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Televisión

No pasar, no mirar: asfixia vital en 'La Zona'

Uno de los primeros fotogramas de la serie nos descubre a un hombre enmascarado en plena 'zona cero'.

Esta historia podría tener lugar en cualquier localidad del norte de España. Pongamos que se llama Nogales. Un día -pongamos que de 2014, 2017 ó 2021, qué importa-, se produce un accidente nuclear en la central del pueblo. Cientos de personas escapan tratando de evitar que la radiación les queme el cabello y la piel. Los primeros 50 individuos que acuden a socorrer a los trabajadores de la central tras el estallido del reactor no tienen tanta suerte: mueren calcinados sin que se pueda hacer nada para socorrerles. Pero se obra el milagro, la casualidad, el prodigio biológico: uno de ellos sobrevive. Y tres años después, regresa a la zona para intentar recomponerse entre los restos radiactivos de la tragedia.

De esto -de refugiados nucleares y de sus máscaras de respiración, físicas y espirituales- va 'La Zona', la serie de los hermanos Jorge y Alberto Sánchez-Cabezudo ('Gran Hotel', 'Crematorio') con la que Movistar+ inaugura su temporada de ficción este 27 de octubre -coincidiendo, curiosamente, con el regreso a Netflix de la esperada segunda temporada de 'Stranger Things'-. Una de las primeras producciones originales de la operadora que, junto a 'La Peste', han sido ya preestrenadas con todos los honores propios de un largometraje al uso en los festivales de Sitges y San Sebastián. 

En Vozpópuli hemos tenido la oportunidad de visionar los dos primeros episodios de esta ficción que, cargada de la acción propia del thriller policíaco, esconde un drama post apocalíptico con personalidad que no calará entre todos los públicos. Ahí reside, precisamente, una de sus virtudes: 'La Zona' arriesga, una cualidad poco frecuente en un escenario televisivo nacional en el que lo que importa es llegar a la audiencia más amplia con el producto más universal posible. Es la cara B a la ficción para todos los públicos salida de la fábrica Bambú como 'Velvet Colección' -también en el catálogo de la operadora-: la que opta por una realidad torcida en lugar del romance ideal y ahonda en el carácter social y político de la historia en lugar de decantarse por la evasión. Un concepto que, por el momento, parece circunscribirse a proyectos apoyados casi exclusivamente por la televisión de pago en nuestro país.

'La Zona' arriesga, una cualidad poco frecuente en un escenario televisivo nacional en el que lo que importa es llegar a la audiencia más amplia con el producto más universal posible

En un año en el que distopías como 'El cuento de la criada' nos han acercado a los horrores de un potencial futuro, 'La Zona' nos sumerge en una atmósfera igual de asfixiante pero acaso más palpable por las pistas temporales y espaciales. Lo ocurrido en 'La Zona' podría estar pasando hoy mismo, e incluso podría haber sucedido ayer. Es lógico que, al primer resorte, se vean referencias al debate sobre la energía nuclear -¿quién no piensa en Garoña al visualizar los reactores de Nogales?- o a las reivindicaciones ecológicas, pero los creadores ya apuntaron que su intención era referenciar otro campo más amplio: las repercusiones de la crisis económica.

"Nos planteamos traer el mundo de Chernóbil o Fukushima a un escenario local. Un entorno cotidiano en el que, después de un accidente, las reglas y los roles sociales se dan la vuelta", explicó Jorge Sánchez-Cabezudo sobre sus motivaciones a la hora de crear este universo, del que también está al frente en la dirección. Se trataba, al fin y al cabo, de mostrar cómo la sociedad se reorganizaba para adaptarse a una situación traumática: optando por el contrabando, dándole la vuelta a su vida por los realojos, sometiéndose a todo tipo de chequeos médicos para 'apestados' y hasta sobreviviendo sin energía eléctrica con tal de no abandonar el hogar en el que se ha desarrollado toda una vida.

El inspector Héctor (Eduard Fernández) contará con la ayuda de Alfredo (Manuel Solo), un policía de la central de Madrid, en el transcurso de la investigación.

