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Sobre Simeone, la cobardía, los valores y las hecatombes

Simeone, con gesto contrariado.

Andan sublevados los colchoneros, como si por los pasillos del Calderón se escuchasen psicofonías de Gregorio Manzano. Ha sido insinuar su estrella que, como sigan así, igual bajan a Segunda y se han puesto en la cola de la carnicería la parca, Hasselbaink fallando en Oviedo, Dani Carvalho y hasta Rubí Blanc.

Son dos partidos de Liga, ambos contra oponentes recién ascendidos, y ninguna victoria. Peor aún: un guerracivilismo extraño que enfrenta a los muy cholistas con los cholistas a secas. Los hay que morirán con Simeone aunque éste decida un día jugar con tres porteros y existen los que le piden al argentino, no ya que cambie de disco, pero sí al menos de canción.

Muchos atléticos parecen ya hastiados de ver a su entrenador tratar al equipo como el padre neurótico que no lleva a su hijo al parque por si se le esmorra en los toboganes. Es indudable que el 'Cholo' tiende al paso atrás y al prietas las filas, pero esa línea de cuatro insípida del centro del campo se antoja excesiva armadura para rivales poco exigentes. Simeone juega demasiadas veces al no perder y lo que surja, y esa inercia favorable en la que tanto confía le es últimamente algo esquiva.

Hay varias razones que explican que el Atlético de Madrid empate ahora partidos que antes, de una u otra manera, terminaba resolviendo. Para empezar, sin efectivos del perfil de Miranda, Costa o Raúl García, el plantel ya no es tan temible a balón parado como en los albores de la era Simeone. Al Koke de agosto le cuesta coger la forma hasta para centrar bien y, una vez en la olla, sus balones suelen encontrar sólo la cabeza de Godín como aliada. Ese juego directo, que abría tantas latas y arañaba tantos puntos, es hoy anecdótico.

Sabe Simeone tanto que la afición está con él como que la memoria en el fútbol es muy corta

Es evidente que en todo esto influye también la mutación de libreto ofensivo. Con Griezmann, Gameiro y Torres, el Atleti está bien preparado para jugar al espacio, pero peor configurado cuando se deja de rasear la bola. Por eso el cuerpo técnico insistió tanto en repatriar a Diego Costa y por eso el 'Cholo' anda, con razón, con el morro torcido en ese tema. Su ariete de campanillas, no lo olvidemos, ha terminado siendo el delantero que el Barcelona quería como suplente.

En su debe queda, eso sí, el poco atrevimiento a la hora de ponerle picante a sus salsas. Con Correa, Gaitán y Carrasco en el banquillo, el míster de San Nicolás tiene a tres agitadores de primer nivel contemplando desde la banda cómo el equipo se da cabezazos contra un muro durante setenta minutos para luego, en veinte, tratar con prisas de arreglar el panorama.

No es fácil, en estos tiempos del maniqueísmo constante en el análisis diario (hoy te amo, mañana no te quiero ni ver), mantener la perspectiva. El Atlético debutó con un partido que mereció ganar holgadamente y siguió con otro en el que fue algo mejor que el adversario, pero sin alharacas. No supone un fracaso pero sí un toque de atención para un conjunto que cada vez comprueba más a menudo cómo los rivales teóricamente inferiores se le suben a la chepa con una fórmula nada compleja: regalarle la bola y aguardar en la trinchera.

Sabe Simeone tanto que la afición está con él como que la memoria en el fútbol es muy corta. El cómo de la derrota de Milán (otro repliegue inoportuno cuando el partido exigía saltarle a la yugular) caló en la grada, que no exige fantasismo, pero sí valentía. Nadie mejor que el 'Cholo' sabe descrifrar el código genético colchonero; ninguno representa mejor sus valores. Pero demasiadas voces claman ya contra el riesgo permanente de morir en la orilla.

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