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Ciencia

Nordenskjöld y sus hombres barbudos

El deplorable aspecto de Andersson, Duse y Grunden tras su aventura en el hielo. Irreconocibles incluso para sus propios compañeros.

Mediados de octubre del año 1903. De la inmensa sábana blanca de la Antártida surgen, a lo lejos, dos manchas oscuras apenas distinguibles. Los exploradores se fijan en aquellos borrosos puntos diminutos y comienza un debate: ¿son piedras? No, no pueden ser piedras, salvo que las piedras puedan moverse. ¿Quizá pingüinos? Esto parece más probable, puesto que la gran colonia, con cientos de ellos, no debe estar lejos. Entre discusión y discusión, deciden acercarse más para asegurarse. Sí, son objetos animados, ¡se mueven!

Jonassen coloca sus manos a modo de visera y es el primero que se arriesga: “Creo que son personas”. Nordeskjöld corre apresuradamente a por sus prismáticos y muestra claramente su nerviosismo. “Las manos me temblaban cuando me los llevé a los ojos, temblor que aumentó cuando pude comprobar que realmente podrían ser seres humanos”

Cuando por fin pudieron acercarse lo suficiente a ellos su reacción fue de incredulidad:

“No sentía temor en aquel momento, pero mi pensamiento estaba ofuscado sin atinar la causa, mirando a aquellos hombres negros como el carbón, vestidos de pies a cabeza de negro, con la cara negra y la cabeza cubierta con altas gorras negras. Tenían largas barbas y cabellos  untados con grasa de foca, lo cual les daba el más singular aspecto. Nunca había visto semejante muestra de civilización y de salvajismo; mis facultades adivinatorias quedaron paralizadas cuando me pregunté qué clase de gente podía ser aquella. Jonassen me preguntó si pertenecerían aquellos hombres a alguna raza antártica desconocida”.

Fueron necesarios varios minutos más para que, incluso después de hablar con ellos, su incredulidad desapareciera: aquellos seres barbudos y negruzcos de raza desconocida y extraña eran sus propios compañeros de viaje. Ante sus propios ojos estaban, totalmente irreconocibles, sus amigos Andersson, Duse y Grunden… y tenían una historia extraordinaria que contarles.

Se conoce como Expedición Antártica Sueca y no es una aventura polar, en realidad son tres increíbles aventuras polares en una sola. Mientras que Scott se encontraba organizando lo que sería su Expedición Discovery, en 1901 se iniciaban en Suecia los preparativos para una misión que nacía con espíritu científico. Hasta ese momento la Antártida era un continente desconocido al que apenas había llegado un puñado de balleneros en busca de fortuna.

La Expedición Antártica Sueca era una misión científica

A finales del siglo XIX dos congresos científicos en Londres y Berlín exponen la conveniencia de explorar el Polo Sur y con ese fin comienzan los preparativos de una expedición en la que se embarcarían geólogos, meteorólogos, biólogos… No estamos ante un viaje de conquista, de búsqueda de la gloria, la Expedición Antártica Sueca era una misión científica, la primera en su clase en toda la historia.

El barco que les llevaría en este viaje era el Antarctic, un robusto ballenero que alcanzaba 6 nudos a máquina y 12 con velas y viento a favor. Al mando de la expedición, el geólogo Otto Nordesnkjöld, sobrino del célebre pionero polar que abrió el paso del Nordeste con el Hecla. Al timón, Carl Anton Larsen, un marino con amplia experiencia en mares difíciles y congelados; y como tripulación, un equipo mixto de científicos y marinos dispuestos a enfrentar lo que en aquellos momentos era todo un enigma: el Polo Sur.

El 16 de octubre partían desde Gotteborg rumbo a Argentina, donde tenían previsto aprovisionar el barco y sumar a su tripulación a algunos científicos más. A cambio de la logística, combustible y comida, el Gobierno argentino llegó a un acuerdo con Nordesnkjöld para que incluyese en el viaje a un marino argentino: José María Sobral, quien a la postre se convertiría en el primer argentino en pasar un invierno en la Antártida.

Comenzaba la parte seria del viaje y el 21 de diciembre de 1901 abandonan el puerto de Buenos Aires rumbo al Polo.