Héctor (Eduard Fernández) es la punta de lanza de un conjunto de rostros que se han visto pisoteados por la tragedia nuclear. Considerado a la vez un héroe y un superviviente maldito, el inspector de policía vaga como alma en pena entre el mundo de los vivos y de los muertos por las pérdidas que le ocasionó el accidente. Fernández cumple con la interpretación de quizá el personaje más clásico de la serie -el estereotipo del policía atormentado por el síndrome de estrés post-traumático-, con un estoicismo justificado por sus dilemas internos. 

Dos líneas argumentales recorren la trama: la que impulsa la acción, generando la intriga necesaria en un primer episodio de casi una hora al que le cuesta arrancar, es el asesinato de un hombre en la zona de exclusión. Junto a este misterio propio del thriller policial, van emergiendo los dramas personales de cada personaje, traumatizado a su manera por lo ocurrido hace tres años en Nogales.

Alexandra Jiménez (Julia) y Tamar Novas (Ricardo) interpretan a dos médicos que trabajan en la zona de exclusión.

Al menos en lo que respecta a los dos primeros capítulos, ambas estructuras se entrelazan paulatinamente, sin confusión ni incoherencias, revelando las motivaciones de unos personajes prometedores e interpretados en rangos diversos. Así, nos encontramos con la notable actuación de Fernández y con la corrección de Alexandra Jiménez (la médico Julia), Alba Galocha (la joven Zoe) y Álvaro Cervantes (el agente Martín), pasando por secundarios poco convincentes, como la Esther de Marina Salas o el Ricardo de Tamar Novas, frente a otros de los que queremos ver más, como el Barrero de Sergio Peris-Mencheta, el Alfredo de Manuel Solo o el Lucio de Luis Zahera, que sobresale como el alivio cómico 'norteño' tras algunas escenas que llegan a rozar lo gore por su brutalidad. Otros veteranos del cine español como Emma Suárez, Carlos Bardem o Juan Echanove harán acto de presencia a lo largo de la temporada.

El papel de la naturaleza

Una de las peculiaridades de este universo es que no está arrasado al completo por la radiación. No nos encontramos ante un páramo como el de 'La Carretera' de McCarthy o el del 'Fallout' de Bethesda. La naturaleza se ha abierto paso tras el accidente: los bosques de la región han resurgido, los animales se organizan en manadas para sobrevivir y hasta se plantan tomates -que hay que remojar en agua durante 20 horas, eso sí-. 

El juego propuesto por los creadores era crear un contraste entre la belleza del entorno y la presencia de un enemigo invisible; un adversario que no tiene por qué ser únicamente la radiación, sino también la ansiedad, el miedo de contraer una enfermedad. Un objetivo que logran, pero a cambio de algunas reservas sobre la veloz recuperación de la zona, sobre la que no se nos dan muchos detalles -es muy distinto, por ejemplo, que tres años después crezcan tomates en el epicentro de la fuga radioactiva que en el contorno afectado por ella-.

Los creadores buscaban crear un contraste entre la belleza del entorno y la presencia de un enemigo invisible; un adversario que no tiene por qué ser únicamente la radiación, sino también la ansiedad y el miedo

Más allá de estas puntualizaciones, lo cierto es que los verdes escenarios asturianos lucen espectaculares en una producción en la que la fotografía (capitaneada por Daniel Sosa y Gorka Gómez Andreu) y la luz son esenciales para construir la atmósfera deseada. Sin innovar en lo esencial y optando por lo sencillo, la edición destaca por su gusto. Los contrastes morales se reflejan en los distintos ambientes: desde el clásico efecto cálido propio del pasado feliz hasta la luz blanca e industrial que ahoga en los momentos posteriores a la tragedia, sin olvidar las tinieblas ni el cielo plomizo que paraliza el ánimo en Nogales, donde todo lo que se ve es desolación o encapuchados trabajando el carbón.

El sonido también juega un papel importante en la confección de este entorno. El equipo formado por Aitor Berenguer, Alberto Altez y Gabriel Gutiérrez ha optado por darle protagonismo junto a una minimalista banda sonora en la que todas las variaciones suenan a alarma nuclear. Y en el centro, el silencio. Porque ese es el verdadero adversario al que los protagonistas tendrán que tumbar si quieren sobrevivir a los horrores de la zona.

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