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Zidane, el recambio de Ancelotti que fracasa con el Castilla

Zidane y Ancelotti.

En los días malos de Ancelotti los terminales mediáticos de Florentino pusieron a calentar a su sustituto: Zidane. Le achacaban al italiano falta de carácter, pues muchos creen en la cofradía de la fusta, y para demostrar que su hombre sí tiene sangre en las venas mostraban una fotografía en la que el francés agitaba sus brazos como un ventilador mientras el técnico blanco no movía siquiera una de sus inquietas cejas. No parecían recordar al Zidane más habitual, callado, casi soso, distante con su alrededor. La fotografía se viralizó y se convirtió en dogma.

En realidad la justificación es lo de menos, pues con Zidane hay una política de hechos consumados. Florentino quiere que sea importante en el Madrid, quiere que el futuro dependa de él. No importa lo buen o mal entrenador que sea, al fin y al cabo el presidente blanco nunca entendió que el técnico fuese algo a tener en cuenta en el fútbol. Se pone porque lo exige la norma.

Zidane y sus aspavientos

Lo primero que rechina en el Zidane técnico es la vocación, o más bien la falta de ella. Durante su carrera no expresó su interés por terminar en un banquillo, sus compañeros no le recuerdan como alguien especialmente implicado en las cuestiones tácticas y, al terminar de jugar, al contrario que la mayor parte de jugadores con vistas a ser técnico, se tomó un periodo largo de tiempo antes de poner su mirada en los banquillos. Tanto es así que este año, cuando ya mandaba en el Castilla, aún no tenía los cursos necesarios para ejercer como tal. Solo hace unos días le llegó la certificación. Florentino, que siempre le quiso a su lado, hizo lo posible primero por adaptarle a los despachos, pero el francés, en algún momento, decidió cambiar el paso. Ahí su mentor decidió ponerle de asistente de Ancelotti y luego entregarle el filial.

En su día Zidane habló sobre ese desapego a los banquillos, los motivos que le retrasaron el paso hasta convertirse en técnico: “Quizá inconscientemente estaba asustado, con temor a ser traicionado. Con miedo a confiar y ser decepcionado. Con el tiempo, me abro más fácilmente, tengo más confianza”.

En su primer año, como asistente de Ancelotti, fue campeón de Europa. Es difícil cuantificar las bondades de un auxiliar en el banquillo, más aún en los tiempos actuales en los que los clubes son herméticos, el silencio norma y los entrenamientos cerrados con candado. Se sabe que ejerció de psicólogo con Benzema, que realizó su mejor temporada con Zidane en la sombra. Un trabajo importante, necesario incluso, pero que no es capaz de dimensionar las capacidades del francés para ser técnico.

El Castilla era, por lo tanto, la mejor prueba para el futuro técnico del Madrid. Es difícil pensar que lo que ha hecho en el filial blanco es un éxito. El equipo llega a la última jornada en la novena posición, sin ninguna opción de entrar en los play-off de ascenso, lo que era único objetivo para un equipo que congrega niños con futuro de estrella. Empezó muy mal, en invierno tomó una buena senda y se acercó al ascenso pero ha terminado enfangado y muy lejos de sus metas.

No se recuerda al equipo por su gran juego, y eso que talento hay en la plantilla. Del vestuario han salido rumores de problemas importantes, faltas de disciplina y enfados por la dirección del plantel. La entrada de Odegaard en invierno no fue positiva para un equipo que vivió en la desconfianza y el recelo al nuevo, que no tiene relación con sus compañeros y parece desconectado del juego del equipo. No es la única queja que se oye en el vestuario, algunos piensan que Enzo Zidane, el hijo del técnico, ha tenido más oportunidades de las que exigía su calidad y que eso ha podido bloquear algún talento mayor.

No ha sabido dominar el vestuario y algunos jugadores le acusan de darle demasiadas oportunidades a su hijo

El fracaso es evidente, aunque nadie le señalará como culpable. Le han puesto el molde de Guardiola y no importa que no de la talla, o que no haya demostrado nada. Será entrenador del Real Madrid, más pronto o más tarde, le preparan para ello. Cuando le nombren, que es el deseo del presidente, volverá a mencionarse su carácter (y se enseñará la dichosa foto) y su pasado glorioso con las botas. No importará la frase del propio Zidane en la que dice que “haber sido un buen jugador no te hace un gran técnico”, ni que su primer encargo importante dentro del club haya sido un fracaso. Le valdrá el nombre, la confianza del líder y la sensación de que para Florentino Pérez la posición de entrenador es algo secundario.  

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