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Ciencia

Nobile, una mancha roja en el desierto blanco

El dirigible Italia, saliendo del hangar el 15 de mayo de 1928

Si preguntásemos quién fue el primero en alcanzar el Polo Sur, la mayoría de nosotros lo tendría bastante claro. A nuestra memoria llegarían los legendarios relatos de la carrera entre el noruego Amundsen y el británico Scott, y la respuesta no tardaría en aparecer. Pero si la cuestión fuese quién fue el primero en alcanzar el Polo Norte, estoy convencido de que se produciría un incómodo silencio entre muchos de nuestros lectores. La respuesta, sorprendente y paradójica, vuelve a ser la misma: el noruego Roald Amundsen.

Durante más de medio siglo, los libros de historia han narrado los enfrentamientos entre Cook y Peary por alzarse con el imaginario título de ser el primero en llegar a los 90ºN, otorgando la victoria final a Robert Peary. Hoy sabemos con rotundidad que ninguno de ellos llegó al Polo Norte, ambos mintieron.

Nobile y su perra Titina

En la exploración polar todo es extremo. La dureza del clima, la dificultad del terreno, la soledad y el aislamiento, todos y cada uno de los elementos del Polo parecen estar diseñados para poner a prueba la resistencia humana. Precisamente por eso es allí donde se dan las odiseas más épicas, las amistades más duraderas y los actos de valor más increíbles. Sin embargo, y es algo que se suele ignorar con demasiada facilidad, la crudeza del Polo es también el escenario de los actos más viles, de las mentiras más descaradas, de las venganzas más hostiles y de las enemistades más enconadas.

No solo hay heroicidad, la crudeza del Polo es también el escenario de los actos más viles

Uno de estos duros enfrentamientos tuvo como protagonistas a Umberto Nobile y a Roald Amundsen. Hasta tal punto llegó su enemistad que el noruego la dejó muy clara y por escrito en el relato de sus viajes: “Nobile es mi mayor enemigo”. Y aun así, cuando en junio de 1928 Amundsen tuvo noticias del accidente del dirigible de Nobile en el Polo Norte, el veterano explorador se subió a un hidroavión y fue de los primeros en salir en su ayuda.

Así eran los hombres que forjaron la gran aventura de los Polos. Amundsen se estrelló en el gélido Mar de Barents cuando acudía a socorrer a Nobile… Y murió por ayudar a su mayor enemigo.

Umberto Nobile fue uno de los exploradores árticos más novedosos, arriesgados y también polémicos. Era ingeniero especializado en aeronáutica y a él le debemos numerosos desarrollos en dirigibles, aviones y paracaídas. En 1925 se embarcó en una extravagante misión iniciada por Amundsen cuyo objetivo era alcanzar el Polo Norte, no por tierra sino por aire mediante el uso de un dirigible: El Norge.

Uno solo se convierte en pionero consiguiendo algo antes que nadie y por aquellos años todo el mundo estaba convencido de que Robert Peary había sido el primero en llegar al Polo Norte. Con la aviación en pleno auge y con la creencia de que el Ártico ya había sido conquistado por tierra, los esfuerzos se encaminaron hacia las misiones aéreas. Ser el primero en sobrevolar el Polo se convirtió en una nueva meta para muchos audaces aventureros.

La expedición del dirigible Norge fue un éxito en todos los sentidos. El 12 de mayo de 1926 aquella colaboración entre noruegos e italianos alcanzó por primera vez el Polo Norte, dejando caer desde el aire las banderas de ambos países. En el viaje de vuelta las disputas sobre a quién correspondían las mieles de la victoria se desataron desaforadamente entre Nobile, piloto del dirigible, y Amundsen, organizador de la expedición. Después de aquello, jamás volvieron a dirigirse la palabra, salvo para descalificarse mutuamente.

Nobile quiso alcanzar el Polo Norte, no por tierra sino por aire mediante el uso de un dirigible

Aquella lucha de egos convenció a Nobile de la conveniencia de organizar una nueva expedición al Polo compuesta y comandada solo por italianos. Los preparativos se iniciaron inmediatamente y el propio Ministerio de Aeronáutica italiano suministró un dirigible de clase N llamado El Italia.

Era muy similar al Norge, con una capacidad de 18.500 metros cúbicos, llevaba tres barquillas de duraluminio con motores Maybach de 250 caballos. Medía unos impresionantes 106 metros de largo, 18.38 de diámetro, más de 24 metros de altura y una anchura de 20 metros en su punto máximo. La Real Sociedad Italiana y la ciudad de Milán pusieron los fondos necesarios para aprovisionar la misión que, tras varios meses de preparación y pruebas en vuelo, se dispuso a atacar los 90ºN desde la base polar de King’s Bay.

