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Economía

Un impuesto del 80% para quienes ganan más de un millón: la 'fórmula Piketty' contra la desigualdad

La desigualdad social crece en España hasta niveles record

Cuando en 1789 estallaron las revueltas del hambre que desembocaron en la Revolución Francesa la desigualdad entre los más ricos y los más pobres era sólo algo superior a la que hoy se vive entre los más ricos y los más pobres en las sociedades avanzadas. La desigualdad es inaceptable en términos de “utilidad común” rezaba la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 que terminó con el Antiguo Régimen. Esa desigualdad vuelve a ser hoy una de las grandes amenazas económicas y sigue creciendo. Ante ese problema, el economista francés Thomas Piketty ha provocado uno de los mayores debates de los últimos años con su obra El Capital del Siglo XXI y sus dos grandes propuestas para reducir la desigualdad: un impuesto de hasta el 80% para la “oligarquía económica”, es decir, quienes ganan más de un millón de dólares al año  un impuesto global a la riqueza.

“Ninguna hipocresía es lo suficientemente grande cuando las élites económicas y financieras se ven obligadas a defender sus intereses”, acusa Piketty

El punto de partida de Piketty es comprobar como los grandes ejecutivos de algunas compañías han “secuestrado” los consejos de sus empresas para otorgarse salarios billonarios de forma completamente arbitraria, al margen de los resultados empresariales mientras se rebaja el salario mínimo y se recortan sueldos a las plantillas. Eso aumenta la brecha entre ricos y pobres de tal forma que en España ha significado que el 1% de los grandes millonarios haya pasado de controlar un 5% de la riqueza nacional en 1980 a controlar más del 7% hasta 2010, concluye. Esa desigualdad crece en todo el planeta.

El impuesto confiscatorio a la oligarquía económica

Con la premisa del secuestro del sistema por las oligarquías económicas, la primera propuesta para terminar con la desigualdad ha tensado las costuras de la economía clásica. Su obra plantea instaurar un “impuesto confiscatorio” del 80% sobre quienes ganan más de un millón de dólares al año. “La medida no sólo no reduciría el crecimiento económico del país –argumenta el economista—sino que impondría límites a comportamientos económicos inútiles y a veces dañinos”. El objetivo de ese impuesto no es aumentar la recaudación del Estado sino “reducir drásticamente la remuneración de las cúpulas empresariales sin recortar la productividad de la economía”.

"Algunos economistas tienen la desafortunada tendencia a defender sus intereses privados mientras claman por el interés general”, afirma

“Ninguna hipocresía es lo suficientemente grande cuando las élites económicas y financieras se ven obligadas a defender sus intereses” –acusa el autor de ‘El Capital en el Siglo XXI’—“y eso incluye a economistas que, en la actualidad ocupan un lugar envidiable en la jerarquía de los ingresos. Algunos economistas tienen la desafortunada tendencia a defender sus intereses privados mientras claman por el interés general”. El ataque a la disciplina y la contundencia de sus propuestas ha levantado una polvareda económica que no se recordaba en décadas.

La educación ha sido tradicionalmente la gran niveladora de desigualdades. Sin embargo, en su denuncia, el autor señala que también la educación está siendo secuestrada por la oligarquía económica. El nivel de renta de los padres de los alumnos que estudian en Harvard es de 450.000 dólares al año, lo que se corresponde con el nivel de renta del 2% más rico en Estados Unidos. El dato refleja que la selección de estudiantes está basada en algo más que el mérito y sugiere que hay una “aristocracia social” que perpetúa la desigualdad entre generaciones futuras.

Una “tasa global a la riqueza”

La segunda bomba que ha estallado en los foros de debate económico es la llamada “tasa global a la riqueza”, una idea definida como “utópica” que pretende establecer un sistema de valoración de las fortunas individuales para gravarlas después con un impuesto progresivo. Un 0% para aquellos cuyas fortunas no alcancen el millón de dólares, un 1% para quienes tengan entre 1 y 5 millones de dólares y un 2% para quienes tengan activos valorados en más de 5 millones.

  • “Para los milmillonarios del planeta, ese impuesto gravaría el valor neto personal, el tipo de cifra que publican revistas como Forbes”, sostiene Piketty
  • Para el resto, el impuesto se determinaría sobre el valor de mercado de todos los activos financieros (depósitos bancarios, acciones, bonos y otros activos), los activos no financieros (especialmente vivienda) y el valor neto de la deuda.

La medida obligaría a los bancos a una transparencia nunca vista y a compartir información pero, sobre todo, evitaría la alternativa que --según denuncian los organismos internacionales-- está cuajando: la del proteccionismo económico. "Cuando se mira de cerca --concluye el economista-- esta solución resulta ser mucho menos peligrosa que sus alternativas".

Tachado de un sesgo neo-marxista, el debate está siendo aplaudido entre los descontentos por la crisis a los que Piketty ha regalado un análisis con bases de datos de más de dos siglos y está siendo criticado por las escuelas más clásicas de la economía. Google suma ya 196 millones de entradas sobre el autor. Pero más allá del nombre y la provocación de sus ideas, la desigualdad parece haber cuajado como problema y el manejo de los impuestos como solución. El Antiguo Régimen acabó cuando las asambleas revolucionarias decidieron terminar con los privilegios fiscales de la nobleza y el clero y establecieron un sistema de tasas universal. La Revolución Americana nació cuando las colonias británicas decidieron también fijar sus propios impuestos bajo el lema “no taxation without representation” que implicaba otorgar derechos políticos a quien pagaba al Estado. Ahora, ante una desigualdad creciente, el futuro de los impuestos puede volver a decidir el futuro de la estabilidad social.

EL ESTADO DEL SIGLO XXI Y SUS IMPUESTOS

¿Hasta dónde puede llegar la presión fiscal de un Estado? No parece probable que en términos prácticos se impulse más la presión fiscal a día de hoy. Sin embargo, entre los años 2050 y 2060 la presión fiscal podría superar con mucho el 50% si mantiene ritmos de crecimiento como los actuales. El futuro no está claro pero el pasado sí deja ya tres etapas diferenciadas según el análisis histórico de El Capital del Siglo XXI.

  • Desde el siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial los impuestos apenas consumían un 10% de la renta nacional. El resultado fue un “Estado mínimo” o de regalías que se limitaba a las labores de policía, justicia, militar y administración interna.
  • Entre 1920 y 1980, el peso de los impuestos se multiplicó por 3 ó 4 y hasta por 5 en los países nórdicos favorecido por un impresionante crecimiento económico de casi un 5% anual. El resultado fue la creación de un “Estado del bienestar o Estado social” en el que se financiaron educación, sanidad, pensiones y desempleo.
  • Entre 1980 y 2010, ese aumento de la presión fiscal se estabilizó para cubrir esos “gastos sociales” sin que el Estado moderno cumpliera una verdadera función de “redistribuir riqueza”, afirma el autor.

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