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Pirlo reinicia a Italia

Pirlo ya había colocado el balón y se disponía a lanzar un penalti decisivo, el tercero de la tanda después de que Montolivo hubiera enviado fuera el segundo. Inglaterra no había fallado ninguno. De pronto, el árbitro llamó la atención al centrocampista de la Juve sobre la colocación de la pelota. Este, sin inmutarse, miró al colegiado y le preguntó qué pasaba. Se agachó, reubicó el esférico, dio apenas dos pasitos hacia atrás y andando acarició el cuero con mimo maternal. Hart, portero inglés, ya hacía noche tumbado junto a la cepa del poste derecho cuando el balón, mecido por la bota de Andrea, se elevó grácilmente y describió una parábola mansa hasta descender en paracaídas dos centímetros por detrás de la línea de gol.

Ahí ganó Italia la tanda de penaltis, se proclamó merecida semifinalista ante Alemania y, quién sabe, quizás ese gol inolvidable que dará la vuelta al mundo en mil y una repeticiones confirme el paso definitivo del balompié italiano a una nueva dimensión.  

En cambio, cada vez que el fútbol inglés se mira en el espejo ve lo mismo: una propuesta tradicional y honrada pero cada día más anticuada. Orden, velocidad, balones largos, centros al área y coraje. Un escaso bagaje en pleno siglo XXI. Cómo serán las carencias de los inventores de este deporte que a su lado Italia, históricamente famosa por su racanería, parece un equipo moderno.

Girando alrededor de Pirlo, los transalpinos ya no desprecian el toque y la elaboración paciente. Les falta materia prima, pero lo suplen con la voluntad de progresar que parece inculcarles su seleccionador –Prandelli- y con su descaro innato.

Y para descaro, el de su peculiar pareja atacante. Cassano y Balotelli aúnan calidad y desvergüenza. Nunca han sido muy dados a reflexiones profundas ni a trabajar en balde, así que encararon a los defensas ingleses sin complejos. Cuando pudieron pisar el área con peligro lo hicieron, pero al mínimo amago de atasco descerrajaron disparos lejanos con escasa fortuna.

Italia se adueñó del balón e Inglaterra se dejó hacer y lo fio todo a un posible contragolpe y al olfato goleador de Rooney. Cuando comprendió que ni lo uno ni lo otro era viable, tiro del ajado manual británico. Hodgson llamó a Carroll, le pidió que se agachara para no tropezar al salir del banquillo y plantó los 191 centímetros de estatura del delantero del Liverpool en el área de influencia del área italiana.

La jugada le salió bien a Inglaterra durante apenas un cuarto de hora. Lo que tardó Italia en reponerse del susto provocado por un gigante blanco capaz de bajar y controlar satélites caídos a plomo desde el cielo.

Los italianos se repusieron, Pirlo dosificó el cansancio para volver a dirigir el cotarro, y el partido ya fue un monólogo azul hasta el final de la prórroga. Pero la interesante evolución futbolística transalpina aún no ha llegado a la estación del gol. Sufre para crear ocasiones claras y suda para materializar las pocas que produce. Así que, como en los viejos tiempos, transcurrieron 120 minutos sin novedad en el marcador y el 0-0 abrió el telón de los penaltis.

Inglaterra estaba a un paso de obtener un inmerecido premio y afrontó el desafío final con optimismo. Y más cuando Montolivo erró. Sin embargo, apareció de nuevo Pirlo, se dio un plácido paseo nocturno hasta el punto de penalti, honró a Panenka y colocó ordenada y suavemente a Italia en el estante de las semifinales de la Eurocopa.

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