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Extiendan sus tableros: el verano ha acabado

Daenerys por fin ha pisado suelo ponenti en este primer capítulo.

Las piezas se han empezado a mover desde el primer minuto. Cuando, hace ya más de un año, nos despedimos de la sexta temporada de 'Juego de Tronos', los Stark acababan de recuperar Invernalia, Cersei Lannister se había hecho al fin con el poder en Desembarco del Rey y Daenerys zarpaba rumbo a su tierra natal. Hoy, Jon y Sansa ya hacen acopio de fuerzas en el norte; la nueva reina de Poniente realiza carambolas para mantenerse en el trono con la ayuda de su hermano Jaime; y la 'reina mendiga' ha pisado, por fin, suelo ponenti.

Y como en todos los primeros capítulos, nos hemos encontrado con un aperitivo: consistente, sabroso... pero meramente introductorio. Es posible que parte de la audiencia -en especial los lectores de la saga fantástica de George R. R. Martin- aguardase una gran revelación o un giro de guion impactante en estos primeros minutos de metraje, algo que quizá no sea justo para una ficción con decenas de personajes, un mundo extensísimo y varias tramas que cada vez se entrelazan más. Por eso, tiene sentido que 'Juego de Tronos' haya arrancado así: situando todas las piezas en un tablero sobre el que, en breve, se desatarán nuevas tormentas.

Pese a llevar por título 'Rocadragón', este primer episodio dirigido por Jeremy Podeswa nos ha paseado más por el resto de la geografía de Poniente que por la legendaria fortaleza de los Targaryen. El espectador fiel se ha encontrado con lo que esperaba: el primer movimiento de peones en una temporada que se prevé intensa. Quizá por eso, en este primer capítulo los showrunners se han ceñido al clásico metraje cercano a la hora de duración, una longitud que prevé alargarse conforme avance la temporada y las historias alcancen hasta los 80 minutos.

**Atención: a partir de aquí hay spoilers**

El golpe más fuerte se propina al inicio del capítulo, cuando Arya (Maisie Williams) consuma una venganza que creíamos terminada al finalizar la sexta temporada. A la asesina sin rostro pero con nombre no le bastó con llevarse por delante a Walder Frey (David Bradley) y a sus hijos: decide consumar su propia Boda Roja, extinguiendo a la práctica totalidad de esta casa como respuesta al vil asesinato de su madre y de su hermano Robb. Un movimiento coherente que disipa -en línea con la Arya de las novelas- las esperanzas de un reencuentro con su familia de la hija pequeña de Ned Stark, algo que sí parece estar más cerca para Bran (Isaac Hempstead Wright), que en este primer episodio cruza por fin el Muro en compañía de Meera Reed (Ellie Kendrick) y custodiado por la Guardia de la Noche.

Dos líneas maestras han dominado este primer episodio: el establecimiento de alianzas por parte de unos Lannister que están más solos que nunca frente a la llegada de la única Targaryen viva y la preparación para la guerra entre el bien y el mal que muchos rehúsaban reconocer antes -a otros todavía habrá que convencerles-. En Desembarco del Rey, las dudas de un Jaime roto (Nikolaj Coster-Waldau) frente a la creciente frialdad de su hermana Cersei (Lena Headey), que ansía el poder para unos Lannister sin descendencia, empiezan a darnos pistas sobre la posibilidad de que éste acabe resquebrajándose. En Invernalia, el tira y afloja entre Jon (Kit Harington) y Sansa (Sophie Turner) -con el aliento de Meñique (Aidan Gillen) en la nuca de ésta-, augura la continuación de un enfrentamiento fraternal tras constatarse la actitud del Rey en el Norte frente a los consejos de su media hermana, ya curtida en las intrigas.

La necesidad de alianzas estratégicas apremia a Cersei y Jaime en este primer episodio de la temporada.

Pese a pecar de pedagógico -Cersei nos ha dibujado hasta un mapa en este primer episodio para ponernos al día tras la espera más larga entre temporadas-, en este capítulo hemos podido volver a disfrutar de grandes interpretaciones. Han sobresalido las actuaciones de las más jóvenes de la plantilla, Sophie Turner y Maisie Williams, con un Kit Harington correcto y un Pilou Asbæk al que por fin hemos visto brillar gracias a la socarronería propia de un Euron Greyjoy que sigue bastante alejado de su homólogo en las novelas. Lena Headey y Nikolaj Coster Waldau vuelven a destacar como parte esencial del elenco, con un Peter Dinklage y una Emilia Clarke literalmente testimoniales.

