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Economía

El referéndum divide a Europa: Hollande tendrá que convencer a Merkel para no echar a Grecia del euro

Los partidarios del 'no' celebran su victoria en el referéndum griego

Con el ‘No’ al ajuste fiscal en el referéndum, los griegos han dicho que están hartos de tantos sacrificios, se han puesto una pistola en la sien y amenazan con suicidarse… ¿Alguien va a correr a impedirlo? Pues por el momento sólo los galos y transalpinos se mostraron este domingo a favor de rescatar a los helenos. Tan pronto como se confirmó el rechazo griego a las medidas de los acreedores, el ministro de Economía de Francia fue el primero en iniciar una cadena de declaraciones afirmando que había que reanudar enseguida las conversaciones con Atenas.

“Aunque el voto sea un ‘No’, nuestra responsabilidad será evitar un tratado de Versalles de la eurozona”, aseguró Emmanuel Macron en una clara alusión a las resistencias de los germanos, cada vez más dispuestos junto a holandeses, finlandeses y austriacos a expulsar a Atenas de la moneda única. Y en la misma línea se declaró el ministro de Exteriores italiano: “Ahora es justo volver a comenzar la búsqueda de un acuerdo”, tuiteó Paolo Gentiloni.

Pero esa no era la posición de otros países. El vicecanciller alemán y miembro del partido socialista, Sigmar Gabriel, hizo piña con sus compañeros de coalición conservadores y aseveró al conocer los resultados del plebiscito que Tsipras había roto los últimos puentes con Europa. Y añadió: “Al rechazar las reglas de la eurozona, las negociaciones sobre un programa valorado en miles de millones de euros difícilmente son concebibles”.  

El hecho de que no se celebre una cumbre con todos los mandatarios hasta que Merkel y Hollande hayan hablado da una clara idea de la trascendencia del encuentro celebrado este lunes en el Elíseo

“El rechazo a las reformas de Grecia no puede significar que obtendrán el dinero más fácilmente”, publicó en Twitter el ministro de Finanzas eslovaco, Peter Kazimír, aireando una posición compartida en general por los países más pobres que Grecia o aquellos que también han tenido que someterse a la terapia de la austeridad.

A todas luces, Europa está dividida sobre qué hacer con los helenos. Y eso mismo van a dirimir la canciller Merkel y el presidente Hollande este mismo lunes en París. Antes de que se produzca ninguna reunión de jefes de Gobierno y de Estado de la zona euro, los dos líderes tendrán que limar posiciones y consensuar una postura común frente a unos griegos que juegan a la división y que no parecen de fiar. El hecho de que no se celebre la cumbre con todos los mandatarios hasta que Merkel y Hollande hayan hablado da una clara idea de la trascendencia del encuentro celebrado este lunes en el Elíseo.

Primero en una reunión de trabajo y luego en el transcurso de una cena, Hollande tendrá que convencer a Merkel de que no expulse a los griegos del euro por más que no acepten las reglas del club. Pase lo que pase, la canciller no saldrá indemne del trance. De brindar facilidades a Grecia persuadida por Hollande, Merkel se enfrentará a una rebelión interna de su partido y severas diatribas en la opinión pública alemana. Al parecer de muchos tudescos, habrá abierto de nuevo la puerta a la indisciplina y eso, a la larga, quebrará al euro.

Si en cambio decide mostrarse dura con Atenas, corre el riesgo de ser la líder que de cara a la Historia puso en duda la irreversibilidad del euro y acabó creando un polvorín geopolítico a orillas del mar Egeo, en un enclave estratégico entre Europa, Asia, y África. Desde luego, un dilema hamletiano persigue a la canciller.

Y en cualquier caso Berlín no renunciará a que se hagan sí o sí las reformas, justo el paquete de medidas que ahora los griegos intentarán evitar. Incluso si la mitad de los germanos se declara a favor de mantener a los helenos dentro del euro, dos tercios en cambio sostienen que no se deben brindar más concesiones. Un informe de Deustche Bank de este domingo vaticinaba que el resultado más probable era una salida del euro de Grecia y, a continuación, una caída del Gobierno de Syriza conforme la economía entraba en una espiral de impagos y ajustes.

Pese a que el FMI culpaba al Gobierno de Tsipras de que la deuda griega se haya vuelto inasumible, con gran descaro el Ejecutivo griego blandía el informe de la institución sita en Washington para intentar extraer de sus acreedores una quita

Por su parte, los griegos pisaban el acelerador para lograr cuanto antes un acuerdo que garantice la financiación a sus bancos. Un portavoz del Ejecutivo aventuraba que la cuestión podría resolverse en cuestión de 48 horas. Pese a que el FMI culpaba al Gobierno de Tsipras de que la deuda griega se haya vuelto inasumible, con gran descaro el Ejecutivo griego blandía el informe de la institución sita en Washington para intentar extraer de sus acreedores una quita, un término que suena a tabú en buena parte de las capitales europeas.  

Pese a la presura de los helenos, la formulación de un nuevo programa tiene toda la pinta de tardar. Máxime cuando además la economía griega se ha deteriorado tanto que el cumplimiento conllevará mayores sacrificios. “No sé si podremos encontrar un terreno común otra vez”, confesó el portavoz de los socialistas germanos en asuntos presupuestarios.

Para conseguir algún tipo de reestructuración de la deuda mediante ingeniería financiera, los griegos tendrían que acatar prácticamente todas las medidas de ajuste, así que el escenario más previsible en los próximos días sería el de un estancamiento de las negociaciones que nos conduciría irremisiblemente hasta el 20 de julio, fecha en la que Atenas tendrá que devolver 3.500 millones de euros al BCE.

Aunque el derrumbe de la banca griega bien podría acaecer incluso antes. Sin que el BCE amplíe su facilidad de liquidez, las entidades pueden quedarse sin fondos en cuestión de días. Llegado este punto, al igual que sucedió en 2012, Draghi podría solicitar al resto de países de la zona euro que avale los bonos griegos que sirven de garantía para los préstamos a la banca helena. Si los Gobiernos rehúsan hacerlo, ésa sería la señal política para desenchufar a la banca griega y dar comienzo a la salida de Atenas de la moneda única.

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