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Ciencia

Kane, el aventurero que vomitaba por la borda

El Advance. Ilustración del frontispicio de Arctic Explorations 1856

Piense en el chaval más frágil, enjuto y debilucho de su clase en el colegio e imagine la sorpresa de encontrarlo, ya de adulto, luchando contra las adversidades inimaginables en los ambientes más extremos y convertido en uno de los exploradores más infatigables de todos los tiempos. Se llamaba Elisha Kent Kane y a los pocos meses de nacer los médicos le detectaron un grave problema de corazón. Al comunicárselo a sus padres no tuvieron remilgos y fueron muy directos: su hijo no sobrevivirá muchos meses más.

Su padre le dijo: “Elisha, si vas a morir, muere al pie del cañón”.

Como podéis imaginar no murió, aunque creció enfermizo y aquejado constantemente de fiebres y todo tipo de males que lo tuvieron postrado en la cama durante meses. Durante su etapa de estudiante en la Facultad de Medicina una fiebre reumática hizo presa en él y nuevamente quienes lo atendieron vaticinaron que no terminaría con vida sus años de Universidad. Llegados a este punto su padre habló con él y le dijo: “Elisha, si vas a morir, muere al pie del cañón”.

Kane iba a tomar aquel consejo paterno como leitmotive para el resto de su existencia y así fue cómo aquel endeble y quebradizo chaval terminó navegando por todo el Mediterráneo y  explorando las lejanas tierras de la India, China y gran parte de África.

Estuvo enfermo igualmente, las largas travesías por mar lo mareaban y pasó gran parte de sus andanzas por todo el mundo vomitando por la borda o aquejado de fiebre en su camarote, pero como él siempre decía: si mi salud me va a dar poco tiempo de vida, ¿para qué estar enfermo encerrado en casa?

En Filipinas atravesó el cráter de un volcán colgado de una cuerda hecha de tiras de bambú, en México lideró una partida de guerrilleros e incluso recibió un lanzazo en el abdomen (herida a la que también sobrevivió), en Egipto se adentró en las catacumbas de Tebas… No está mal para alguien al que apenas daban unos meses de vida cuando nació.

Elisha Kent Kane (Arctic Explorations, 1st edition, 1856) 

Pero si en algún lugar fue feliz, ese lugar fue el Ártico. Elisha Kent Kane se alistó con apenas veinte años en la Armada de Estados Unidos y su primera gran misión fue la de embarcarse como ayudante de cirujano, con el cargo de oficial médico, en una de las docenas de expediciones que se organizaron a principios de la década de 1850 en busca de Franklin.

Kane pasó gran parte de sus andanzas por todo el mundo vomitando por la borda.

Era la primera de las expediciones financiadas por el millonario Henry Grinnell y en ella Kane descubrió esa mezcla de sufrimiento y belleza que lo impresionó para toda la vida. Una mañana temprano de un gélido enero de 1853, el joven se alejó andando unos dos kilómetros del barco y en solitario, frente a la interminable extensión de hielo y nieve del Ártico, contempló el primer amanecer después de más de ochenta días de oscuridad. En la obra que posteriormente publicó de esta expedición relataba así su iniciática experiencia polar: “Nunca, jamás, hasta que me cubra la tierra de la sepultura o el hielo de estas tierras, volveré a privarme de esta bendición de bendiciones”.

La primera expedición Grinnell en busca de Franklin pasó con más pena que gloria y regresó a Estados Unidos sin mucho que contar sobre el paradero de los marinos desparecidos. Sin embargo el libro que escribió Kane, así como las numerosas conferencias que realizó por todo el país, entusiasmaron a un público ávido de aventuras polares.

Henry Grinnell (Arctic Explorations, 1st edition, 1856)

El doctor Kane, como ya era conocido en estos días, no tuvo una repercusión demasiado importante en la expedición pero se reveló como un gran escritor y sobre todo como un apasionado orador. Hasta aquel momento las narraciones realizadas por los capitanes que viajaban al Polo eran una especie de diarios militares, listas de tareas realizadas, fechas,  localizaciones... un compendio de datos que dejaban poco lugar para las experiencias personales, desdichas y aventuras que aquellos hombres habían sufrido. Kane cambió todo eso con su libro de la expedición añadiendo su narrativa personal que acercaba el relato de los hechos a lo que el público quería. En sus conferencias explicaba anécdotas y hechos fascinantes, hablaba de cómo eran necesarios tres hombres y un hacha para cortar la mantequilla congelada en la bodega, describía el dolor de la amputación de los dedos por congelación, detallaba hasta el terrible sonido del hielo crujiendo y aplastando el casco del barco. Nadie había contado las aventuras polares con tanta pasión y detalle, sus conferencias colgaban el cartel de no hay billetes y llegaba a cobrar miles de dólares por una sola de ellas.

