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Economía

El Gobierno tira la toalla: Madrid, cada vez más cerca de Lisboa y más lejos de Berlín

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, junto a la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, durante una sesión de control al Gobierno

Hay días en los que resulta imposible ser optimista. Abocada España a esas dos semanas clave a las que se hacía referencia en el “Con Lupa” del pasado domingo, la cosecha deparada por la primera de ellas no puede ser más pobre. La ducha fría llegó el martes desde Helsinki, donde los ministros de Finanzas de Alemania, Holanda y Finlandia, la Europa hormiga del norte enfrentada a las cigarras del sur, decidieron acabar de un plumazo con las esperanzas del Gobierno español de poder recapitalizar de forma directa, sin contaminar la deuda pública, nuestro sistema financiero, a través del fondo de rescate permanente MEDE –la nunca vista línea de crédito de 100.000 millones-. Los tres de marras decidieron que no: que los países que opten por utilizar esa financiación deberán asumir las pérdidas que la operación ocasione –y no los propios bancos-, lo que equivale a decir que los fondos que se utilicen de aquella línea pasarán a engrosar la deuda pública, que de esta forma se verá de golpe incrementada en más de 4 puntos de PIB, a tenor de las necesidades de capital de la banca hechas públicas el viernes por Oliver Wyman.

El cambio de actitud de los ricos ribereños del Mar del Norte, cuya importancia ha pasado casi desapercibida en España, hace trizas los acuerdos adoptados en la cumbre europea de julio, abriendo una nueva crisis en la eurozona, con su correlato de incertidumbre en los mercados financieros. Lo peor, con todo, es que, de acuerdo con fuentes solventes, la reunión de Helsinki pilló al Gobierno de Mariano Rajoy en pelota picada, sin la menor noticia no ya del encuentro sino de sus resultados, de nuevo cogidos por sorpresa, lo que equivale a decir que Moncloa no tiene interlocución directa con Berlín y no ejerce el menor peso en las decisiones que pueda adoptar el Ejecutivo de Angela Merkel. España, como el resto de países mediterráneos, es un junco movido por el viento de los intereses de la gran Alemania. Se explica, por eso, la desconfianza que el equipo de Rajoy transpira cada vez que sobre la mesa sale a relucir el papel de Alemania como gendarme del futuro español.

Las nuevas incertidumbres sobre el futuro español se plasmaron el miércoles en una subida de la prima de riesgo

Ese mismo martes, Artur Mas anunció en el Parlamento catalán el adelanto de las elecciones autonómicas al 25 de noviembre, una convocatoria entendida como un plebiscito en el camino hacia la independencia de Cataluña: “En momentos excepcionales, decisiones excepcionales”. Tan postrada ha debido advertir ahora mismo a la vieja España, tan débil a su Gobierno, tan urgido él mismo a enmascarar su propio fracaso como gestor, que este nuevo Companys no ha dudado en lanzar su dramático envite a uno de los Estados más antiguos de Europa: “son tiempos de jugársela”, apostilló el aventurero. La misma tarde del martes, el centro de Madrid era escenario de una batalla campal entre manifestantes y Policía en torno al Congreso, pelea que se saldó con espectaculares escenas de violencia que rápidamente dieron la vuelta al mundo vía tv e internet. Justo lo que necesitaba la imagen de España como país a medio camino entre la antigua Yugoslavia y la Grecia actual, país en entredicho aparentemente empeñado en suicidarse, con una clase política en default desde hace mucho tiempo. De echarle pimienta al asunto se encargaron algunos idiotas en nómina del PP, altos cargos todos, al comparar el supuesto cerco al Congreso con el golpe de Estado del 23-F, lo que viene a demostrar que los aludidos nunca sintieron en su carne el cerco frío del cañón de una pistola manejada por militar golpista.

Como era de prever, las nuevas incertidumbres sobre el futuro español se plasmaron el miércoles en una subida de la prima de riesgo hasta los 460 puntos y en una caída del Ibex de casi un 4%, la cuarta mayor del año. Fin de la luna de miel con los  mercados, tras la tregua dada por el BCE y el Constitucional alemán. En este marco tuvo lugar el jueves la presentación de los PGE para 2013. Es verdad que con la actividad en caída libre no cabe esperar milagros, pero el proyecto enumerado ayer al detalle por Cristóbal Montoro es muy decepcionante, por increíble y voluntarista. Todo el edificio se sustenta sobre una previsión de caída del PIB del -0,5%, cuando la mayoría de los analistas sitúan la contracción en el -1,5% y hay quien apuesta incluso por el -2%. Igualmente inalcanzable parece el objetivo de déficit –el 4,5%- fijado para el conjunto de las AA.PP., partiendo del hecho de que el de este año se cerrará en un abanico comprendido entre el 7% y el 7,5%, lejos del 6,3% comprometido por el Gobierno.

