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Isco es Iniesta

Isco juega bien. Muy bien. Y distinto. Con arte, clase e imaginación. Alumbra jugadas hermosas y diferentes, complicadas de adivinar, un jeroglífico constante para el rival, una delicia permanente para la vista. Controles precisos, recortes en seco, pases intencionados. Su irrupción circunstancial en la alineación ha mejorado al Real Madrid y (mérito éste de Ancelotti) desmontado una vez más la teoría mentirosa del equilibrio. Cuanto más buenos juntos, mucho mejor un equipo. 

Lo de su talento, eso sí, ya se sabía. Lo había aireado antes de llegar al Real Madrid y sobre esa maravillosa forma de jugar se había justificado su fichaje. Y por eso se le echó también tanto de menos en las ausencias, por eso se cuestionó tanto el acierto de su decisión. ¿De qué le sirve a un futbolista así dar el salto si luego no juega? Como coartada de sus suplencias tuvo que soportar un puñado de prejuicios ficticios, clásicos por otra parte. Quizás ahora se haya ganado ya el sitio para siempre. Aunque está por ver qué ocurrirá cuando vuelva Bale, en nada.

Pero más allá de su fútbol primoroso, Isco aporta simpatía. Y no contando chistes, sino con su juego. Su fútbol contagia felicidad y no despierta la animadversión de los jugadores y las hinchadas rivales. Casi al contrario genera ganas de abrazarle o de aplaudirle. En Granada volvió a ocurrir. Salió del campo y la afición del equipo derrotado le despidió con una atronadora ovación. Eso no es fácil de conseguir, y menos en un equipo como el Madrid, que patológicamente cae mal, que está lleno de jugadores engreídos y prepotentes, que tiene a Pepe y a Cristiano. Pero Isco es Iniesta. No se le detesta, se le quiere. Aunque vista la camiseta contraria. Es adorable, sano, a ojos de todos. En campo propio o ajeno. Y eso es un valor añadido (los aplausos valen a veces tanto como los puntos) que el Madrid no puede permitirse desaprovechar.

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