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Economía

¿Por qué las energéticas abanderan la multimillonaria lucha contra el cambio climático?

Ignacio Galán, presidente de Iberdrola, ante la sede de la ONU en Nueva York

El pasado 20 de febrero, un pequeño salón de actos en el Ministerio de Transición Ecológica concentró a todo el sector energético español. No faltó nadie, presente o representado, como correspondía a un encuentro convocado por el Gobierno de la nación, del que también podría decirse que nadie faltó porque la más que significativa presencia del presidente como maestro de ceremonias se vio reforzada por la algunas ministras. No era para menos. Había que escuchar, de boca del jefe del Ejecutivo, que la estrategia española para la transición energética incluía inversiones cercanas a los 240.000 millones de euros durante la próxima década, un 80% de los cuales tendría que llegar del ámbito privado.

No todos los días aparece en el horizonte una oportunidad similar, demasiado golosa como para mirar hacia otro lado. Lo que empezó como una alternativa energética de un corte prácticamente 'hippy' se ha transformado en la única senda a recorrer para seguir avanzando en el futuro del sector. El para muchos inesperado éxito de la Cumbre del Clima de París, en 2015, confirmó que la apuesta de empresas del sector como Iberdrola y Acciona por las energías limpias iba por buen camino.

Aunque  la reacción no ha sido igual en todos los casos, lo cierto es que en la actualidad no hay una empresa del sector que esté al margen del boom renovable. Y más allá de este punto, que no abandere la lucha contra el cambio climático. Esta circunstancia es extensible a ámbitos en los que no hace mucho tiempo nadie hubiera buscado el más mínimo vestigio de acción por el clima, como es el caso de las petroleras.

José Manuel Entrecanales, presidente de Acciona

"Sabemos que somos parte del problema pero ahora queremos ser parte de la solución". Es la frase que, de forma casi ineludible, acompaña cada comparecencia pública del consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz. Obviamente, la empresa no figura entre las que ondearon de manera más temprana la lucha contra el cambio climático. Pero, en cambio, sí puede ser señalada como una de la que mayores esfuerzos e inversiones han llevado a cabo para el desarrollo del vehículo eléctrico y su contribución a la descontaminación de la movilidad urbana.

Hoy en día, Repsol pasa el recibo de la luz a casi un millón de clientes, algo impensable hace apenas dos años. También Cepsa cuenta con una destacada cartera en el ámbito de la comercialización. Y toda la electricidad que generan para servir a los hogares proviene de tecnologías renovables.

Las energéticas han encontrado en la lucha contra los efectos del cambio climático un negocio con muchas ventajas. En la actualidad, es difícil encontrar un ámbito en el que se mueva tal volumen de inversiones. Además, se ha revelado como una actividad rentable. Y por último, pero no por ello menos importante, su "venta" a la ciudadanía es extremadamente amable. Nada mejor para tratar de mejorar la imagen de las compañías, que se vino definitivamente abajo cuando las turbulencias en el mercado mayorista dispararon los recibos.

La implicación del sector financiero

El impulso de los gobiernos, especialmente los europeos, ha sido fundamental para que la lucha contra el cambio climático haya experimentado considerables avances. Pero la confirmación definitiva de que se trata de un negocio y, además, un negocio próspero, ha llegado de la mano del sector financiero, implicado de hoz y coz en un ámbito al que, no hace mucho tiempo, miraba con recelo.

La ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera (actualmente en funciones), no ha dudado en recordar en algunas de sus últimas intervenciones la intensidad con la que el sector financiero se está está involucrando en la llamada transición energética, hasta el punto de que algunas de las mayores gestoras de fondos del mundo van a empezar a imponer severos criterios medioambientales a la hora de confeccionar sus productos, de manera que queden penalizadas aquellas compañías que sigan invirtiendo en fuentes contaminantes.

Por otro lado, los bancos también están introduciendo cada vez una mayor número de criterios medioambientales a la hora de financiar a las empresas, al tiempo que están explotando con fluidez el filón de los bonos verdes.

Los compromisos de los gobiernos existen, la Unión Europea lidera actualmente la lucha contra el cambio climático y el futuro del carbón y del petróleo parece más en entredicho que nunca. Pero, ante todo, es un negocio. Y rentable (a veces, muy rentable). De lo contrario, sería muy complicado contemplar el desfile de altos ejecutivos del sector y del mundo financiero en la Asamblea de Naciones Unidas, en cuya agenda la transición energética ocupaba un lugar privilegiado.

El objetivo es ambicioso y, sobre todo, muy loable. Una ventaja nada despreciable. A nadie le parecerá mal que las compañías (y sus ejecutivos) obtengan cuantiosos beneficios a cambio de prolongar la vida del planeta. Pero para ello será fundamental que las cuentas no dejen de salir.

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