“Los seres humanos son animales, y sus rasgos como animales son en gran medida la base de la vida social de la especie, que se expresa según las tendencias biológicas de respuesta emocional e instintiva innatas a ella”
Extracto de la obra Sociología (1968), de Salvador Giner.
La guerra, esa manera de solucionar mediante la sangre y la violencia los conflictos surgidos entre grupos humanos, es una institución universal y, como tal, ha estado presente a lo largo de toda la historia y en todas las civilizaciones.
No hay excepciones, lo que sugiere fuertemente su estatus de instinto. Es, pues, justificado plantear que está inscrita en la biología de nuestra especie, localizada en lo más íntimo, en nuestros genes.
Hay que considerar que una guerra se declara cuando otros medios de disuasión han fallado o bien cuando se está muy seguro de tener mucha más fuerza que el otro. Paralelamente, la diplomacia y la negociación están siempre presentes, incluso durante las guerras.
La previsión del éxito
El comportamiento del grupo más cercanamente emparentado con nosotros, los chimpancés, es bastante revelador, como demuestran diversos estudios científicos. Un grupo de chimpancés emprende una acción de exterminio contra un grupo colindante cuando previamente ha calculado que va a tener éxito. Si es así, y los atacantes no se habían equivocado, eliminan a sus adversarios físicamente, adueñándose del territorio y de los recursos que contiene.
Ese grupo victorioso dejará descendientes, mientras que el exterminado obviamente no, por lo que será el comportamiento de los “vencedores” el que se transmitirá a la siguiente generación y la conducta de los vencidos la que se extinguirá. Es pura selección natural darwiniana.
La estrategia humana
¿Cuántas veces a lo largo de la historia de la humanidad no ha ocurrido eso mismo? ¿No está pasando actualmente entre Israel y Gaza, Rusia y Ucrania, Armenia y Azerbaiyán, Turquía y el Kurdistán, India y Pakistán…?
Ya las hordas de cazadores-recolectores se aniquilaban las unas a las otras en la competencia por los pequeños territorios por los que pululaban, y que contenían los recursos que permitían la supervivencia del grupo. Una vez agotados, se desplazaban a la busca de nuevos territorios con nuevos alimentos disponibles.
La revolución del Neolítico, al mismo tiempo que exacerbó la producción y almacenamiento de alimentos (y con ello un brutal suministro de energía a los grupos humanos), permitió que las aglomeraciones humanas pudieran crecer de una manera impensable hasta entonces.
Los protoejércitos
Que hoy seamos más de 8.000 millones de habitantes es algo prodigioso. En paralelo a ese crecimiento demográfico se disparó el ansia de rapiña de unos grupos humanos sobre los otros que poseían recursos, lo cual a su vez hizo que surgieran los especialistas a tiempo completo en la defensa del territorio intramuros, que era donde se almacenaba el grano. Aquellos fueron los protoejércitos de los que hablaba el sociólogo británico Michael Mann en el libro Las fuentes del poder social.
Los ejércitos han estado desde el Neolítico, pasando por las legiones romanas, hasta Israel, Rusia o los EE. UU. actuales, fundamentalmente formados de manera abrumadora por hombres. Ni un solo ejército en toda la historia de la humanidad ha sido liderado por mujeres, lo que sugiere fuertemente que es nuestra propia biología la que lo determina.
La base genética
En mamíferos y, por tanto, en humanos, el sexo cromosómico (XX o XY) determina el sexo gonadal (ovario o testículo), y éste, a su vez, determina el sexo somático (hembra o macho). En presencia de cromosoma Y, la gónada embrionaria sigue la ruta testicular de desarrollo y las descargas hormonales del testículo (testosterona fundamentalmente) masculinizan el soma y el cerebro, confiriendo también el comportamiento copulador propio de los machos.
La testosterona es la hormona clave, la hormona del sexo, la violencia exacerbada y el afán de dominio.
El territorio de los machos
Los genes que controlan la ruta biosintética de la testosterona y que determinan la violencia y la defensa de la territorialidad son de expresión específica de los individuos XY, de los machos.
Defender un territorio, desplazar a los que ya ocupan otro y adueñarse de él y la violencia en coalición –en definitiva, la institución bélica en toda su dimensión– han sido y son prácticamente un monopolio masculino.
Como excepciones se puede citar a Catalina la Grande, que declaró la guerra contra Crimea y contra los turcos otomanos, y a Margaret Thatcher, que decidió declarar la guerra a Argentina por el contencioso de las islas Malvinas. Pero no hay una mujer en toda la historia de la humanidad que le llegue, ni de lejos siquiera, a la crueldad de un Gengis Khan o de otros tantos tiranos.
El gen del guerrero
Por otra parte, un comportamiento violento no depende de un solo gen, sino de una constelación de genes. En 2022 se dio a conocer un estudio en el que localizaban lo que se llamó el gen del guerrero. Lo que encontraron es que determinadas variantes (alelos) de dos genes se correlacionan con un comportamiento violento.
Pero cabe mostrar un escrúpulo con respecto a eso: si esos alelos que predisponen al comportamiento violento actúan igual en niño criado en un entorno estable y en otro que se ha criado viendo cómo sus padres traficaban con droga, por ejemplo.
El tipo de delito está muy relacionado con la clase social y económica a la que se pertenece. Por tanto, la manera de ejercer la violencia está también permeada por factores sociales y educacionales. ¿Cómo no ver las diferencias entre México o Colombia y Holanda y España?
Hay razones para algo de esperanza. Nadie cree posible una guerra entre Francia y Alemania hoy día. Hace un siglo era otra cosa. Pero si le hablamos del control de la violencia a un sudanés, un gazatí, un israelí, un ucraniano, un sirio, un ruso… probablemente nos miren con escepticismo.
Porque no somos ángeles necesitamos leyes, porque somos humanos, somos capaces de hacerlas.
Federico Zurita Martínez, Profesor Departamento de Genética. Facultad de Ciencias. Universidad de Granada, Universidad de Granada.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
mo_se
25/01/2025 21:17
Sorprendente error, propio de la cultura monógama cristiana. Las hembras humanas son territoriales, pero dentro del espacio tradicional donde se desenvuelven. Se evidencia claramente en la poligamia, tanto en la pagana como en la musulmana actual. Existe una competitividad malsana en los harenes, muchos musulmanes segregan su residencia entre cada mujer, con cocinas independientes, para evitar conflictos "territoriales" constantes. La lucha entre ellas es feroz, a veces con veneno de por medio, por ser la "favorita", o contra el primogénito de otra. Por otra parte, la suegra o la madrastra incluyen connotaciones de poder territorial muy específicas e instintivas.