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Economía

El portazo de Trump a Irán deja en el aire el desembarco empresarial español en busca de 150.000 M.

Hasan Rohaní

Primeros días de septiembre de 2015. Apenas unas semanas después de que se anunciara el histórico acuerdo sobre el programa nuclear de Irán con EEUU y las potencias europeas, una delegación oficial del Gobierno de España viaja al país asiático y con ella, cerca de 50 empresarios dispuestos a conocer de primera mano las oportunidades que ofrece un mercado más que atractivo pero hasta entonces lastrado por bloqueos comerciales.

A esta primera visita le seguirían muchas más, interesadas por el progresivo aperturismo que el Gobierno de Hasan Rohani estaba propiciando. Esta semana, el presidente de EEUU, Donald Trump, anunciaba la salida de su país del acuerdo, que queda muy tocado. Y con él, un programa de inversiones valorado en 150.000 millones de euros.

En aquel viaje estuvieron representadas compañías como Repsol, Gas Natural, ACS, Sacyr, OHL, Seat y las públicas Renfe, Ineco y Paradores, entre otras. Irán aparecía ante ellas como un destino de inversión que no era nuevo como tal pero que estaba vetado por las numerosas sanciones de Naciones Unidas que arrastraba y la radicalidad de sus sucesivos gobiernos.

Excluidas estas circunstancias, Irán se presentaba como un mercado de casi 80 millones de habitantes, con una renta per cápita superior a los 22.000 dólares, con las terceras mayores reservas de petróleo del mundo y, sobre todo, con grandes necesidades de inversión. Aquella primera delegación comercial concluyó con un encuentro en el que estuvieron presentes unos 400 empresarios locales y con un sentimiento generalizado en la delegación española de la existencia de un clima positivo con vistas al futuro.

Freno al entusiasmo inicial

Eso sí, nadie dijo que fuera a ser sencillo. La firma del acuerdo nuclear provocó una avalancha de visitas empresariales en busca de aprovechar el posible despertar de un león dormido, algo que no estaba exento de dificultades. Las posibilidades eran numerosas e interesantes, especialmente en sectores como el energético (en el que empresas como Repsol y Cepsa ya habían tenido alguna experiencia), el de las infraestructuras e incluso el turístico. Pero aquello estaba muy lejos de llegar y besar el santo.

Tras una euforia inicial, el entusiasmo se fue enfriando. Realmente, ninguna gran empresa diseñó planes especialmente definidos para entrar en Irán o al menos para abrir algún tipo de oficina comercial allí. Tendría que ser cuestión de tiempo. La firma del acuerdo no significaba que las cosas fueran a cambiar de la noche a la mañana aunque lo cierto es que el nombre de Irán salió parcialmente de las tensiones geopolíticas internacionales.

El tiempo ha demostrado que la prudencia que mostraron por entonces las empresas españolas con el caso de Irán fue buena consejera. La decisión de la Administración Trump de sacar a EEUU del acuerdo en el que tanto trabajó Barack Obama, el anterior inquilino de la Casa Blanca, ha provocado que múltiples incertidumbres vuelvan a cernirse sobre Irán, a pesar de que las potencias europeas firmantes traten de salvar los muebles del pacto.

Al contrario que ocurrió con empresas españolas, corporaciones alemanas y francesas sí apostaron claramente por Irán o reforzaron su posición en este mercado a raíz del acuerdo. En su caso, ya no se trata de oportunidades que puedan irse al limbo sino inversiones cuyo retorno puede quedar más que comprometido.

A fin de cuentas, Irán no pasó de ser para las empresas españolas un potencial destino que, en un momento determinado, se puso de moda pero que no hizo que se traspasaran puntos de no retorno.

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