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Los cinco mandamientos de Rafa Nadal

Rafa Nadal en Roland Garros

Con Rafael Nadal no ocurre que se hayan agotado los adjetivos, como suele decirse, sino que se ha agotado ese mismo tópico de tanto repetirlo año tras año. No quedan palabras originales porque ya está todo dicho. Nada igual hemos visto y, con toda seguridad, no veremos algo así en el resto de nuestra existencia. Lo seguro es que todo lo que está haciendo el tenista de Manacor permanecerá en las memorias durante varias generaciones.  

Sus virtudes como deportista son de sobra conocidas. Todos sabemos que once tíos como él ganarían la Champions aunque militasen en el Osasuna. Disfrutar de sus éxitos se está convirtiendo en una placer infinito que nos permite olvidarnos de todas esas cosas vergonzosas y vergonzantes que nos rodean. Con una vida pública emponzoñada, tan cainita y absurda como siempre, sentarse a ver a Nadal, sobre todo en Roland Garros pero también en otros torneos, es ya un rito transversal para los ciudadanos

Nadal no sólo es irrepetible por los títulos cosechados y los récords alcanzados, que también, sino que ya está en la historia porque simboliza una serie de cualidades que desearía atesorar cualquier deportista. Son al menos cinco aptitudes que parecen innatas, como si las hubiera heredado de algún linaje que no parece real ni terrenal, aunque sabemos que es un tipo normal, de carne y hueso. Son sus señas de identidad que, teniendo en cuenta su religiosidad en el cumplimiento, más parecen mandamientos.  

1. Trabajo. Aunque la prosa se contagie de la emoción y desemboquemos indefectiblemente en la hipérbole, la verdad es que este tenista está donde está no por designios divinos, sino por su ciclópea capacidad de trabajo. Es un estajanovista que entrena y compite por encima del resto. Esa forma de correr, de pelear siempre por llegar a la pelota más difícil, de entregarse sin descanso en los partidos no tienen parangón. Ahí está la clave de su éxito.  

El manacorí no gana títulos porque grite "vamos" al lograr tal o cual punto. Vence y convence a los rivales justo por lo contrario, por la frialdad siberiana de su cabeza. Los aplasta mentalmente

2. Humildad. Quizás sea lo mejor que tiene Nadal. Ha ganado más que nadie y aún tiene años de tenis por delante. Ha roto todas las estadísticas y todos los pronósticos. Pero siempre habla como si fuera el número treinta del ranking, sin caer jamás en la tentación de ubicarse por encima del bien y del mal. No hay rastro de altanería, de soberbia o de exceso de confianza en su discurso. No se lo ha creído, en suma, pese a tener demasiados motivos para ello. 

3. Mentalidad. El manacorí no gana títulos porque grite "vamos" al lograr tal o cual punto. Vence y convence a los rivales justo por lo contrario, por la frialdad siberiana de su cabeza. Los aplasta mentalmente. Los agota y los desarbola con su juego y con su actitud. Sus nervios están hechos de una aleación bastante más dura que el acero. Esto entronca, claro, con que es un estratega del tenis capaz de llevar sus planes hasta el final, pase lo que pase, disciplinado para lanzar la bola al mismo sitio, llueva, truene o nieve.  

4. Deportividad. No sabemos cómo es Rafa en su vida íntima, pero en la pista es un caballero. No hay en nuestras retinas un mal gesto hacia un rival. Acumula respeto y buena educación para dar, tomar y regalar. Su comportamiento es exquisito en la victoria pero también la derrota. Sabe perder cuando le toca, pero también sabe ganar, acaso porque ha ganado mucho. Siempre tiene en cuenta a sus contrincantes. Nunca se ha regodeado o humillado, sino que siempre ha comprendido y hasta socorrido a sus víctimas.  

Nadal no nos representa, sino que como mucho nos puede inspirar. Es cierto que nunca seremos como él. Pero tenemos sus mandamientos para imitarle. En el deporte y en la vida

5. Perspectiva. Todo lo anterior nos lleva a esto último. Sólo con su manera de ser y estar en el juego, alguien llega a lo que Nadal demostró este domingo tras su victoria en Roland Garros. Sólo alguien con su capacidad de trabajo, su humildad, su mentalidad y su deportividad podría decir, como dijo, que lo importante es derrotar al coronavirus y que él, que se reconoce como un "privilegiado", sólo desea que su tenis entretenga a la gente, nos saque de esta ciénaga que padecemos. Y, por cierto, lo consigue. 

Es ya una vieja costumbre intentar extrapolar, patrimonializar y hasta politizar las virtudes de Nadal. Tonterías. Este lunes en El Mundo Iñako Díaz-Guerra escribía, y escribía bien, que Nadal no nos representa, sino que como mucho nos puede inspirar. Es cierto que nunca seremos como él. Pero tenemos sus mandamientos para imitarle. En el deporte y en la vida. 

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