para llegar a la tormenta perfecta que padecemos, por supuesto, hay un aumento del fraude. Es cierto que para combatirlo se ha aprobado leyes cada vez más duras. Sin embargo, lo más importante no es la dureza de la ley, sino que la ley se cumpla. En este sentido, la carencia de medios de la Administración Tributaria Española, que denunciábamos este viernes, lejos de solucionarse se ha ido agravando. Además, hay que implementar la medida anti-fraude más importante de todas: convencer a los españoles de que deben pagar sus impuestos, porque los impuestos son el precio de la civilización y no el precio que tienen que sufrir por la corrupción y el despilfarro. Ahora estamos pagando el terrible efecto desmoralizador de la amnistía fiscal y de los continuos escándalos de corrupción con el dinero público. O nuestra clase dirigente actúa con la máxima ejemplaridad y transparencia o, aunque ponga muchos medios de control fiscal, que no los está poniendo, el resultado no será satisfactorio.

Parece que algunos han tardado años en darse cuenta de la gravísima crisis fiscal que padecemos. Esperemos que no tarden lo mismo en darse cuenta de que es estructural, y que no hay soluciones mágicas. Sólo cambiando y modernizando la estructura económica y el sistema fiscal conseguiremos resultados a medio plazo. La lucha contra el fraude puede dar resultados algo más rápidos, pero no en pocos meses. Sobre todo, hay que insistir, tenemos que mejorar la conciencia fiscal, para conseguir que los españoles paguen sus impuestos y para eso nuestra clase dirigente tiene que dar ejemplo de honestidad y transparencia; porque, como señalaba Albert Einstein, “el ejemplo no es la mejor forma de influir en el comportamiento de los demás, es la única”.

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