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Cultura

Batalla cultural

Zemmour, Pardo de Vera y el anuncio de Campofrío

Contra todo pronóstico, Occidente tiene una derecha cada vez mas populista y una izquierda cada vez más clasista

Uno de los tópicos más lamentables del discurso progresista es el que dice que a la derecha no le interesa la cultura. Carece de fundamento, como quedó claro hace unos días, cuando el candidato derechista francés Éric Zemmour presentó un vídeo electoral hipnótico donde denunciaba que su país en 2021 ya no parecía el que todos recordamos de los libros de Literatura o de Historia: el de Luis XIV, Juana de Arco, Charles De Gaulle, Víctor Hugo, Descartes, Molière, Brigitte Bardot y Belmondo (entre una larga lista de iconos culturales clásicos). Nos están robando la Francia de “Versalles y las barricadas” -sostiene-, destruida por el proceso de homogeneización globalista, que vuelve irreconocibles nuestros barrios y nos deja “un extraño y penetrante sentimiento de desposesión”. El polémico mensaje no se puede compartir al no ser considerado apto para menores (solo puede verse en Youtube).

Cuando subí el vídeo a redes, explicando que me parecía muy bien hecho, un amigo periodista de El País puso el siguiente comentario jocoso: “¿Esto es el anuncio de Campofrío?” Esas seis palabras condensan mucha información, sobre todo el menosprecio de la izquierda intelectual por los relatos sentimentales que emocionan a millones de personas, sea un estribillo de Laura Pausini, una campaña de Campofrío o un anuncio electoral de Zemmour. Me refiero a narraciones sencillas, cálidas y cotidianas sobre la importancia de cultivar la tradición y los vínculos humanos fuertes para tener una vida satisfactoria. Dos días después del espot de Zemmour, Ana Pardo de Vera, directora corporativa del diario Público, ponía un tuit maldiciendo a “esos desgraciados que les votan (a Vox) desde el andamio”. Sin duda hay que agradecerle la honestidad de escribir en Twitter las palabras que muchos cuadros de izquierda restringen a las conversaciones privadas, donde el clasismo campa a sus anchas.

Nadie duda de que Zemmour apoya la teoría del gran reemplazo, que sostiene que la marea migratoria terminará por arrinconar a los franceses blancos para instaurar una sociedad musulmana (un temor real para muchas personas que han visto cambios vertiginosos en sus barrios). Se puede debatir si el vídeo criminaliza a los migrantes (y hasta qué punto). También es relevante el hecho de que la izquierda europea sabe que el problema de alienación y desposesión es real pero no se atreve a abordarlo en sus discursos, por miedo a parecer rancia y racista. Prefieren culpar a los “obreros ricos, blancos, heterosexuales, católicos, machistas y españolazos”, expresión de Pardo de Vera en otro tuit de la misma serie.

Destrucción de tejido social

¿Cómo estoy tan seguro de que la izquierda sabe que Zemmour tiene parte de razón en lo que denuncia? Se lo hemos escuchado decir demasiadas veces a sus intelectuales. Por ejemplo, al filósofo Fernando Broncano, uno de los más lúcidos de la actualidad: “Están desapareciendo los lugares donde la gente contaba su vida a los demás. La señora que se acercaba a la mercería no iba solo a comprar unas medias, sino a pasarse media hora hablando con la dependienta, que a su vez se lo contaba a otros, creando lo que el crítico cultural Raymond Williams llamaba ‘estructura de sentimiento’. Esa forma de vivir terminaba cuajando un ‘nosotros’ distinto a ‘ellos’, donde ‘ellos’ son las clases dominantes. Ahora no está claro que exista otra cultura distinta a lo que se impone desde arriba”, me explicaba en 2018.

Cuando llego a mi barrio, digo en broma que soy una minoría étnica, pero también es un comentario serio", explicaba hace unos años el novelista Montero Glez

¿Quién construye ahora ese 'nosotros'?: “La extrema derecha europea ha sabido incorporar nociones que teóricamente pertenecen a la izquierda: el ‘así somos’, ‘nosotros, el pueblo’ y el concepto de enraizamiento. Este tipo de reivindicaciones son muy potentes, ya que tienen que ver con lo que nos une y con lo que nos diferencia de los que mandan”, añadía Broncano en aquella entrevista. En los años setenta la señora de la tienda de ultramarinos te fiaba el día 24 porque te conocía de toda la vida y sabía que pagarías cuando le ingresaran el sueldo a tu marido (además de que vuestros hijos iban al mismo grupo de catequesis en la parroquia). Ahora en su lugar tenemos una familia de chinos que llegaron hace dos años y que apenas pueden comunicarse en nuestro idioma. El camarero del bar del barrio, que conoce nuestra vida desde que somos adolescentes, ha sido sustituido por un carrusel de precarias veinteañeras que raramente pasan más de seis meses en la barra de franquicias como el Cañas y tapas o del 100 Montaditos. Tu barrio, que era tu lugar en el mundo, ha pasado a ser algo muy parecido a un ‘no lugar’.

El novelista de izquierda Montero Glez, uno de los más potentes de nuestro panorama literario, describía una experiencia similar a la del vídeo de Zemmour: “Cuando llego a mi barrio, digo en broma que soy una minoría étnica, pero también es un comentario serio. Las calles con bares castizos donde solía ir con mis amigos hoy son peluquerías chinas o bares de bachata. Eso es un riqueza cultural, igual que los niños mestizos. El problema es que estos cambios tan rápidos nos roban la memoria. ¿Dónde está la cafetería donde iba a desayunar cuando era estudiante? La tienda donde comparaba cómics de chaval hoy es un sitio de arepas y yo me como encantado esas arepas, pero a todo el mundo nos molesta que nos priven de nuestras referencias y nuestras raíces. El antropólogo Karl Polanyi dice que los seres humanos necesitamos un mínimo lazo social y esta sociedad neoliberal está falsificando todas nuestras relaciones. El problema no son los migrantes, sino que cada vez conocemos menos a los demás y nos importa menos lo que les pase”, me contaba en enero de 2019.

Contra todo pronóstico, Occidente tiene una derecha cada vez mas populista y una izquierda cada vez más clasista (incapaz incluso de escuchar a sus mejores pensadores). El discurso de Pardo de Vera sitúa al progresismo en el mismo bando que a Ana Patricia Botín, el de los ciudadanos sofisticados, feministas y cosmopolitas (enfrente están los obreros zafios y patriotas). Zemmour, en cambio, se posiciona con los franceses de abajo, los que sienten que las élites les roban su vida y su país (se posiciona, si quieren, con los franceses blancos, pero apela a los estratos sociales bajos que todavía creen en la meritocracia, ya que viene de una familia de "pies negros", franceses colonizadores de Argelia, repatriados tras la independencia del país). En mitad de esta batalla cultural, llega la brillante campaña de Campofrío, que nos anima a cultivar los vínculos fuertes y a “no vivir acojonados porque la vida es acojonante”. En el plano político, y también en el cultural, 2022 será un año en que veremos si ese "perder el miedo" se traduce en mayor honestidad política o en una subida de la crispación social. Como entrante, el último mitin de Zemmour terminó con una agresión al candidato y una tangana contra los activistas antirracistas que habían acudido a reventar el acto. Va a ser una campaña dura, con la izquierda en la lona.

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