Eran necesarios tres hombres y un hacha para cortar la mantequilla congelada

Las aventuras contadas por Kane se adelantaban en diez años a las que harían célebre al mismísimo Julio Verne y en su época lo encumbraron como el gran héroe americano. Allá donde iba, “el Doctor Kane de los mares árticos” llenaba auditorios y sembraba admiración.

Su fama llegó a su máxima cota cuando, entre todo el reconocimiento por sus conferencias, anunció además su inminente boda con la célebre médium Margaret Fox, una de las tres hermanas capaces de comunicarse con los muertos y que  iniciaron lo que hoy conocemos como espiritismo. En realidad Margaret era una simple charlatana con una habilidad curiosa: podía hacer crujir las articulaciones de sus dedos transmitiendo los mensajes del más allá mediante golpecitos de sus pies en el suelo.

Las tres hermanas Fox.

Pero Elisha era un hombre de acción y por encima de todo ansiaba volver al Ártico. Durante la primavera de 1853 Henry Grinnell volvió a aparecer y se ofreció a organizar una segunda expedición en busca de Franklin siempre que fuese el doctor Kane quien la comandase. Poco importó que nuestro buen doctor no fuese marino, o que nunca hubiese capitaneado un barco, ni siquiera que apenas tuviese experiencia en la organización de un viaje de estas características… la fama adquirida le hacía un gran reclamo y Grinnell lo quería al frente de su expedición.

El relato de sus aventuras lo encumbró como el gran héroe americano.

En mayo de 1853, con una tripulación de tan solo veinte hombres y al mando del Advance, Elisha Kent Kane volvía al Ártico, supuestamente para encontrar a Franklin. Y decimos “supuestamente” porque como vimos en el capítulo anterior de esta serie, en realidad la búsqueda de Franklin era solo una excusa para adentrarse hacia latitudes más al norte. De hecho, el objetivo de Kane era alcanzar el Polo Norte y llegar hacia lo que en aquel momento se creía que era un mar abierto por el que poder navegar libremente.

Por supuesto, ahora sabemos que ese mar polar abierto no existe, pero en aquel momento era una teoría aceptada por muchos y el intento por alcanzarlo llevó a Kane a quedarse atrapado en los hielos del Ártico durante más de tres años durante los cuales vivió una de las epopeyas más memorables de la exploración polar.

El primer invierno lo pasaron en el barco bordeando la costa sin dejar atraparse por los hielos. De vez en cuando bajaban a tierra para realizar alguna excursión y sobre todo para ir dejando algunos víveres en improvisados depósitos construidos con la idea de servir de salvavidas en caso de necesitarlos a la vuelta. A primera vista, aquellos depósitos parecían una buena idea pero finalmente terminaron mermando las provisiones, ya de por sí escasas, de la expedición.

Lo cierto es que el doctor se había quedado corto en casi todas sus previsiones. A los pocos víveres se unieron otros tantos problemas como la falta de combustible para el barco, el exceso de roedores en la bodega, el escorbuto causado por la escasez de frutas y alimentos frescos, y por supuesto por la endeble salud de Kane que enfermó en incontables ocasiones de diferentes males, incluida una fiebre reumática que casi acaba con él durante el viaje.

Cinco de los componentes de la expedición, con Kane en el medio, pasando el segundo invierno en el Advance. (Arctic Explorations, 1856)

Durante el segundo invierno el problema de las ratas se convirtió en una verdadera epidemia y Kane optó por fumigar todo el barco con carbón vegetal, una decisión que tan solo sirvió para incendiar el barco. Con medio barco en llamas y asfixiado por el humo, Kane se desmayó y tuvieron que sacarle inconsciente arrastrándolo por los pies fuera del navío. Tras sofocar el fuego y salvar el Advance, los tripulantes abandonaron la idea de la fumigación y las ratas volvieron a hacerse las dueñas.

Las adversidades surgían encadenadas una tras otra. A los pocos días del incendio, uno de los perros dio muestras de lo que ellos pensaron que era rabia e intentó morder a varios hombres antes de lo pudiesen detener. Lo sacrificaron pero al poco, 46 de los 52 perros de tiro que llevaban a bordo murieron de la misma afección y con los mismos síntomas. A partir de entonces todas las salidas al exterior tuvieron que realizarse con hombres tirando de los pesados trineos. Para empeorar aún más las cosas en una de estas excursiones con trineos mueren dos de los hombres y a otros tantos les deben amputar varios dedos congelados.