La expedición en la Patagonia

La idea, como siempre en estos casos, parecía sencilla y sin demasiados problemas: el Antarctic alcanzaría la península Antártica y allí dejaría a seis integrantes de la misión, al mando de Nordesnkjöld, que pasarían el invierno realizando trabajos científicos. El buque capitaneado por Larsen regresaría a Argentina y volvería por ellos al año siguiente. Tan solo unos grados más al sur, y rodeados de gigantescos bloques de hielo flotantes, los integrantes de la expedición se dieron cuenta que la empresa no iba a ser tan simple como habían previsto:

“Navegábamos un mar a través del cual nadie había viajado hasta ahora... parecía como si la Antártida sólo deseara atraernos más profundamente en su interior con el fin de aniquilarnos".

Al igual que otras expediciones ya hicieron en el Ártico, los suecos tomaron la precaución de dejar algunos depósitos de comida en lugares estratégicos como la isla Paulet o la isla Seymur, mientras seguían rumbo sur. El 9 de febrero avistaron tierra y Nordesnkjöld eligió la isla Snow Hill (Cerro Nevado) como el lugar propicio para realizar la invernada.

José María Sobral se convertiría en el primer argentino en pasar un invierno en la Antártida.

Después de desembarcar un sinfín de materiales, víveres, herramientas e instrumental científico, el 14 de febrero comenzaba la aventura en solitario de los seis integrantes que se quedarían allí durante casi un año: Nordenskjöld,  Bodman, Ekelöf, Jonasen, Akerlundh y el argentino Sobral. El resto de la tripulación embarcó unos días más tarde en el Antarctic y regresó a Argentina.

Las primeras noches fueron horribles. Apelotonados en una pequeña caseta de apenas dos metros cuadrados, que más tarde se convertiría en la caseta donde guardar el instrumental, tuvieron que soportar temperaturas de -45 ºC y vientos como nunca antes habían visto. Sin embargo, tenían mucho trabajo por delante y a pesar de las inclemencias comenzaron a construir la cabaña que les cobijaría durante los próximos meses.

A principios de marzo todo parecía estar en orden. La cabaña estaba casi terminada, los refugios auxiliares en marcha y los aparatos científicos, incluido un pequeño observatorio astronómico, comenzaban a dar las primeras alegrías a los seis integrantes que también iniciaron una serie de excursiones con perros y trineos conforme el tiempo iba mejorando.

El equipo de Nordesnkjöld realizando excursiones e investigaciones científicas en la Antártida. (Abril 1902)

A pesar de algún que otro contratiempo, una lesión de Nordesnkjöld en el brazo y de soportar varias tormentas, el invierno pasó como estaba previsto y a principios de diciembre los seis hombres estaban listos para regresar a la espera de que el Antarctic les recogiese.

Eran náufragos a la espera de un rescate que no llegaba.

Las horas pasaban y se convertían en días, los días en semanas y éstas en meses. A principios de febrero de 1903 se resignaron y comprendieron que algo malo había ocurrido en el barco. Con las provisiones calculadas para algo más de un año, los seis hombres de Nordesnkjöld se enfrentaban a la posibilidad, cada vez más real, de tener que pasar un segundo invierno en aquella isla. Eran, de hecho, náufragos a la espera de un rescate que no llegaba.

¿Qué estaba ocurriendo con el Antarctic?

De manera paralela a las desventuras de los seis integrantes del campamento de Cerro Nevado, los marineros del buque Antarctic capitaneados por Larsen iban a tener su propia ración de desgracias cuando quedó atrapado por el hielo en su viaje hacia la isla.

A principios de octubre de 1902 el buque zarpó desde Ushuaia con la intención de recoger a los hombres de Nordesnkjöld. Apenas habían avanzado unos grados rumbo Sur cuando empezaron las primeras dificultades. El 8 de noviembre el navío quedó aprisionado por la banquisa y tras escorarse hacia un lado, casi termina en el fondo del mar.

Fue un primer aviso de lo que les esperaba. Gracias al esfuerzo de Larsen y toda la tripulación, empujando, cavando y rompiendo hielos, pudieron escapar del abrazo helado de los bloques y dos días después el Antarctic se encontró por fin navegando en aguas libres. Pero se trataba solo de un breve descanso, que daría paso a un nuevo estancamiento en noviembre, del que por suerte volvieron a escapar.

