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Bakú, sede de los Juegos Europeos y epicentro de la represión azerbayana

Estadio olímpico de Bakú.

Ilham Aliyev se adapta bien al perfil de líder autoritario del siglo XXI. Es presidente de Azerbaiyán desde el fallecimiento de su padre, Heydar, que tomó el control del país poco después del hundimiento de la Unión Soviética. Aliyev celebra regularmente elecciones, pero nadie termina de creérselas. Los observadores internacionales, cuando son invitados, no dan crédito a la suciedad que se ve en los comicios.

Poco importa, Aliyev es un líder aceptado sin dificultades por occidente, llamado a las grandes cumbres y cortejado por los gobernantes europeos. Su país se asienta sobre copiosas reservas de petróleo y gas, motivo suficiente para que se mire para otro lado cuando se empieza hablar de derechos humanos, punto flojo en el régimen. Llega incluso a tomar asiento en el Consejo de Europa, uno de los garantes de las libertades en el continente.

Las periodistas españolas Marta Arias y Bárbara Ayuso escribieron hace unos años una crónica sobre los despropósitos del régimen de Aliyev. En ‘Viaje al negro resplandor de Azerbaiyán’ no se detuvieron en los edificios acristalados que crecen como chinches en Bakú sino que buscaron a esa gente que, a pesar del miedo, aún levantaba la voz ante las atrocidades que se cometen en el país.

Encontraron disidentes en la cárcel por supuesto tráfico de drogas, una de las más habituales penas para quien solo comete el crimen de quejarse de la injusticia. Dieron con líderes opositores que habían sido espiados hasta el punto de ver como vídeos de su vida sexual grabados en esas pesquisas eran publicados y publicitados para el escarnio de quien pensaba diferente. Se enfrentaron a la situación de uno de los pocos medios de comunicación no controlados por las entrañas del estado y vieron lo difícil que era contar cosas sin el respaldo del gobierno.

"El gobierno azerbaiyano ha aumentado la represión a sus críticos, un dramático deterioro de su ya de por sí pobre registro en defensa de los derechos humanos", dice el informe anual de HRW

Las principales organizaciones que vigilan los derechos humanos en el mundo emiten cada año dictámenes alertando de las atrocidades en Azerbaiyán. Human Rights Watch encabezaba su informe de este 2015 con estas frases: “El gobierno azerbaiyano ha aumentado la represión a sus críticos, marcando un dramático deterioro en su ya de por sí pobre registro en defensa de los derechos. Las autoridades han condenado al menos a 33 activistas por los derechos humanos, políticos, periodistas o blogueros por motivos políticos, obligando a otros al exilio o esconderse”.

“Al menos seis destacados defensores de los derechos humanos fueron encarcelados y prominentes organizaciones de derechos humanos tuvieron que cerrar o interrumpir sus actividades. Continuaron los actos de hostigamiento y violencia y la presentación de cargos falsos contra periodistas independientes. La libertad de reunión seguía restringida. Hubo informes frecuentes de tortura y otros malos tratos”, decía el informe de Amnistía Internacional al principio de este 2015.

Y, a pesar de todo esto, que es evidente para el observador externo, Bakú será la sede de los primeros Juegos Europeos. La ciudad, que ya ha aspirado (y lo seguirá haciendo, porque ambición no falta) a unos Juegos Olímpicos busca foguearse en la apertura de una cita que nadie sabe si se convertirá en algo bueno o será solo un nuevo intento de explotar el deporte sin éxito. Resulta curioso que Europa, lugar donde se valora la libertad casi como emblema, haya aceptado que su primera vez sea en un sitio tan poco representativo del continente, tanto geográfica como políticamente. Pero ganó el dinero, como por otro lado es tendencia en los grandes núcleos de decisión del deporte.

Estos días se debate la sede de los próximos Juegos Olímpicos de Invierno, con Almaty (Kazajstán) y Pekín como opciones. No hay países con democracias bien asentadas y libertades básicas garantizadas que quieran la cita. Los últimos, que se convirtieron en los Juegos más caros de siempre, muy por encima de cualquiera de verano, fueron en Sochi, Rusia. Los próximos mundiales de fútbol, si no lo tuercen las investigaciones del FBI, serán en las sospechosas Rusia y Qatar. Lugares que buscan mostrar su fachada de dinero pero no pretenden cambiar lo carcomido en sus entrañas. Una cura de imagen para regímenes señalados. Mercadotecnia de precio desorbitado.

Son muy pocos los que levantan la voz ante lo evidente. El 28 de abril el Comité Olímpico Español presentaba sus nuevas equipaciones. En el acto hablaron el presidente de Joma, el presidente del COE, Alejandro Blanco… y el embajador de Azerbaiyán en España, Altai Efendiev. Su discurso habló de los Juegos que ahora empiezan y se dedicó a glosar las bondades de su país, que tienen más que ver con lo artificial de las nuevas y carísimas construcciones que con una sociedad justa y democrática. Al terminar Blanco echó flores al embajador y su país, incluso llegó a pedir que en un futuro los Juegos Olímpicos sean en Bakú, esa ciudad de fachadas de cristal pero poco transparente en su interior.

No ha sido el único homenaje que ha tenido Azerbaiyán en los últimos meses en el COE. El 29 de mayo acudió de nuevo el embajador, en este caso acompañado del director ejecutivo de la Fundación de la Juventud, Farjad Jadziyev. En esta ocasión era para presentar el proyecto más en profundidad.

Solo Bakú aspiró a organizar los Juegos Europeos en su intento de acercarse al entorno continental

De nuevo flores al evento, a las modernísimas instalaciones, al seguro éxito de los Juegos Europeos. De lo nuclear, nada. El principal motivo de este descuido es que Blanco es uno de los principales impulsores de la cita, algo habitual en otros continentes que Europa, hasta el momento, había descartado. Nadie quería organizar esto, con el riesgo económico que conlleva una cita nueva. Un portavoz del COE resalta que la institución no tiene ningún vínculo especial con el país caucásico, que la presentación ha sido común en otros países europeos y que solo hay de fondo cierta gratitud por haber dado el paso de organizar la cita que tuvo muchos visos de quedar en el olvido sin haber empezado.

Azerbaiyán dedica todos sus esfuerzos, y sus cuantiosos fondos, a promocionar lo que no es: una democracia homologable. No es nuevo el intento, ni será el último. La república exsoviética aprovechó Eurovisión para mostrar su capacidad organizativa (y para aumentar la represión, que no se viera fuera lo que escuece dentro), se sienta en el Consejo de Europa, o se publicita en camisetas de equipos de fútbol como el Atlético de Madrid. El régimen de Aliyev trata por todos los medios de acercarse a Europa aunque sus intentos se hagan desde la cosmética y no por la vía de la reforma.

Jacques Rogge, que fuera presidente del Comité Olímpico Internacional, tuvo que lidiar con una situación similar con los Juegos de Pekín. Su interés fue siempre desligar el deporte de la política, recordar que no es el olimpismo quien tiene que cambiar los países y que hay instituciones más importantes que pueden ejercer la presión debida para cambiar el rumbo de regímenes tiránicos. Es cierto, la culpa de la represión en Azerbaiyán no es del deporte, pero sí lo será la promoción errónea de un país de abundante dinero e insuficiente libertad. Los primeros Juegos Europeos se verán marcados siempre por la sombra de la duda en la ciudad que los organiza, Bakú.

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