El mal tiempo ya había dado al traste con dos intentos previos de partida, pero finalmente el 23 de mayo de 1928, a las 4:40 de la madrugada, el dirigible Italia emprendía el que sería su último viaje. Sobrevoló el ventisquero al que se conocía como “Las Tres coronas” y emprendió el rumbo noroeste hacia las costas de Groenlandia, cuyas costas comenzaron a vislumbrar al atardecer.

A las diez de la mañana el dirigible alcanzaba los 83ºN y las previsiones eran tan favorables que esperaban llegar al Polo antes de la una de la noche. Por última vez los pronósticos se iban a cumplir y la expedición alcanzó su destino a las doce y media de la noche. Apenas se habían cumplido unos cuantos minutos del día 25 de mayo de 1928 cuando el dirigible se situó encima del Polo Norte.

Descendieron a unos doscientos metros y desde aquella altura arrojaron sobre el Polo la bandera italiana y una cruz papal a las que habían adosado una punta de hierro para que así pudieran quedar clavadas en el hielo. La alegría fue extraordinaria. Se cantaron himnos patrióticos, se descorcharon botellas de licor y toda la tripulación se abrazó entre hurras y vítores.

El profesor Finn Malmgrem, un meteorólogo sueco que ya había acompañado a Nobile en la expedición del Norge, se acercó al italiano y mientras saludaba efusivamente, le dijo: “Es la segunda vez  que le estrecho la mano sobre el Polo Norte. Pocos hombres han tenido la ocasión de hacer este gesto por dos veces”

Fue tal el entusiasmo que hasta pensaron en descender al polo desde el dirigible

El entusiasmo llegó a tal punto que hasta se pensó en un plan improvisado para lanzar una escala desde el dirigible hasta tierra para que varios exploradores pudieran descender. Una idea que los hubiera convertido, sin su conocimiento, en los primeros hombres en pisar efectivamente el Polo Norte.

Sin embargo, el tiempo estaba empeorando por momentos y la idea de descender fue abandonada ante la amenazadora tormenta que se avecinaba. A las dos y media de la madrugada, el dirigible desechó totalmente su tentativa de descenso y emprendió el vuelo de descenso mientras la niebla comenzaba a cubrirles rápidamente.

Con todos los motores al máximo con el fin de avanzar lo más rápido posible, el dirigible Italia inició su particular lucha contra los elementos en medio de fuertes vientos del oeste y una ventisca helada, que sumada a la noche cerrada, les cegaba totalmente.

Nueve horas duró la batalla del Italia contra la tormenta. Fue inútil: a las once de la mañana del día 25 de mayo el dirigible comenzó a descender irremediablemente. A partir de este momento los acontecimientos se iban a desencadenar en apenas unos minutos. Un estruendoso crujido resonó mientras el Italia se estampaba contra los hielos. La barquilla en la que iban Nobile, Behounek, Malmgrem, Mariano, Zappi, Viglieri, Troiani, Ceccioni y Biaggi se desprendió del resto del dirigible quedando incrustada en el suelo… Serían los más afortunados. El resto de la tripulación desapareció para siempre.

El dirigible, libre del peso de la barquilla en la que se encontraba Nobile y sus ocho compañeros, volvió a elevarse en el aire llevando consigo a los demás pasajeros y, tras volar sin control como un trapo zarandeado por el viento, terminó alejándose para no volver a saber de él nunca más.

Los que quedaron con vida se encontraban en pésimas condiciones. Cuatro de los “aeronáufragos” presentaban heridas muy graves, entre ellos Nobile y Ceccioni que tenían ambos una pierna rota, el profesor Malmgrem que se dislocó los omoplatos y Zappi que apenas podía moverse con dolores agudos en la espalda.

En estas condiciones era materialmente imposible intentar un regreso a pie. Su única opción era sobrevivir el máximo tiempo posible y esperar a que llegara rápido un rescate. La suerte había querido que los ocupantes de la primera barquilla sobrevivieran al accidente pero les había dejado indefensos, malheridos y sin provisiones a cientos de kilómetros de la base más cercana.

El profesor Behounek en el campamento accidentado. 

Aquellos que aún podían andar comenzaron rápidamente la búsqueda de supervivientes y de cualquier objeto o alimento que pudiera serles de utilidad. El único cuerpo que encontraron, ya sin vida en el hielo, fue el de Pomella, pero entre los restos desperdigados de la segunda barquilla hallaron una tienda de campaña y algunas latas de pemmican (unos preparados de carne seca de reno con legumbres), varias conservas, chocolate y un barril con manteca que les permitirían refugiarse y alimentarse durante algunos días.

Nobile organizó la vida en mitad del hielo lo mejor que pudo. Se atendió a los heridos con lo poco que se tenía a mano, se organizaron turnos de guardia para vigilar cualquier imprevisto o amenaza y se continuó la búsqueda de objetos y víveres en los alrededores de la colisión.