En una de las secuencias más cuidadas del capítulo, se nos muestra a un Sam Tarly que se ve envuelto en tareas anodinas y repulsivas mientras es consciente de la amenaza que se está cerniendo sobre toda la humanidad

Una de las sorpresas más agradables de este episodio son los minutos dedicados a la trama de Antigua, en la que John Bradley protagoniza una de las secuencias más cuidadas del capítulo mostrándonos a un Sam Tarly que se ve envuelto en tareas anodinas y repulsivas mientras es consciente de la amenaza que se está cerniendo sobre toda la humanidad. Su afán por investigar el origen del vidriagón y los secretos de los Caminantes Blancos, a pesar del escepticismo de los maestres, indica que esta temporada veremos, al fin, una trama extensa en este frente -el que verdaderamente importa de cara al final de la saga-.

El punto más emocional de 'Rocadragón', por otra parte, lo aportan dos escenas: el improvisado funeral oficiado por el Perro (Rory McCann) y Thoros de Myr (Paul Kaye), en el que se recuerda al campesino y a la niña que cobijaron al guerrero y a Arya Stark en la cuarta temporada; y el desembarco de Daenerys (Emilia Clarke) y su séquito en la fortaleza insignia de los Targaryen, donde la madre de dragones descuelga el último despojo del paso de los Baratheon.

El demonio está en los detalles

Si algo ha demostrado el equipo de producción de 'Juego de Tronos' a lo largo de estos años es su exquisita capacidad para cuidar los detalles. Los más avezados habrán detectado que el ya impecable vestuario ha mutado en formidable en este primer episodio tras el retorno de Michele Clapton, una de las artistas más valoradas en el set de la HBO. Clapton, especialista en adaptar cada prenda al carácter del personaje, ha iniciado la temporada vistiendo para la guerra a los protagonistas. Al memorable vestido-armadura de Cersei que recuerda al uniforme del difunto Tywin Lannister se une el atuendo con escamas de dragón de Daenerys o el retorno a las raíces de los Stark, que continúan la tónica de homenajear a su padre en los pequeños pormenores -como el peinado de Arya o los conjuntos de piel que visten Jon y Sansa-.

En una serie con un alcance tan poderoso, los guiños a los fans también se han vuelto inevitables. Al regreso de la aclamada Lyanna Mormont (Bella Ramsey) se ha unido un nuevo guiño al potencial romance entre Tormund (Kristofer Hivju) y Brienne de Tarth (Gwendoline Christie). Wun Wun ha aparecido entre las huestes del ejército del Rey de la Noche... y ya hemos sido testigos del primer cameo de la temporada: el del cantante Ed Sheeran, fan confeso del personaje de Arya Stark.

Edd El Penas (Ben Crompton) es el encargado de llevarnos de vuelta al Muro al inicio de la séptima temporada.

Este afán por cuidar los detalles puede jugar, no obstante, alguna mala pasada a los creadores. Las inconsistencias -invisibles para el espectador más casual- son fáciles de detectar para los acérrimos seguidores de la saga. ¿En qué universo se acercaría El Perro al fuego tratándose de un personaje con media cara desfigurada por las llamas, a las que tiene pavor? ¿Es este un Rocadragón distinto al que vimos con Stannis Baratheon? En este episodio tampoco hay rastro de los dothraki, los Tyrell y la otra ala de descendencia Greyjoy, aunque este detalle resulta más comprensible en un primer capítulo de 59 minutos.

Podría argumentarse que parte de la audiencia más versada sienta que el retorno de 'Juego de Tronos' ha sido predecible. Pero también habría que plantearse qué ficción nacida en la literatura de los 90 y con una ingente masa de seguidores que paren teorías diarias no lo sería. La serie más exitosa de la historia de la HBO se merece el beneficio de la duda. Todavía no podemos aventurar si esta séptima entrega nos dará lo que promete, pero por ahora, los augurios son buenos.

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