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La firma textil El Ganso, un pequeño fenómeno de ventas y beneficios en plena crisis

Una tienda de El Ganso en el centro comercial Puerto Venecia (Zaragoza).

Mientras otros nombres señeros del textil español como Adolfo Domínguez, Elio Berhanyer, Victorio & Lucchino o Modesto Lomba se las ven y se las desean para sacar adelante sus proyectos empresariales, hay una pequeña firma madrileña que diseña, fabrica y distribuye su propia ropa, con un perfil popular (sin renunciar a un toque elitista) y que, por resumir, va como un tiro.

Se llama El Ganso y los números de su propietaria, Acturus Capital, SL, son los de una empresa que parece ajena al brutal deterioro económico que desde 2008 ha sufrido España, su principal mercado (en 2012 supuso el 92% de sus ventas), en una crisis que se ha sumado a las dificultades que, con carácter general (y salvo excepciones gloriosas como Inditex), atraviesa el textil español desde hace años.

De acuerdo con sus últimas cuentas disponibles, las del año 2012, Acturus, o lo que es lo mismo, El Ganso, cerró ese ejercicio con un aumento del 34% en su cifra de ventas, hasta 21,4 millones de euros, cifra que para 2013 el grupo espera incrementar, según han declarado sus responsables, hasta el entorno de los 26 millones, lo que implica un incremento acumulado superior al 63% en apenas dos años.

Por su parte, el beneficio neto se duplicó con creces en 2012, hasta los 1,42 millones; el resultado de explotación pasó de algo más de 900.000 euros a 2,28 millones de euros y la plantilla media se incrementó desde 97 efectivos hasta 152.

Números que que confirman la trayectoria claramente ascendente de una firma que se estudia como caso de éxito en las escuelas de negocio y que, a punto de cumplir diez años de existencia, ya tiene cerca de 70 puntos de venta en España, Chile, Portugal, Francia, Reino Unido y México, donde abrió su primera tienda el mes pasado.

Con sede en Boadilla del Monte (Madrid), la firma de ropa, calzado y complementos fue fundada en 2004 por dos hermanos, Clemente y Álvaro Cebrián, a los que, durante sus veranos universitarios en Londres, trabajando como camareros y dependientes para mejorar su nivel de inglés, les había llamado la atención un estilo de ropa que calificaban de “pijillo tirado” y que no existía en España.

Gracias al apoyo y consejo de su padre, ingeniero de formación, MBA por IESE y empresario forjado entre España y Estados Unidos, ambos hermanos, licenciados en Administración y Dirección de Empresas por el CUNEF, se decidieron a democratizar aquel estilo londinense.

Empezaron con unos atrevidos pantalones que ellos mismos llevaban a tiendas multimarcas para dejarlos en depósito, aunque el punto de inflexión llegó cuando, en la primavera de 2005, uno de los hermanos, Clemente, se quedó prendado con unas zapatillas, las Jeremy Stanford, réplica de las que utilizaron los soldados eslovacos en la Segunda Guerra Mundial, que decidió distribuir en España con un éxito casi instantáneo.

Su consolidación llegó en el año 2006 con la apertura de su primera tienda propia en la madrileña calle Fuencarral, y sólo cinco años después, su estilo juvenil con reminiscencias británicas ya había saltado al exterior con la apertura de sus primeras tiendas en París, Lisboa y Santiago de Chile.

La empresa, que cuenta con una tienda online y tiene un acuerdo con El Corte Inglés para vender su ropa en corners personalizados en los principales centros del gigante de la distribución, utiliza un márketing poco convencional (no anuncia su llegada a las ciudades a las que desembarcan ni realiza patrocinios) y entre las frases de cabecera de sus fundadores está una cita del tenista Rafa Nadal: “Hay que ser tozudos. Pensar que las cosas saldrán aunque no sea ni a la décima”.

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