Otra de las decisiones célebres que se tomaron por entonces fue la de pintar unas franjas rojas en la tienda de campaña para que fuese más fácil divisarles desde el aire. Biaggi se encargó de ello y desde entonces, al campamento se le conoció como “La Tienda Roja”.

La célebre tienda roja

Posteriormente, en una de las salidas de reconocimiento, se pudieron recuperar varios instrumentos de radiotelegrafía con los que, tras muchos esfuerzos, el mismo Biaggi pudo improvisar una emisora con la que pedir auxilio al Cittá de Milano, un buque de la armada italiana encargado del apoyo logístico de la expedición y de las comunicaciones con el dirigible.

Los siguientes días pasaron entre dolores, hambre, frío y mensajes sin contestar. El Cittá de Milano no parecía recibir las emisiones que diariamente y a intervalos de cuatro horas enviaban desde el improvisado campamento de Nobile, indicándoles que aún estaban vivos y que se encontraban a 81º, 14’ de latitud Norte.

En la noche del 28 al 29 de mayo los supervivientes sufrieron el ataque de dos osos polares

En la noche del 28 al 29 de mayo los supervivientes sufrieron el ataque de dos osos polares, a los que hicieron frente con la pistola del capitán. En esta ocasión salieron del aprieto pero solo para darse cuenta de otra adversidad: el gran témpano de hielo sobre el que habían aterrizado se encontraba a la deriva. Al principio se movían lentamente, pero conforme pasaban los días la deriva se iba haciendo cada vez más veloz, llegando a desplazarse hasta 15 kilómetros en dirección a la Tierra de Francisco José.

Había pasado ya una semana desde la colisión y no parecía que nadie escuchase sus mensajes. El 30 de mayo, y tras una tensa reunión, se decide que los tres náufragos con más fuerzas, Malmgre, Mariano y Zappi, intentarán marchar a pie en busca de auxilio. Apenas media hora después, y habiendo avanzado menos de sesenta metros, los tres hombres vuelven exhaustos al campamento. Descansan durante unas horas y tras cargar algunas provisiones, los tres arriesgados expedicionarios vuelven a intentarlo, abandonan el campamento y ponen rumbo a lo desconocido.

Los días pasan en el campamento con los exploradores que quedaron allí, y los mensajes siguen sin ser escuchados por nadie. Otra semana más sin noticias, la situación cada vez es más difícil y el buque italiano sigue sin recibir las llamadas de socorro desde la Tienda Roja.

Nos situamos el 6 de junio de 1928 para presenciar uno de los hechos más rocambolescos y absurdos de esta historia. A miles de kilómetros de distancia, un radioaficionado siberiano llamado Nicolas Schmidt, desde la diminuta localidad de Wononsesk ha captado su señal de auxilio y lleva varias horas intentando contactar por radio con el Citta di Milano para avisarles de que la expedición de Nobile aún está viva vagando a la deriva en un gran bloque de hielo y necesitaba urgentemente ser rescatada cerca de la isla de Foyn.

Nobile y Tinina en el campamento

En el barco desconfían de este radioaficionado y en un primer instante creen que se trata de una broma de mal gusto. Afortunadamente, horas más tarde, otros radioaficionados desde diversos lugares del mundo, incluyendo San Francisco en California y Puebla en México, envían la siguiente comunicación: “El dirigible Italia, con el general Nobile, está en peligro. Lleva T.S.H. Onda 40-45 metros. Es preciso que se acuda en su auxilio inmediatamente

Tras de los momentos iniciales de incertidumbre deciden dar crédito a todas estas notificaciones aficionadas y aún así, tardaron dos días más en conseguir la comunicación con los exploradores perdidos, el 08 de mayo.

Los aviones que enviaban a su rescate pasaban muy cerca sin detectarlos

Aquel rayo de esperanza tampoco les iba a durar mucho puesto que su situación comenzaba a ser insostenible. La banquisa donde se encontraban comienza a agrietarse y los aviones que enviaban a su rescate no terminaban de divisarlos, ante la impotencia de los acuciados náufragos que veían como los aeroplanos pasaban escasamente a diez kilómetros de su posición sin detectarlos.

Finalmente fue el aviador Rüsser-Larsen quien confirmó por primera vez su posición, situando a los náufragos del Italia en 80º 30’ Norte y 28º Este.

Tras unas primeras indagaciones sobre su situación, se llegó a la conclusión de que era, si no imposible, sí muy arriesgado el aterrizar en aquel bloque de hielo por lo que se decidió que se lanzarían víveres y medicinas que les permitieran resistir el tiempo necesario, o incluso materiales y herramientas para que los exploradores construyeran una improvisada pista de aterrizaje en las cercanías del campamento.

