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Economía

Debate sobre el estado de la economía: razones para la confianza y para la preocupación

Aunque con poca fuerza y escaso efecto en el bolsillo del ciudadano, los indicadores de la economía española han alcanzado una cierta estabilización. “El Gobierno es muy consciente de que será difícil hablar de recuperación en tanto que la gente no lo perciba en sus ingresos. Pero los números están ahí”, sostiene un alto cargo.

¿Significa eso que Rajoy puede ya cantar victoria y confiar en una recuperación? La economía española arrastraba una serie de desequilibrios de caballo en cuya corrección ciertamente se ha avanzado. Pero también es verdad que por cada motivo de radiante optimismo se puede vislumbrar otro de honda preocupación.

La retórica del optimismo se basa en que incluso en las severas condiciones actuales los salarios de los que retienen su empleo mantienen el poder adquisitivo gracias a una inflación baja. Y ello se ha traducido en que por primera vez en la crisis se haya dado el insólito hecho de que el consumo haya repuntado sin bajar el ahorro, aunque en parte este fenómeno haya ocurrido a costa de elevar levemente el crédito al consumo y ralentizar el ajuste del endeudamiento privado.

Todo lo cual se ha visto respaldado por una fuerte subida de las bolsas desde la intervención cual ‘deus ex machina’ de Mario Draghi, garantizando que haría todo lo que estuviese en su mano para defender al euro. Un hito que ha permitido al Ibex embolsarse un alza del 70 por ciento en unos 16 meses, lo que a su vez ha contribuido decisivamente a recomponer la riqueza financiera de las familias. La inversión extranjera ya entra y ve en España una suerte de perita en dulce. Tan sólo falta que se desperece la inversión productiva, algo que puede ocurrir conforme se consolida el avance de las exportaciones y los precios concluyen los ajustes. Sin embargo, todo este proceso todavía se antoja lento, arduo y plagado de riesgos. Y lo analizamos en seis puntos:

Las exportaciones. Una parte de la corrección del déficit exterior es estructural y por lo tanto permanente merced a la mejora de las exportaciones. Sin embargo, aunque todavía se comportan bastante mejor que la de sus pares europeos, estas ventas han sufrido una ralentización en la segunda mitad del año, en buena medida debido al parón experimentado en las economías emergentes, víctimas de la retirada de estímulos de la Fed.

La competitividad. Y el comportamiento de las exportaciones se beneficia del impulso brindado por el refuerzo de la competitividad. No en vano, en el transcurso de la crisis se han conseguido bajar los costes laborales en once puntos, más que en ningún otro país de nuestro entorno. Pero esa historia tiene un reverso tenebroso: la amenaza de la deflación o caída persistente de los precios, una suerte de estancamiento del que difícilmente se sale porque la falta de demanda obliga a las compañías a seguir reduciendo precios y prescindiendo del factor trabajo, lo que a su vez tiene efectos de nuevo sobre la demanda en una espiral de nunca acabar.

Lastrados por la deuda e incluso con periodos de rebotes puntuales en los precios, el riesgo de que este fenómeno se quede con nosotros durante bastante tiempo es evidente. De hecho, los precios no despuntan ni siquiera en Alemania, la supuesta locomotora que debía tirar de las exportaciones de la periferia. Si una vez descontada la inflación los salarios en tierras germanas en realidad bajaron, ¿cómo se va a poder llevar a buen término la devaluación competitiva y corregir los desequilibrios creados entre el norte y el sur de Europa? En semejantes circunstancias, se antoja harto complicado.

La inversión. “Tras haberse librado del estigma, España ha recuperado la visibilidad entre los inversores internacionales. Sin embargo, la inversión productiva todavía está bajo mínimos, muy por debajo de lo necesario”, explica José Luis Martínez Campuzano, estratega de Citi en España.

El paro. El mercado laboral ha perdido un millón de empleos en los dos últimos años, de los cuales cerca de 400.000 ha sido efectivos del sector público. Aunque este ajuste se ha frenado y los últimos datos desestacionalizados señalan una recuperación del empleo en cuanto llegue el buen tiempo, la calidad de los puestos de trabajo ofertados se deteriora. Al concentrarse muchas de nuestras empresas en sectores de baja cualificación, se exigen más sueldos bajos y flexibilidad. Según un informe del Instituto de Estudios Fiscales, se tardarán unos cinco años en rebajar la tasa de desempleo hasta el 15 por ciento.  

La vivienda. Tan pronto se concluya el ajuste, se podrían alcanzar las 400.000 viviendas construidas al año, lejos de las 800.000 de la bonanza pero bastante por encima de las 120.000 recientemente edificadas. Por regiones, algunas ya han completado buena parte del ajuste residencial, y los fondos buitres muestran su interés. No obstante, la pregunta sigue siendo cuándo se reactivará de verdad el mercado en un entorno amenazado por la deflación.

La deuda. La deuda de empresas y familias se ha recortado en unos 30 puntos del PIB. Una mejora no despreciable que se la come el crecimiento desaforado de la deuda pública, que se ha disparado en más de 60 puntos desde el comienzo de la crisis. Y lo más preocupante es que el déficit público que origina esos incrementos del endeudamiento no tiene visos de enmendarse sin nuevas medidas. Debido a la lenta recuperación y la propia demografía, las principales partidas como pensiones, intereses de la deuda o prestaciones de desempleo no van a disminuir. El Gobierno ya ha levantado el pie del acelerador de las reformas y se conforma con que la recuperación lo transporte plácidamente hasta las próximas elecciones. Con la misma facilidad con la que antes nos rebajaba el rating, Moody's ahora nos lo ha subido. Sin embargo, aún se divisan demasiados nubarrones en la lontananza.

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