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El Buscón

La venganza de Cospedal: el día que la 'legionaria' aplastó a la 'pequeñita'

Dolores de Cospedal.

¿Cuándo estalló el odio? ¿De dónde surgió esa inquina? Las versiones que han circulado por Génova estos últimos años son diversas y posiblemente ficticias y hasta hiperbólicas. Quizás mero artificio para alimentar la leyenda. "Nunca se llevaron bien", concluyen en estas horas de final del conflicto. "Hoy ha sido el segundo día más feliz en la vida política de Cospedal", le desvela al Buscón uno de los más experimentados paseantes de los meandros del PP. "El primero fue cuando Casado la tumbó en las primarias. Ese día fue su apoteosis". 

Su mutua animadversión ya no se limitaba al escenario en la sobremesa, a secretos de café. Cospedal se mostraba iracunda contra 'la pequeñita' y ésta respondía en tono similar contra 'la legionaria', como se decían en la intimidad popular. Arremetidas feroces que derivaban indefectiblemente en el insulto. A veces, hasta procaz. Las "niñasshh asesinasshh", las llamaba Federico. Una bromita que hacía sonreír a Rajoy. El entonces inquilino de la Moncloa alimentaba el choque entre sus 'números dos'. Ambas pugnaban por ser la favorita, la imprescindible, la mano derecha del líder. 

El control de los espías

En ocasiones bajaron al lodo, como dos luchadoras de madrugadas televisivas. Era común afirmar que Soraya, desde su control del CNI, aventaba los trapos sucios de López de Hierro, esposo de Cospedal. La política manchega azuzaba al PP, en legítima defensa, contra la 'vicetodo', colocando el altavoz sobre episodios incendiarios que jamás bordearon el infundio.

Ha sido una pugna de años, una animadversión agotadora. En las fiestas del 1 de mayo, en Madrid, se concretó la tensión en la famosa escena de las sillas en la Real casa de Correos de la Puerta del Sol. Soraya miraba con desprecio y Cospedal con tirria. Fuera máscaras, se acabó el disimulo. Días después amagaron hacer paces, y hasta se sonrieron. Cuando se perdona tan fácilmente es que se difiere la venganza.

En el tramo final de la contienda parecía Soraya la vencedora. Rajoy había enviado a Cospedal a un ministerio sin brillo (hasta que llegó Margarita Robles, claro, que lo ha puesto incandescente) y le colocó a Maíllo en el puente de mando de Génova. Soraya mantenía sus poderes impolutos hasta su angustioso naufragio en Cataluña.

En la tarde de la moción de censura, mientras Rajoy y algunos de sus fieles masticaban la tremenda derrota entre los manteles del restaurante Arahy, Soraya intentó un golpe interno. Hizo circular la especie de la dimisión de Mariano. Y allí estaba ella, la vice, con el bolso en el escaño del presidente. Lista para dar el salto hasta que llegó Cospedal, directa desde la mesa donde whisqueaban Mariano y su pandilla, y abortó la intentona. Fue el último choque de titanas.

Se encontraron luego en las primarias. La todavía por entonces secretaria general saltó a la palestra para frenar una muy posible victoria de Soraya. Perdió el primer asalto pero ganó la batalla final. Fue, al decir de algunos, el día más feliz de su vida. Sáenz de Santamaría mordía el polvo derribada por sus compañeros. Este lunes fue otro momento de gloria. Cospedal, luego de bromear en lo de Alsina sobre el estado de su relación con Soraya ("no te voy a contestar"), se enteró de la novedad. Su eterna rival, su más ferviente enemiga, había arrojado la toalla. Derrotada y corrida a boinazos. La venganza estaba servida. 

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