Por increíble que pueda parecer, y a pesar de los numerosos intentos de sobrevolar el campamento para arrojarles ayuda aérea, tuvieron que pasar doce días más hasta que por fin un avión consiguiera lanzarles 300 kilos de material y víveres. Fue el 20 de junio de 1928 y hasta entonces, uno tras otro, todas las tentativas de socorrer a los desesperados náufragos habían terminado de manera infructuosa o incluso trágica, como sucedió con el avión de Amundsen.

Aún tendrían que esperar varios días más, hasta el 25 de junio, cuando por fin un avión tripulado por los aviadores suecos Lundborg y Schyberg pudieron alcanzar el campamento de la Tienda Roja. Comienza aquí el episodio que le dio a Nobile su injusta fama de cobarde puesto que, a pesar de que el italiano había hecho planes para el desalojo de los heridos, el aviador tenía órdenes estrictas de rescatarle a él en primer lugar.

Nobile no fue escuchado a pesar de que pidió en varias ocasiones que se llevasen primero a los heridos más graves, como Ceccioni, Trojani o Behounek que se encontraba ciego a consecuencia de la refracción polar. Tras una larga conversación con Lundborg, Nobile terminó subiendo a regañadientes al avión, con su perrita Tittina que había sobrevivido a todas las desventuras junto a su dueño, y apenas unas horas después, ya se encontraba a salvo en la base de Virge Bay.

Lundborg intentaría volver a por más heridos pero en su segundo vuelo terminaría estrellándose muy cerca del campamento, destrozando el avión y aunque sobrevivió al accidente, se encontró atrapado en los hielos junto al resto de la expedición.

El avión de Lundborg se estrelló al aterrizar en el campamento

Durante los siguientes días las condiciones meteorológicas, ya de por sí difíciles, se volvieron imposibles a causa de la ventisca y de una espesa niebla que no dejaba ver a más de un par de metros. Los días se sucedieron entre intentos por parte de otros aviones pero no solo no consiguieron rescatarlos sino que apenas lograban divisarlos.

El 6 de julio otro avión consigue aterrizar junto al campamento pero al igual que ocurriese con Nobile, tan solo tiene espacio para llevar a un tripulante. Irónicamente la decisión de quién sería el afortunado pasajero fue fácil de tomar: el avión que había logrado aterrizar era el del sueco Schyberg que no dudó en llevarse consigo a su compañero y compatriota Lundborg, el aviador que se había estrellado días atrás. Así que las cosas volvieron a estar como al principio.

El avión accidentado sirvió de refugio junto a la rienda roja

No obstante, algo sí que había cambiado. La deriva del gran bloque de hielo en el que se hallaban les conducía hacia mar abierto en donde se abría una ventana de oportunidad: el rompehielos ruso Krassin, de 11.000 toneladas y el mayor navío del mundo en su clase, podría intentar el rescate si conseguía encontrar un paso libre de hielos.

El 10 de julio, y mientras el Krassin luchaba para abrirse camino entre grandes bloques desprendidos de la banquisa, algo extraordinario ocurrió.

Allí, flotando en el agua y sobre un pequeño iceberg de apenas 8 metros de diámetro, se encontraban Zappi y Mariano, dos de los tres componentes de expedición que habían abandonado el campamento el 30 de mayo en busca de ayuda. Se encontraban famélicos, y tan extenuados que necesitaron ayuda para subir a bordo y apenas se mantenían en pie en la cubierta del Krassin. Los rusos cuentan que los náufragos lloraban y reían a la vez presas de una emoción indescriptible.

La tercera persona que había partido con ellos, el profesor Malmgrem, y según sus propias declaraciones, estaba tan herido y enfermo que les había pedido que le dejasen en la isla de Broch y se salvasen ellos.

Los dos rescatados cuentan que tardaron dos semanas en acceder a la petición del profesor sueco de abandonarlo allí y que finalmente aceptaron al considerar que no tenían otra posibilidad de salvación. Ni entonces, ni ahora, existe forma de comprobar que este relato es cierto y sobre esta oscura etapa de la expedición se levantó una gran polémica que incluyó graves acusaciones de canibalismo.

Mientras que en los siguientes días los periódicos de todo el mundo abrían sus portadas con la sorprendente aparición de los dos exploradores, elucubraban sobre las versiones de cómo habían sobrevivido y criticaban el abandono del querido profesor sueco, el rompehielos ruso continuaba su marcha hacia el resto de la expedición.

Por fin, el 13 de julio de 1928 el campamento de la Tienda Roja divisó a lo lejos al barco ruso. Los que aún podían levantarse encendieron fogatas como señales de humo y el Krassin les respondió haciendo sonar sus bocinas… Estaban salvados.

* Esta entrada pertenece a la serie Atrapados en el hielo, escrita por Javier Peláez, divulgador científico y colaborador de Next. Puedes seguir sus trabajos en La Aldea Irreductible.

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