Permanecer a cubierto dentro del buque era demasiado peligroso

Se suele decir que a la tercera va la vencida y así fue… el 29 de diciembre volvieron a quedar prisioneros del hielo. Tuvieron que acampar junto al barco ya que el capitán consideró que permanecer a cubierto dentro del buque era demasiado peligroso: en cualquier momento la presión de los grandes bloques podría quebrarlo y hundirlo en cuestión de minutos.

Habían quedado atrapados a tan solo unos días de distancia del campamento de Cerro Nevado, una distancia que en aquel momento parecía salvable a pie, por lo que deciden enviar una partida con tres hombres que, moviéndose veloz entre los hielos, pudiese alcanzar el lugar donde esperaban los seis de Nordesnkjöld.

Los elegidos fueron Andersson, Duse y Grunden que calculan un viaje de cuatro días desde su posición hasta Cerro Nevado por lo que apenas prepararon unas cuantas provisiones, las necesarias para andar rápidamente y llegar cuanto antes.

Ante un silencio generalizado, el barco vencido comenzó a desaparecer ante sus ojos.

La expedición quedó dividida de esta manera en tres grupos diferentes e incomunicados entre sí: el grupo de Nordesnkjöld que ya lleva más de año en la cabaña de Cerro Nevado, el grupo de tres compuesto por Andersson, Duse y Grunden que se desplazó a pie desde el barco hacia la cabaña y el resto de la tripulación que, al mando del capitán Larsen, permaneció junto al buque atrapado en el hielo.

Ninguna de las previsiones que hicieron en aquella fecha se cumplió.

Para los que se quedaron en el barco, y ya a principios de febrero, estaba más que claro que el Antarctic no volvería a navegar y terminaría hecho trizas en el fondo del mar antártico. A las 12:45 del 12 de febrero de 1903, el buque comenzó a cabecear y la popa se levantó varios metros empujada por los hielos. Ante un silencio generalizado, el barco vencido comenzó a desaparecer ante sus ojos. Lo último que se hundió fue el trinquete mayor con una bandera sueca agitada al viento.

“El palo de mesana pegó duramente contra el hielo, el palo mayor también se estrella y se rompe. El último mástil y la bandera con el nombre Antarctic desaparecen entre las olas”

Los nuevos náufragos del Antarctic se encontraban a 25 millas de la isla de Paulet, en mitad del hielo y con unas provisiones demasiado escasas para afrontar lo que se les venía encima: un invierno en mitad de la nada.

Últimos momentos del Antarctic antes de hundirse

Para el grupo de tres caminantes de Andersson, las cosas tampoco iban nada bien. Sus previsiones de alcanzar el campamento de Cerro Nevado en cuatro días iban a saltar por los aires cuando, al subir a un pico desde donde otear el camino, descubrieron horrorizados una gran extensión de agua libre de hielo precisamente por donde pensaban caminar.

Se encontraban rodeados de agua y el único camino con tierra firme terminaría obligándoles a pasar solos todo el invierno. El 11 de febrero de 1903 comenzaron a construir una pequeña cabaña, utilizando como techo el trineo puesto al revés y como paredes una vieja lona y algunos tablones. En aquellas lamentables condiciones, sin víveres y atrapados por el invierno, tuvieron que sobrevivir durante meses alimentándose exclusivamente de los pingüinos y focas que pudieron cazar.

Andersson, Duse y Grunden sobrevivieron en ese improvisado cobijo durante más de siete meses, hasta que la primavera les regaló el primer respiro. El 29 de septiembre, abandonaron su destartalado refugio y emprendieron la marcha hacia el campamento de Nordesnkjöld.

Su encuentro, en octubre de 1903, fue surrealista… El aspecto demacrado de aquellos tres hombres los hizo prácticamente irreconocibles a ojos de Nordesnkjöld que incluso llegó a pensar que se trataba de una raza de seres desconocida.

Cabaña de Nordesnjöld

Dos de los tres grupos en los que se había dividido esta expedición se habían reencontrado. Los tres negruzcos barbudos alcanzan por fin la cabaña de Nordesnkjöld y les cuentan que el Antarctic se encuentra atrapado en los hielos, sin saber que el buque en realidad se había hundido unos días después de su partida y que el resto de la tripulación se encuentra desamparada en la isla Paulet.

