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Tim Duncan y el adiós discreto del héroe silencioso de una generación

Duncan, durante un partido.

Noche del 2 de enero de 2016. Parecía un sábado cualquiera en San Antonio, pero no lo iba a ser. Derbi tejano entre Spurs y Rockets solventado por los locales con holgura, yéndose a 121 puntos, pero con una rareza en el boxscore: por primera vez en diecinueve años de carrera, Tim Duncan no había sido capaz de anotar ni una sola canasta. Aquella noche, 1.359 partidos después, nos dimos por enterados definitivamente de que 'Timmy' se nos había hecho mayor.

Quizá por el mote de Montes, aquel 'Siglo XXI' que le llenaba la boca, la generación de jóvenes que nos acercamos a la NBA a finales de los noventa siempre vimos a Duncan como un jugador del que la historia nos permitió disfrutar antes de tiempo. Como esa película que se filtra en Internet y que te avisa con un letrero blanco que pasa continuamente de que no deberías estar viéndola todavía. Era un cuatro contra natura, demasiado técnico y demasiado exuberante en sus hechuras. Un cachito puesto en techincolor de lo que luego sería el baloncesto moderno.

Siempre fiel al plata y negro de los Spurs salvo aquel devaneo veraniego con los Magic que no logró hipnotizarle, nos enseñó que se puede dominar discretamente, sin maneras de pavo real, en una liga en la que casi todo lo puede el ego. Él, que fue a recoger un galardón de MVP en camiseta, bermudas y sandalias de cura mientras otros se embutían en trajes de seda, se ha ido del baloncesto siendo fiel a sí mismo. No ha necesitado una gira de estrella de rock, ni ovaciones en pie en cada pabellón. Se ha marchado cerrando la puerta en silencio, como el sereno que cambia de turno cuando se hace de día.

Nos quedan unos fundamentos para enseñar en las escuelas y la duda de si aquel chico tímido que se hizo baloncestista porque el clima arrasó la piscina en la que entrenaba se nos va como el mejor ala-pívot de la historia. Es algo que nunca saldrá de su boca y que, aún así, todos  a su alrededor murmurarán cuando le vean aparecer en cualquier sitio, despreocupado, en camisa de manga corta.

Existe una avalancha de estadísticas que soporta la teoría de que Tim no sólo ha sido el más eficiente de siempre en su puesto, sino quizá también el jugador de toda una generación. Más que Kobe, que 'Shaq', que Garnett. Pero ni él ni nosotros necesitamos tanto análisis parar reparar en que se va de la liga alguien insustituible. Queda el estilo con Popovich, ése que tratarán de replicar dos herederos honorables como Aldridge y Gasol, pero ya sin el líder tranquilo ejerciendo de faro. Nadie bailará el 21 con tanta clase alrededor del aro. Y nadie tirará nunca a tabla como el muchacho de las Islas Vírgenes que el huracán Hugo regaló al baloncesto.

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