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Mejores plantillas, peores equipos

El Real Madrid se lamenta tras un gol encajado en Mestalla.

A punto de cumplirse el segundo tercio de temporada, Real Madrid y Barcelona lideran la tabla pero generan demasiadas dudas futbolísticas. La derrota de los blancos en Mestalla confirma que su fútbol tiene más que ver con el estado de ánimo que con la pizarra de su entrenador.

Los madridistas han dibujado esta temporada una trayectoria similar a la del año final de Ancelotti. Después de completar una racha majestuosa con un fútbol vertical y atractivo, el equipo se ha desinflado tras el Mundial de Clubes coincidiendo con el declinar de la BBC. Benzema, acuciado por los problemas extradeportivos, parece reservarse para los partidos grandes, Bale llevas meses en el dique seco y Cristiano pasa por su meses de barbecho para luego ponerse a punto en la recta decisiva de la temporada.

En medio de este escenario Zidane ha desarrollado una llamativa capacidad para implicar al mayor número de jugadores, a excepción del rebelde Isco y de un desdibujado Asensio. Tiene Zinedine la más difícil de las tareas: conciliar el ego de sus jugadores y el de su presidente y director deportivo, Florentino Pérez. El francés ha demostrado elegancia en el trato y acierto en la gestión. Zizou pertenece a esa escuela de entrenadores que maneja el vestuario con normalidad, lejos del intervencionismo de Rafa Benítez que tanto exasperaba a Sergio Ramos, Cristiano y compañía.

Tácticamente no ha aportado grandes novedades, más allá de mantener el 'obligado' 4-3-3 con la tripleta arriba, equilibrando el dibujo con Casemiro y apostando por dos bandas largas que en ocasiones dejan demasiados desnudos a sus maltrechos centrales. Más que un entrenador Zizou hace las veces de psicólogo en una plantilla confeccionada aleatoriamente para jugar y ganar partidos grandes. Ofensivamente está en sus registros habituales, pero evidencia notables problemas defensivos (ha recibido 20 goles, por los 29 que encajó la Liga pasada). La plantilla se hace mayor y los años se notan en los partidos a cara descubierta con equipos descarados como el Celta o Nápoles, donde el equipo sufre en el repliegue.

Ni posesión ni Masía

El Barcelona apostó por reforzarse poderosamente en verano con André Gomes, Denis Suárez, Samuel Umtiti, Lucas Digne, Jasper Cillessen y Paco Alcácer. A día de hoy ninguno es indiscutible y el Barça es un equipo desorientado sin una idea reconocible de juego. Un grupo que se encomienda al tridente ofensivo y sufre cuando le toca defender. Este Barcelona de Luis Enrique desprecia los pilares que le ha hecho grande: la posesión (como argumento defensivo y ofensivo) y el protagonismo de jugadores de La Masía.

El asturiano verticalizó la propuesta ofensiva de Guardiola entregando a Messi, Suárez y Neymar el balón y los espacios. Eso ha tenido consecuencias devastadoras para un equipo que ha pasado de tener el mejor mediocampo del mundo a vulgarizar su fútbol con jugadores como André Gomes, el alicaído Rakitic o un intrascendente Denis. El lento declive del majestuoso Iniesta y la caótica temporada de Busquets retratan perfectamente el momento que se vive en Can Barça. El equipo deja de ganar más partidos que nunca (8 en 23 jornadas por los 9 que acumuló en toda la Liga pasada). Y pese a la sangre nueva el grupo ha perdido hambre, algo que se manifiesta a la hora de recuperar la bola tras pérdida.

A ello se suma la inexistente relación del vestuario con un técnico de trato complicado que en lugar de ganarse la autoridad abusa de su poder para imponer su jerarquía. Y aún así es Messi quien dirige los designios del equipo culé, salpicado por los escándalos extradeportivos de carácter fiscal protagonizados por sus estrellas. En Barcelona se habla de final de ciclo. Futbolísticamente es innegable, competitivamente es cuestionable estando Messi, Suárez y Neymar por medio.

Real Madrid y Barcelona son casos de grandes plantillas que compiten y ganan gracias al talento individual de sus estrellas. Sevilla y Atlético son equipos de autor cocinados con mimo y oficio por sus entrenadores: Sampaoli y Simeone. En el Pizjuán, Monchi ha apostado por un técnico ambicioso hasta la inconsciencia. Un tipo que tensa los partidos hasta el frenesí, alimentado por una grada sevillista que se recrea en ese extremismo maniqueo que separa el Olimpo de la victoria del infierno de la derrota. Un equipo que se hace largo, como la zancada de Vitolo, la figura de Nzonzi o las subidas de Mariano y Sarabia. Un equipo de pierna dura y buen pie de Nasri, Ganso o Mudo Vázquez.

Frenesí en Nervión

Nervión huele a azufre, especialmente cuando lo pisan equipos grandes. Este Sevilla siempre pone el pecho a la balas enemigas, aunque eso le cueste a veces que le partan la cara. Desmenuza a los rivales, planteando venenosas partidas de ajedrez a los técnicos contrarios. Sampaoli eligió la tercera vía, renegó de menottistas y bilardistas, convirtiéndose en el bielsista más consistente. El límite del Sevilla no lo conoce nadie y las incorporaciones de Lenglet y Jovetic invitan a disparar aún más las expectativas.

Por último aparece un Atlético desconcertante. Gil Marín le llenó en verano el vestuario a Simeone de secundarios como Gaitán, Vrsaljko o Gameiro para seguir luchando con los 'grandes'. Algún día alguien le reconocerá al Cholo el mérito sostenido de su labor en el Calderón.

El equipo vive una temporada de confusión. Ha perdido el sello cholista, encajando más goles que nunca, y perdiendo esa fiabilidad que ha cambiado por un fútbol vertiginoso afilado por Carrasco, Gameiro y Torres. Tipos tan verticales como imprevisibles ante el portero.

Griezmann, al que se le está poniendo cara de próximo negocio de Gil Marín, es el referente ofensivo de un equipo en el que Gabi, a sus 33 años sigue siendo insustituible. Koke y Saúl deben subir más escalones y atrás el equipo ha perdido solvencia. Ya ha encajado más goles que la pasada temporada y aún restan 15 jornadas. A eso suma su irregularidad lejos del Calderón, donde ha ganado menos de la mitad de los partidos jugados. Buscando su identidad, se ha colado merecidamente en los octavos de Champions con buenas expectativas de estar en cuartos. En Liga su pelea pasa por lograr una plaza directa de Liga de Campeones, cerrando así una plácida mudanza al Wanda Metropolitano.

Cuatro equipos, cuatro estados de ánimo. Solo el Sevilla llega instalado en la euforia a este momento de la temporada. El Real Madrid domina con su clásica pegada y un oficio casi funcionarial a un Barcelona taciturno que se desfigura mientras el Atlético trata de reinventarse. Un año después hay mejores plantillas, pero peores equipos.

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