Se calcula que durante su dura estancia en la isla, los náufragos cazaron más de 800 pingüinos

La historia de la Expedición Sueca a la Antártida es un relato de vivencias paralelas, perfecta para una película rodada con numerosos flashbacks en donde los protagonistas deben sobrevivir en grupos alejados unos de otros, sin noticias de lo que les está ocurriendo a cada uno de ellos. Porque en todo este relato entrelazado, aún nos queda el último grupo: los marineros que se habían quedado junto a Larsen y el barco hundido. Su destino, con el invierno cerniéndose sobre sus hombros, dependía de encontrar comida y refugio lo antes posible.

Cogieron lo que pudieron salvar del apresurado naufragio del Antarctic, se subieron a un bote de salvamento y se dirigieron remando hacia la isla Paulet donde permanecerían más de ocho meses. Fue un invierno crudo con temperaturas que alcanzaron los -50 ºC durante muchas noches y en el que sobrevivieron gracias a los pingüinos que atrapaban. Se calcula que durante su dura estancia en la isla, los náufragos cazaron más de 800 pingüinos.

Tripulación de la corbeta Uruguay

Mientras tanto, y ante la falta de noticias procedentes de la expedición, en Argentina y Suecia comienza a extenderse un sentimiento de preocupación. Expediciones como la del Discovery de Scott y la de Gauss habían partido el mismo año y ya habían vuelto… ¿Qué estaba ocurriendo con los hombres de Nordesnkjöld?

Desde Londres llega la designación del Teniente Julián Irizar como máximo responsable del rescate de los suecos y el gobierno argentino pone a su disposición la Corbeta Uruguay para intentar alcanzar el campamento de Cerro Nevado. Zarparía desde Buenos Aires el 8 de octubre de 1903 sin saber que la expedición se encontraba dividida y dispersa en varios grupos.

Para darle aún más emoción a esta aventura, desde la isla de Paulet, Larsen y un grupo de los marinos que le acompañaban en aquella desventurada estancia invernal, se hace a la mar con un bote salvavidas y realiza una de las travesías más épicas a través de las peligrosas aguas del Golfo de Erebus y Terror. Durante quince días estuvieron remando hasta alcanzar la isla Seymur donde en otra de esas increíbles casualidades de la historia, se encontraron con Nordenskjöld y Bodman que habían salido a realizar una excursión por los alrededores.

“Ninguna pluma puede describir la inmensa alegría de este primer instante de encuentro, cuando vi a Bodman saludar a Larsen. En ese momento me enteré que nuestro querido buque ya no existía, pero no importaba, allí ya no podía sentir nada más que alegría cuando vi entre nosotros a estos hombres, de los que tan solo unos minutos antes pensábamos con la mayor pesadumbre”

Aquellos abrazos y saludos entre compañeros eran el preludio del fin de sus penalidades. La corbeta Uruguay avanzaba firme y sin problemas a su encuentro. El 8 de noviembre por fin serían rescatados, cuando entre lágrimas y sonrisas, los componentes de la expedición sueca a la Antártida vieron el pabellón argentino de la corbeta llegar a su rescate.

“No hay, a buen seguro, muchos hombres que hayan estado tan aislados como nosotros, si se considera cuan pocos éramos y la imposibilidad absoluta de salvarnos ni ponernos en comunicación con el mundo exterior, sin auxilio ajeno a nuestros recursos”.

Para el argentino Sobral, que había permanecido durante todos estos meses en el campamento, fue también un momento especial ya que la nave que lo salvaba, aquella Corbeta Uruguay, había sido su buque escuela durante sus años de cadete.

Algunos meses más tarde, y con la expedición ya en casa, Sobral escribiría estas palabras que resumen esa indescriptible sensación de la exploración polar, ese extraño sentimiento de volver donde lo has pasado tan mal como si de las nieves surgiese el encanto de un brujo que hechizase a quien las pisara.

“Y sin embargo, quisiera volver a pasar por esas sensaciones otra vez.

Yo quisiera volver a internarme en las regiones heladas durante varios años más.

Yo quisiera volver a oír, en aquel silencio de muerte, el ruido de la ventisca, el silbido del viento y de la nieve por los huecos de la tienda.

Yo quisiera tener que refregarme las manos con la nieve para volverlas a la vida, y marchar al costado de un trineo tirado por veinte perros para plantar la bandera de la patria más allá del paralelo 80 Sur.”

* Esta entrada pertenece a la serie Atrapados en el hielo, escrita por Javier Peláez es divulgador científico y colaborador de Next. Puedes seguir sus trabajos en La Aldea Irreductible.

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