Rajoy no se atreve con las grandes partidas del gasto

Es impensable, por lo mismo, que el consumo privado vaya a registrar un retroceso del -1,4% en 2013 (-1,5% en 2012), en un contexto de agudización de la crisis, con más paro y menos dinero en manos de las familias, y otro tanto se puede decir de la inversión privada, que apenas cae un -2,1% frente al -9,9% de 2012. La crítica más severa, con todo, que se le puede hacer a estos Presupuestos es que no hay nada en ellos de liberal y sí mucho, casi todo, de socialdemócrata. De nuevo el PP traiciona su modelo. La evidencia ha demostrado que cualquier proceso de consolidación fiscal que aspire al éxito ha de centrarse en un recorte del gasto público muy superior a la subida de impuestos, en una proporción 70%-30%. En el proyecto del Gobierno, por contra, el gasto soporta un 58% del ajuste, mientras los impuestos suponen un 42%. Y es que el Gobierno y el ala socialdemócrata mayoritaria en el mismo se siguen negando, como ya ocurriera con los PGE de 2012, a meter la navaja a fondo en las grandes partidas estructurales del gasto. Los recortes, en efecto, recaen básicamente sobre la inversión pública, pero no se atreven con el empleo público, las pensiones, la sanidad o las prestaciones por desempleo, partidas que representan el 70% del gasto público total. Para rematar la faena, ni rastro de privatizaciones y cierre de empresas públicas. Una lástima.

Las subidas impositivas de este año y del próximo sólo contribuirán a penalizar la inversión y el consumo privado

En esa cobardía congénita reside la sustancia de nuestras desdichas actuales. Si este Gobierno, un mes después de llegado al Poder, hubiera tenido el valor de anunciar un ajuste radical del gasto estructural, sin tocar los impuestos –se ha demostrado que las subidas de impuestos en entornos recesivos no aumentan la recaudación-, seguramente hoy estaríamos viendo ya alguna luz al final del túnel. Por desgracia, la suma de las subidas impositivas realizadas en 2012 y las previstas en los PGE 2013 sólo contribuirá a penalizar la inversión y el consumo privado, acentuando la pendiente recesiva de la economía. El resultado se concretará en una recaudación fiscal inferior a la prevista. “Es política fiscal propia de un Gobierno de izquierdas; son los PGE que le hubiera gustado hacer a Zapatero; populismo cutre”, asegura un conocido economista liberal.

Unos Presupuestos, en fin, alejados de lo que la economía reclama en momentos tan dramáticos como los actuales. Demostrando la carencia de un proyecto político concreto, el Gobierno Rajoy parece haber tirado la tolla, resignado a que sea la troika, previa petición de mano (léase rescate), quien nos imponga esa disciplina presupuestaria que nuestra clase dirigente parece incapaz de llevar a cabo, a pesar de contar en este caso con una cómoda mayoría absoluta. El camino de Portugal parece ya marcado en nuestro destino. Se ha perdido un año, otro más, en la tarea de estabilizar las cuentas públicas mediante un ajuste creíble y consistente, y habrá que esperar la llegada de “los hombres de negro” con su aceite de ricino.

Todos pendientes de los mercados a partir de mañana

La fiesta puede empezar mañana mismo. ¡Manos arriba, que vienen los mercados! Para que a la olla española no le falte de nada, el viernes le añadimos las auditorías del tal Oliver Wyman. Después de cinco Decretos-ley y más de tres años de crisis financiera, resulta que la banca necesita 53.745 millones de sutura para cerrar el cornalón causado por la burbuja inmobiliaria, algo más de la mitad de aquellos 100.000 millones asignados por Europa para su rescate. El Gobierno, con la alegría que le caracteriza a la hora de los pronósticos, espera que solo sea necesario pedir a Bruselas unos 40.000 millones. ¿Asunto concluido? Pues no, señor, porque el proceso se alargará al menos hasta junio y está por ver que las entidades puedan entonces empezar a dar crédito, algo que, en última instancia, dependerá de que haya gente solvente que lo pida, es decir, de que la economía salga de una vez del coma inducido en el que se encuentra.  

Si los test de resistencia efectuados por Wyman a la banca resultaran convincentes y creíble la cifra necesaria para su definitivo saneamiento, y si además los PGE para 2013 fueran realistas y como tal aceptados por la comunidad financiera, esa confianza debería reflejarse a partir de mañana en una bajada de la prima de riesgo y en el consiguiente abaratamiento del coste de financiación de la deuda. Puro wishful thinking. Por desgracia, la reacción de los mercados no será buena, con lo que la dichosa prima podría repuntar de manera muy intensa en las próximas dos semanas, lo que aboca al Ejecutivo a pasar por la humillación de pedir el rescate de una vez por todas, ante la imposibilidad de nuestra economía de financiarse en el exterior. El Gobierno Rajoy ha fracasado, al no ser capaz de articular un recorte del tamaño del Estado mediante la introducción de reformas en los tres rubros responsables del agujero de las finanzas públicas: el Estado del Bienestar, el empleo público y el gasto autonómico. Cada vez parece más evidente que caminamos por la misma senda que Portugal, solo que con un año de retraso.

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