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Perder oído, un problema a largo plazo en cuestión de 20 decibelios

Teléfonos, auriculares, tráfico, música... Son muchos los elementos que provocan la hipoacusia y, por desgracia, cada vez la empezamos a sentir más jóvenes

Descansar el oído parece una misión imposible. De nuestros cinco sentidos, parece que es el único que está en perpetua alerta, avisándonos en todo momento de las señales que nos rodean. Lamentablemente, esas señales habituales se han multiplicado en los últimos años, haciendo que la paz para nuestros tímpanos sea un auténtico desafío.

Pensemos en el trajín de nuestro oído en una jornada de trabajo normal. Primero le colgamos un auricular (o dos, aunque sean inalámbricos) para reunirnos o coger llamadas telefónicas; luego es posible que, si no hay teletrabajo, nos metamos en el coche y escuchemos la radio o el claxon del vecino; por no hablar de tráfico, obras o directamente coger el Metro para desplazarnos; por si fuera poco, aunque en tiempos de pandemia es más complicado, en nuestro tiempo libre también le martirizamos.

No en este inpass, claro, pero pensemos en discotecas, bares, restaurantes o, más a lo grande, conciertos y estadios. Salvo que uno vaya protegido por unos auriculares, nuestros oídos no pueden 'desconectarse' y decir "hasta aquí hemos llegado" como sí podríamos hacer con los ojos, el olfato o el gusto.

Nuevos hábitos y viejas patologías, como la hipoacusia, básicamente una merma en la capacidad auditiva que puede afectar a ambos oídos y que, generalmente, se acrecentaba con la edad, aunque no está sola. Pensemos en otros ejemplos como los tapones en los oídos o los acúfenos (tinnitus o pitidos en el oído). Sin embargo, el siglo XXI no le está haciendo demasiados favores a la salud auditiva, sino todo lo contrario y desde bien jóvenes.

La proliferación de dispositivos móviles o de reproductores portátiles de música, como el mp3 o el iPod, acompañados de auriculares o casos suponen una distracción saludable, pero también un peligro patente del que conviene desengancharse o, cuanto menos, hacer un uso responsable de ellos.

Para eso hablamos con Sergio Álvarez Moreno, head of training de Oticon, una empresa dedicada a la fabricación de audífonos desde 1904, que ofrece datos alarmantes sobre la situación de hipoacusia a nivel mundial. Nada menos que 500 millones de personas la sufren, la mayor parte en mayores de 50 años. Sin embargo, un 8% de esas personas es menor de edad.

A causas genéticas o asociadas a otras patologías se suma así nuestro comportamiento diario, por lo que conviene establecer el límite de seguridad para evitar la pérdida de oído. "La OMS estipula que un volumen de 80 dB es seguro para nuestra salud auditiva diaria pero solo cinco decibelios más, los 85 dB, ya nos llevan a un tiempo máximo de exposición de ocho horas al día", comenta Álvarez.

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La presencia de audífonos en población adulta no tiene el estigma de hace años. ©Oticon

Pero, ¿cómo medimos los decibelios en un ambiente habitual? Volvemos a los parámetros de la OMS con esta tabla, donde encontramos las exposiciones diarias máximas recomendadas. Es el caso de un concierto que ronde los 115 decibelios, al cual no deberíamos exponernos más de 15 segundos al día; de una motocicleta en torno a los 95 decibelios, que no debería superar los 47 minutos de exposición, o los 15 minutos de un secador de pelo a 100 decibelios. Como veis, subir unos pocos decibelios aumenta el daño de manera exponencial. ¿Por qué?

"Los decibelios siguen una escala logarítmica, no una progresión aritmética, por tanto aumentar en 10 decibelios, aunque pueda parecer poco, obligaría a reducir la exposición a ese volumen", afirma Álvarez Moreno.

Topamos así con un enemigo silencioso, que es la pérdida de capacidad auditiva, y también con una medición complicada: ¿realmente, a qué volumen vivimos? Salvo que lo midamos en casa con un audímetro, la realidad es que no sabemos a ciencia cierta a qué volumen escuchamos elementos tan triviales como la música en la radio, una llamada en el teléfono o un programa de televisión, ya que muchos de estos aparatos no indican los decibelios, ni tampoco siguen una escala comúnmente aceptada. Pensemos, por ejemplo, que los 25 puntos que marca nuestra televisión no serán los mismos que los de la televisión del vecino.

"Por ejemplo, en el teléfono, la barrita de volumen no aplica en decibelios, que son medidos a través del tímpano, por lo que no sabemos realmente el volumen alcanzado", explica el Head of Training de Oticon. "Para limitar ese volumen excesivo [sea con auriculares o no] conviene no pasar del 60% del volumen máximo del dispositivo", advierte y nos deja un truco para saber cuándo estamos escuchando a un volumen adecuado: "si una persona nos está hablando a un metro de distancia y le estamos entendiendo es que estaremos en un buen volumen".

Más pérdida de oído y a edades más tempranas

Como tantas otras patologías, principalmente asociadas al envejecimiento, perder oído implicaba un estigma social que, afortunadamente, empieza a ponerse remedio y las visitas a audiólogos son cada vez más frecuentes y necesarias. "Se está observando hipoacusia en edades tempranas, cercanas a los 50 años, mientras que a partir de los 65 la consideramos presbiacucia, que era lo habitual", lamenta.

Un dato que corrobora también la OMS con un reciente informe del pasado mes de marzo, donde indica que "la prevalencia de la pérdida de audición aumenta con la edad: entre los mayores de 60 años, más del 25% padece una pérdida de audición discapacitante", catalogando ésta como una pérdida superior a 35 dB. Eso no significa que estén solos en esta batalla, ya que advierten de que "debido a prácticas de audición poco seguras, más de 1000 millones de jóvenes adultos corren el riesgo de sufrir una pérdida de audición evitable y permanente".

Un reto para el que Sergio Álvarez da ciertas pautas, amén de reducir la exposición a volúmenes insanos, como tener en cuenta que "lo que hace perjudicial para el oído a un sonido no es que sea agradable o no, sino el nivel al que nos exponemos". Razones por las que argumenta que "si nos exponemos a él, enmascarar el ruido, como el del metro o el tráfico, con una música que nos guste pero a un volumen mayor es una mala solución", explicando además que incluso "un nivel de intensidad muy alto puede provocar dolor físico".

"Estamos expuestos a fuentes sonoras en un mundo ultraconectado y no nos damos cuenta de que el deterioro auditivo es a largo plazo", aclara, por lo que "es difícil detectar cuando alguien está sufriendo un daño auditivo".

Entonces, ¿en qué podemos fijarnos para saber que estamos perdiendo oído? Álvarez Moreno da ciertas pautas:

  • Tener dificultades para oír y entender en conversaciones en grupo.
  • Problema para entender conversaciones en entornos ruidosos.
  • Tener volúmenes muy elevados en televisiones, radio o equipos de música y que alguien más nos lo haga notar.

Motivos que, por ejemplo, ocurren porque "el organismo crea ciertos hábitos con los que estar cómodo. Por eso, volver a bajar el volumen después de acostumbrarnos a tonos más elevados nos cuesta", comenta.

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