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La Roja Fútbol Club (o cuando no parecíamos españoles)

Hinchas españoles sufren durante el partido ante Italia.

España ha cerrado un ciclo. Ha dejado de ser campeona. Primero fue en Brasil, donde cedimos la corona mundial. Y ahora en Francia hemos entregado el cetro continental, cerrando así un círculo virtuoso que se inició en 2008 en Austria, precisamente ante Italia, nuestra verdugo en Burdeos. Jamás vivió el fútbol español tiempos más felices. Bicampeón de Europa y, sobre todo, campeón del mundo. Al mando de la nave dos hombres: Luis Aragonés y Vicente del Bosque. Chulería y señorío. Anis y coñac. Sol y sombra. 

El primero apostó por un modelo y por "ganar, ganar y ganar". El segundo mantuvo firme el rumbo de la nave y matizó el juego de la Roja. Contará la historia que el seleccionador que hizo ganar el Mundial a España fue Del Bosque. Como contará que ese equipo lo lideraba un cacique como Puyol. Dos años después Del Bosque emuló a Aragonés en una Eurocopa goleando en la final, en uno de los partidos más excelsos de la historia de la Selección y de la Eurocopa, a Italia (siempre Italia). Aquel equipo lo lideraban en la sala de máquina dos jugadores: Xavi Hernández y Xabi Alonso. Mediterráneo y Cantábrico. La Masía y La Concha

Hoy esa España ha echado el telón. Fin de la función. Ya no están Puyol ni los Xav(b)is. Villa ha emigrado a hacer las Américas, Fernando Torres apura el cuentakilómetros en el Calderón y Casillas ha visto los toros desde el burladero en Francia. De aquel equipo que maravilló al mundo apenas restan el celestial Iniesta, el cuestionado Piqué, el lateral Ramos reconvertido a central dubitativo y un Busquets desdibujado en esta Eurocopa. Todos los demás son piezas nuevas que Del Bosque ha ido improvisando. Y con diferentes piezas es imposible hacer dos veces el mismo puzzle. 

El fútbol de la Roja ha trascendido al resultado como lo hizo el del Brasil del 82, la Holanda de Cruyff o la Hungría del 54. Pero a diferencia de ellos, la España del tiqui-taca ha coronado su juego con títulos

España ha dejado en la retina partidos esplendorosos, más allá del resultado. Un fútbol comparable al del Brasil del 82, a la Holanda de Cruyff o a la Hungría del 54. Equipos todos cuyo juego trascendió a los resultados. Sin embargo, la España del tiqui-taca ha logrado coronar su juego con títulos. Y lo ha hecho firmando encuentros deslumbrantes como la semifinal de la primera Eurocopa ante la Rusia de Arshavin, algunas fases de la semifinal del Mundial de Sudáfrica ante Alemania o la exhibición en la final de la segunda Eurocopa ante Italia en Kiev. Encuentros que ya descansan en el imaginario colectivo. Hasta los números hablan bien de esta España en la que Aragonés dirigió 59 partidos con un porcentaje de victorias del 70% y Del Bosque un inigualable 78% en 108 partidos. 

Pero además, esta Selección logró desterrar el pesimismo antropológico español y el cainismo. Conectó con los aficionados por su fútbol de barrio, sus jugones. Un estilo que ha llenado las gradas de camisetas de la Selección, produciendo una identificación antes nunca vista. Durante un tiempo La Roja Fútbol Club ha logrado unir al país en torno al balón, empuñando banderas sin pudor ni recelo. Pero todo lo bueno se acaba. Y ocurrió en Brasil. Inesperadamente. En un duelo que llegó empatado al descanso con una Holanda discreta y en el que 25 minutos malos firmaron la sentencia del equipo e iniciaron su declive. El 1-5 final pesó demasiado y España se marchó inaugurando una pésima dinámica que ha firmado su epitafio en Francia. La Selección que enamoró al mundo ha pasado a la historia. 

Apenas 48 horas después de ser eliminados por una ilusionante Italia, asistimos al esperpento diario que ofrece un periodismo deportivo que rapiña los restos de esta Selección para ofrecer algo a su audiencia insaciable. Telepredicadores nocturnos incapaces de recitar el once del rival buitreando imágenes, columnistas apocalípticos tiñendo sus análisis con los colores de los clubes que les llenan el estómago o vocingleros ventajistas esquilmando a los jugadores desde sus pedestales radiofónicos.

Telepredicadores nocturnos, columnistas apocalípticos y vocingleros ventajistas buitrean con su periodismo de rapiña restos del final de esta Selección que ofrecer a su insaciable audiencia 

En 1982, después de ser eliminada por Italia en Sarriá, Brasil regresó a casa. Aterrizó en Río de Janeiro sin reproches. Los jugadores fueron aclamados y Tele Santana fue proclamado mejor seleccionador de su historia. Entre los aficionados que fueron a recibir a la Seleçao estaba el músico Toquinho, que fue a recoger a su amigo Sócrates, quien preguntado por la derrota se limitó a decir: " ¿Perdimos? Mala suerte y peor para el fútbol". Y seguidamente se encendió un cigarrillo y se fue a tomar una cerveza con su amigo. Eso debería hacer Del Bosque. Vicente pasará a la historia como el Tele Santana del fútbol español, por más que le pese a alguno. Suponiendo que sepa quién es Tele Santana...

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