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Diego Costa pierde en misa

El debate era otro. Futbolístico, no de sangre. Contaminado por la xenofobia de muchos compatriotas, periodistas y futbolistas incluidos, la cuestión se convirtió en una batalla por la dignidad y los derechos humanos. Por salvar a Diego Costa, español y seleccionable, de un linchamiento público al que muchos se lanzaron sin taparse esta vez la cabeza con una sábana blanca. Y se pasó por alto el asunto que de verdad daba para la conversación: la conexión futbolística entre una forma de jugar, la de La Roja, y otra antagónica, la del jugador del Atlético.

Diego Costa es español y seleccionable, en suma. Otra cosa es que pegue por forma de jugar en un grupo con hábitos opuestos. El estreno del rojiblanco con la selección de Del Bosque hurgó en ese conflicto. No casaron bien. España jugó a lo de siempre, el toque y el dominio, y Diego Costa jugó a lo de nunca, procuró adaptarse. Sin éxito. Volvió a costar ver con naturalidad desempeñarse en esa fórmula a un nueve de referencia.

Es pronto para negar el matrimonio. Porque como recurso, como variante para cuando a La Roja le toque buscar otros caminos, Diego Costa siempre sirve. Por la vía convencional le costó. Aunque también es cierto que el jugador actuó cohibido, muy alejado de sus habituales maneras, demasiado pendiente de parecer un chico formal. Ni un choque, ni una bronca, ni una mala cara. Ni un regate de más, ni una sola idea individualista. No fue el Diego Costa del Atlético. Jugó en el Calderón, como de costumbre, pero vestido con el traje de la Primera Comunión. Y así penaliza las características que le han llevado hasta ahí.

Es pronto para saber si Diego Costa encajará en ese modelo de juego y ese panorama tan vacío de espacios. Concedamos el pinchazo de ayer a la timidez del estreno. Pero lo seguro es que para funcionar, en el equipo que sea, Diego Costa tiene que ser el que vuelve a casa con barro en los zapatos y un siete en el pantalón. El Diego Costa genuino, no su ángel de la guarda.

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