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La insolente reacción de un niñato

Que no, que el dinero no lo ganan por ser tipos especiales o superiores. Que jugar al fútbol es tan rentable por la gente que lo vive, lo siente y lo contempla. Que el escudo (escenificado en la hinchada) está por encima del individuo que en pantalones cortos da patadas a un balón. Que el aplauso de un aficionado, o su grito de aliento, o su lágrima, o su silbido, es lo que da sentido a este deporte más allá de una carrera, un regate, un centro o un gol. Y por eso no hay nada más desagradable, intolerable, sancionable, que un futbolista que se revuelve contra la grada propia. Contra el corazón y la garganta que le pone el sueldo y le amuebla el piso.

No tiene perdón Di María en su obscena contestación a los pitidos del Bernabéu. No lo tiene por mucho aguante que haya demostrado una y otra vez ese indescifrable sector de la población, misteriosamente resignado últimamente a que sus propios empleados le afeen sus costumbres y sus formas de animación. Desde Mourinho a Sergio Ramos, al que lo que le critican le entra por un oído y le sale por el otro.

Pero ninguno de los asalariados que se han animado a criticar a la afición había llegado a la falta de respeto que alcanzó ayer lunes Di María, por muy disimulado y cínico que fuera su grosero gesto tocándose su virilidad delante de los presentes, niños madridistas incluidos. Con Santiago Bernabéu al mando, el argentino no habría vuelto jamás a vestir de blanco. Pero hoy corren tiempos en que los jugadores están consentidos, y lo saben, en que los hinchas han quedado desplazados a un rincón.

Por eso resultó ilustrativo, a la vez que irritante, que los compañeros (no así Ancelotti) se pusieran de parte del faltón en vez de la del ofendido espectador. Sobre todo Cristiano, que llegó a afirmar incluso que se trata de un gesto que él mismo reproduce a menudo. La web del club optó por esconder el incidente hasta bien entrada la madrugada, cuando colgó un comunicado del extremo diciendo que fue un malentendido, que jamás se le ocurriría ofender a nadie. Poco antes, para una radio argentina y a lo Hugo Sánchez, el jugador maleducado aseguró que sólo se acomodó sus partes y se hizo la víctima (de los periodistas).

El fútbol se lo han arrebatado a los aficionados, que cada vez tienen menos voto y menos voz. Pero ataques tan graves como el recibido este lunes en el Bernabéu no pueden quedar impunes. Di María es un futbolista excelente. Pero su reacción le retrata como un simple niñato. Y como tal debería ser respondido y reprendido. 

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