Al quedarse sin perros de tiro los marineros tuvieron que arrastrar los botes y trineos. (Arctic Explorations, 1856)

La relación con la tripulación tampoco fue buena. Kane había embarcado con su propio código de conducta que tenía tres reglas fundamentales: obedecer estrictamente la cadena de mando, no beber alcohol y no proferir palabras irreverentes. Después de los largos meses atrapados en el hielo, en mitad de la gélida oscuridad polar, sin combustible para el barco, sin un bocado que llevarse al estómago y con la incompetencia manifiesta como organizador de Elisha Kane, los marinos estaban al borde del motín… algo que terminó ocurriendo en septiembre de 1854.

El día 5 de aquel mes, y mientras se preparaban para afrontar otro duro invierno, Isaac Hayes abandona el barco  junto con otros ocho marineros tras los numerosos enfrentamientos con el capitán. Por su parte, Kane les deja marchar sin tener en cuenta su rebelión y les pide que firmen un documento en el que manifiesten que se van voluntariamente.

Sin refugio, salvo por el pequeño bote con el que partieron, con unas provisiones irrisorias y con el invierno a la vuelta de la esquina, los hombres de Hayes regresaron derrotados al Advance tres meses después de su pequeño motín, convertidos en espectros famélicos y congelados. Kane no fue demasiado severo con los rebeldes y los volvió a aceptar en la expedición, haciendo gala de sus conocimientos médicos ayudando con la amputación de  algunos miembros congelados, incluyendo a Hayes que perdió dos dedos de la mano y varios de los pies.

Isaac Israel Hayes en un retrato realizado por Matthew Brady (circa 1873)

Con la tripulación reunida de nuevo pero sin apenas comida y con el escorbuto haciendo presa fácil de los marineros, la expedición sobreviviría a duras penas durante los siguientes meses gracias a las frecuentes visitas que recibían de los esquimales. Allí estaban ellos, muriéndose literalmente de hambre y sin embargo aquellos inuits iban y venían con pasmosa facilidad por los hielos. Hacían cientos de kilómetros andando para ver a aquellos extraños hombres blancos, que se convirtieron en una especie de atracción para familias enteras de esquimales que viajaban con sus hijos para conocerlos y que de paso les traían algo de caza para que pudieran comer.

Pero el invierno fue oscuro, largo y muy duro. Si seguían así no iban a durar mucho más tiempo y aunque los deshielos de la primavera habían traído algo de caza para alimentarse, lo cierto es que toda la tripulación estaba sucumbiendo al escorbuto y durante los meses más fríos habían utilizado gran parte de la madera del barco quemándola para calentarse. La única opción, arriesgada y a primera vista imprudente, constaba de tres pasos: abandonar el Adventure,  marchar a pie arrastrando los botes hasta alcanzar mar abierto y una vez allí subirse a ellos y remar hasta alcanzar algún asentamiento en tierra firme.

A mediados de mayo de 1855, y aprovechando la mejoría del tiempo y la vuelta de la luz al Ártico, los exhaustos marineros de la expedición dejaron atrás el refugio de su barco y comenzaron una lenta tirando de los pesados botes que llenaron de todo lo que les quedaba.  

Los dieciséis hombres que quedaban con vida, cuatro de ellos inválidos e incapaces de ponerse en pie, debían arrastrar como pudieran los tres botes a través de más de cien kilómetros de terreno helado, con grandes desniveles, y zonas a medio descongelar. En un principio Kane pensó en dividirlos en equipos que se encargarían de mover cada bote, pero al poco de comenzar la caminata se dio cuenta de que era imposible: todos juntos apenas podían mover una sola embarcación, por lo que tenían que avanzar moviendo un bote, volver atrás para empujar el segundo, y nuevamente volver a por el tercero.

Ilustración de los marineros arrastrando los botes (Arctic Explorations, 1856)

Durante la travesía, uno de los marineros, Christian Ohlsen, se hirió gravemente al intentar recuperar un trineo que había caído a través del hielo. Al cabo de unos días falleció y fue enterrado allí. Un mes tardaron en alcanzar el mar y el 19 de junio de 1855 se subieron a aquellos botes y comenzaron a remar ya en aguas abiertas rumbo al cabo Alexander.

La expedición remando en mar abierto (Arctic Explorations, 1856)

Ante ellos aún se extendían más de 1200 millas de mar y peligrosos icebergs que estuvieron a punto de hacer volcar varias veces aquellos endebles botes. Aun así, a veces a vela y otras remando, y tras otros 49 días en el mar sin apenas comida ni agua, los hombres que quedaban de aquella desafortunada expedición fueron avistados el 6 de agosto por un ballenero de bandera danesa dando así por finalizada la segunda expedición Grinnell bajo el mando de Elisha Kent Kane.

* Esta entrada pertenece a la serie Atrapados en el hielo, escrita por Javier Peláez es divulgador científico y colaborador de Next. Puedes seguir sus trabajos en La Aldea Irreductible.

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