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Economía

La subasta de deuda, pagando un 6,7% a siete años, pone a España fuera del mercado

La V1 es la velocidad máxima a la que un avión todavía tiene margen para frenar y abortar un despegue sin salirse de la pista. La mala subasta de ayer superó esa velocidad. España no puede detener su espiral por más que lo intente y se ha quedado fuera del mercado, en una suerte de vacío en el que el país se asfixia privado de financiación. El Tesoro abonó el jueves un 6,7 por ciento por la deuda a siete años; un 6,4 por ciento a cinco años y un 5,2 por ciento a dos años. La rentabilidad del bono a diez años se disparó por encima del 7 por ciento, unos intereses insostenibles según los expertos y unos nuevos umbrales que se traspasan en el camino hacia el rescate completo de la economía española.

La cantidad subastada, casi 3.000 millones, no era tan elevada como las de a principios de año, cuando se emitían hasta 10.000 millones. Sin embargo, la demanda fue demasiado ajustada. A dos años, el Estado colocó 1.300 millones y sólo consiguió atraer 1,9 veces la oferta, en claro contraste con el 4,26 de la subasta anterior. A cinco años, unos 1.000 millones con 2,1 veces la oferta respecto a las 3,4 de la anterior. Y a siete años vendió 548 millones con 2,9 veces la oferta desde el 3,3 previo. Todo lo que sea por debajo de 3 veces la oferta supone jugar con fuego y arriesgarse a que un día una emisión no se cubra.

El Gobierno ha ido agotando el margen obtenido durante el primer trimestre y ahora no logra recabar cantidades que superen los 3.000 millones. Un informe reciente de Credit Suisse alertaba de que el Estado español tendría que ir captando una media de 5.000 por emisión de aquí a finales de año. Por el contrario, Citi ubica la cifra justo en el entorno de los 3.000 millones.

Esta caída de la demanda para los títulos más allá del corto plazo se debe a que los inversores temen que España sea primero intervenida y, luego, incurra en una quita igual que Grecia. De hecho, los helenos han subastado con éxito papel a tres meses, y los portugueses e irlandeses ya se financian más barato que nosotros. Desde abril, los bancos españoles han ido reduciendo sensiblemente sus compras de deuda soberana nacional, de modo que la demanda ha ido desplomándose en paralelo.  

Un gestor de fondos explicaba que la situación de España a los ojos del mercado es como la de un equipo pequeño que salta a jugar al Bernabéu: a lo mejor hay un milagro y salva los muebles, pero lo normal es que salga derrotado. Y lo mismo le sucede al Reino de España, pues será muy difícil que evite un rescate total de su economía una vez la profecía ha cobrado visos de realidad.

Otro analista comentaba que la cuestión ya no es si la intervención va a ocurrir o no; la cuestión es el cuándo. Y algunos expertos incluso se atreven a poner la fecha antes de octubre. Con los mercados cerrados a cal y canto, se estima que España ha de refinanciar unos 90.000 millones en lo que resta de 2012.

Los miembros del Gobierno se muestran muy nerviosos. Sus recortes no han surtido efecto entre los inversores. El titular de Hacienda, Cristóbal Montoro, afirmó una vez más que no había dinero en las arcas y anunció un impuesto contra los especuladores, una medida inútil señal de que el Ejecutivo está perdiendo el control de los acontecimientos. Por supuesto, ambas declaraciones volvieron a acogerse en los mercados con más tensiones sobre la deuda soberana.

Además, la proliferación de las manifestaciones en las calles también envía un mensaje bastante negativo al exterior, pues se entiende que habrá muchas resistencias a las reformas.   

A su vez, Italia se enfrenta al dilema de la cebra, la cual tiene que correr más que sus compañeros equinos y no que el león. Por eso, ha decidido retrasar una subasta de considerable tamaño fechada para mediados de agosto pese a que han de refinanciar 85.000 millones antes de octubre. Los transalpinos buscan por todos los medios que su salvamento se concierte tras el de España.

Y semejante escenario se vio empeorado por las declaraciones el miércoles de Merkel, en las que confesaba que quizás el euro no pueda sobrevivir. Sólo el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, brindó ciertas esperanzas al enfatizar el jueves ante su parlamento el riesgo que existe de contagio.

Sin embargo, eso no es lo que empiezan a apuntar las primas de riesgo. Mientras que las de los periféricos suben, los intereses pagados por Alemania, Francia y Bélgica bajan, de lo que se deduce que los inversores distinguen entre dos grupos, los que tendrán final feliz y los que no. Esta tendencia se ha reforzado desde que el BCE suprimiese la tasa que abonaba por los fondos que los bancos le depositan a un día, hecho que ha empujado a las entidades a llevar su dinero a otros destinos, entre ellos el papel colocado por los países del norte.

El FMI ha advertido de que el ritmo del ajuste impuesto a España resulta contraproducente en medio de un contexto global recesivo. Además, la intervención del presidente de la Fed, Ben Bernanke, ha sido tildada de pesimista. Y los datos de consumo de electricidad en China revelan que el motor asiático tampoco tira. Por si todo ello fuera poco, algunas firmas estadounidenses han cerrado sus fondos monetarios en euros. La predicción del tiempo en el mundo invita a los inversores a guarecerse de la lluvia, y España puede ser el lugar por donde comience a recrudecerse de nuevo la tormenta. 

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