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Carolina Marín y su guerra abierta contra la Federación: trastienda del éxito de cambiar castañuelas por raquetas

La onubense Carolina Marín.

La Orden es una de las barriadas más heterodoxas de Huelva. Transición geográfica entre las dos alturas de la ciudad, es la más populosa de la capital choquera: más de 40.000 vecinos que viven en la tradicional dualidad Orden Baja-Orden Alta. Dos realidades que se funden en una cuando se habla de bádminton y se cita a la mujer que ahora, por encima de un deprimido Recre, es la verdadera bandera del deporte onubense.

En la zona de la ciudad donde los tatarabuelos plantaban viñedos y olivos hay hoy una casa que amanece forrada de banderas y pancartas en honor a Carolina cada vez que ella gana un título con cinco horas de diferencia. La niña que taconeaba sevillanas de marismas y romeros se crió en esas calles que no dejan de presumir de ser cuna de una pionera.

Agarró la raqueta y el volante con ocho años, por accidente, y dicen los que vieron madurar a aquella muchacha inquieta que hubiera arrasado adoptando cualquier otro deporte. Con una hoja de ruta diseñada para ella, no le pareció suficiente con ser la mejor de su continente, que quiso serlo del mundo en latitudes lejanas y territorios inhóspitos para una europea.

Y lo consiguió. Destronó a las asiáticas e hizo valer por cientos cada licencia de las siete mil que tiene España. Algo así como si la mejor pescadora de salmones hubiera nacido en Argelia.

Dicen los que la vieron madurar que hubiera arrasado adoptando cualquier otro deporte

Recibida como heroína en su tierra y aclamada por el mismo Rafa Nadal, su santo y seña, Carolina contempló mientras cómo la federación del deporte que ella colocó en las portadas de los diarios le quería cortar las alas.

Ella, que ganó su primer Mundial en Dinamarca con la japonesa Yonex, su proveedora de equipamiento deportivo, como patrocinador único, quiso ampliar miras comerciales tras el éxito. Sorprendida, reparó en que la Federación Española de Bádminton reclamaba con oportunismo su porción de ese pastel. Los porcentajes del ofrecimiento eran inaceptables.

El agravio definitivo, sin embargo, tocó a la brújula de su día a día. Fernando Rivas, su entrenador (“como un padre”, dice ella), el hombre que rebaña en cada torneo para sacar toda la Carolina posible a la pista, era obligado a compartir su área de gestión.

Una degradación endulzada que empujó a la andaluza a jugar al ataque. “Espero que dimitan el presidente y otras personas, para que no se vea tan afectado el bádminton y para que cuando se hable de bádminton se hable de títulos y no de conflictos”.

Rivas, que mamó este deporte en los Escolapios de Granada, no titubea cuando afirma que David Cabello, el presidente de la FESBA, se lo está poniendo “muy difícil” para no arrojar la toalla. “El ambiente en los entrenamientos es venenoso; quieren quemarnos”, añade.

Tras su primer Mundial, la Federación reclamó su porción del pastel con porcentajes inaceptables

Su única reclamación, una subida del 23% en un sueldo (2.000 euros al mes) que le triplicarían fuera de España. Si él se marcha, Carolina irá detrás. Nunca, eso sí, para competir bajo otra bandera.

En Yakarta, tras el segundo oro mundial, el saludo entre Marín y Cabello fue frío. De puro compromiso. El ruido, al amparo de un nuevo éxito histórico, se ha templado. Ella confía en que el trato federativo, de ahora en adelante, mejore. “Necesitamos más recursos”, subraya.

“El presidente ha hecho muchas cosas buenas por este deporte, pero creo que se ha hecho una mala gestión del éxito de Carolina”, apuntó ya Fernando Rivas. El CSD se presentará como mediador de la situación y confía en que se reconduzca este enfrentamiento.

A la muchachita que apuntaba a bailaora se le olvidaron en Indonesia las lágrimas de las noches de impotencia que ella misma cuenta que ha derramado. Caro, con una mente privilegiada para abstraerse de zancadillas, sólo quiere seguir luchando por cada volante y apretando el puño a cada gañido. Por ella. Por su gente. Por su bandera. Y por su himno. A poder ser, en su versión instrumental.

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