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El Salvador, la primera experiencia en solitario de Albert Roca, escudero de Rijkaard en el Barcelona

Albert Roca Pujol (Granollers, 1962) tuvo desde chaval dos pasiones que, al fin y a la postre, han marcado su devenir profesional: el fútbol y los idiomas. Mientras otros chicos de su edad aprovechaban los veranos para divertirse y recobrar fuerzas con vistas al siguiente período lectivo, Albert invertía ese tiempo de asueto practicando el inglés o el francés mientras pulía sus cualidades como volante en diversos campus en el extranjero, como el de Jean-Pierre Papin.

Esa atípica condición de jugador políglota en la España de los ochenta (Albert habla también italiano y portugués, amén de castellano y catalán, su lengua madre) resultó decisiva a la hora de entablar amistad con quien ha sido su amigo, confidente, mentor y a la sazón gran valedor en el mundo de los banquillos: Frank Rijkaard.

Roca militaba en el primer equipo del Real Zaragoza cuando el futuro mediocampista del Milan aterrizó en la capital de Aragón en enero de 1988, cedido por el Sporting Clube de Portugal, con el objetivo de mantenerse en forma con vistas a la Eurocopa de Alemania. 

Desde el minuto uno, y por mor de ser el único en el vestuario que podía entenderse perfectamente con el recién llegado, el hoy flamante seleccionador de El Salvador se convirtió en la sombra del neerlandés durante los cinco meses que permaneció en la disciplina del conjunto maño. Parecían hermanos (comparten la misma edad), siempre juntos. Ya fuera en los entrenamientos, como lejos de la 'oficina'.

Rijkaard volaría directo hacia el estrellato ganando aquella Euro y el Balón de Bronce, por detrás de sus compatriotas Van Basten y Gullit, pero eso no impidió que la llama de su relación con Albert siguiera creciendo con el correr del reloj.

Mientras el futbolista al que Arrigo Sacchi llegó a tildar de "mejor centrocampista de la postguerra" ganaba las Copas de Europa a pares vistiendo la elástica 'rossonera', Roca trataba de ayudar con su experiencia al filial del Atlético de Madrid a volver a la categoría de plata del balompié español, labor que alternó durante un par de años con su formación académica en el Instituto Nacional de Educación Física (INEF) de la Universidad Politécnica. 

El futuro brazo derecho de Rijkaard en los banquillos vivió muy de cerca aquellos electrizantes duelos entre el Madrid de la 'Quinta del Buitre' y el gran Milan de Sacchi. Cada visita que el entonces rey de Europa hizo a la capital de España era aprovechada por ambos para reunirse, ponerse al día e incluso sacar provecho de alguna 'concesión' de Sacchi para disfrutar de la noche madrileña, como sucedió tras aquel empate a uno en el Bernabéu, recordado por el golazo de Van Basten con la cabeza desde el borde del área grande, sorprendiendo a Paco Buyo.

Siempre atento a la evolución profesional de su gran amigo español, que le llevaría a sacarse el título de entrenador nacional y hacer sus primeros pinitos en el Club Sportiu Europa, Manlléu y Sabadell, Rijkaard no dudó un segundo en poner su nombre sobre la mesa como preparador físico y ayudante de campo cuando negoció con Laporta su fichaje por el Barça.

A partir de ese instante, en el verano de 2003, arrancaría una relación profesional paralela, también fructífera, que durante una década les llevó a compartir vestuario en el Camp Nou (cinco temporadas), con el Galatasaray en Turquía y en Ryad al frente de la selección de Arabia Saudí.

El adiós al combinado saudí, tras fracasar en el intento de clasificarlo para el Mundial de Brasil, marcó el final de su colaboración en el plano deportivo, por cuanto Rijkaard tomó hace escasos meses la decisión de no volver a sentarse en un banquillo. Pero los pilares de aquella amistad surgida por casualidad a orillas del Ebro enraizaron de tal forma a lo largo de los años que prácticamente no pasa un solo día que no conversen, aunque sea a través del Whatsapp.

A buen seguro que los sabios consejos de su ex jefe ayudarán a Roca a llevar a buen puerto su primera experiencia en solitario al más alto nivel. Una aventura que arrancó oficialmente el miércoles frente a Costa de Marfil (derrota por 2-1), pero que, cosas del destino, le pondrá este sábado en el camino de la selección del país que le vio nacer.

Una ocasión inmejorable para fundirse en un gran abrazo con Xavi e Iniesta, dos de sus pupilos en su larga etapa como técnico azulgrana, antes de tratar de ponerle las cosas difíciles a Del Bosque en su último test antes de dar el salto a Brasil.

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