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Cultura

Tumba vacía, el miedo del faraón

Valle de los Caídos

La Gran Pirámide de Guiza es, desde hace milenios, el espacio más vacío del mundo. Considerada la más vieja de las Siete Maravillas de la antigüedad, es la única que sigue en pie porque su enorme mole parece indestructible. Durante 5.300 años, hasta que a finales del XIX se desarrollaron las modernas tecnologías industriales, fue el edificio de piedra más alto del mundo. Toda esta desmesura de más de 57 millones de toneladas de piedra estaba destinada a envolver y proteger una pequeña cámara funeraria destinada al faraón Keops, pero a lo largo de la Historia nunca nadie ha visto allí la momia. Los más crédulos fantasean con que la cámara funeraria es un señuelo, que el auténtico enterramiento está en un lugar secreto e inaccesible. Lo comprobado es que la Gran Pirámide está vacía.

Los faraones tenían una mortificante preocupación que les acompañaba más allá de la muerte, temían que sus tumbas fuesen profanadas, por eso construían enormes pirámides con minúsculos pasadizos interiores que sellaban con bloques de granito, o instalaban trampas para los intrusos. Resultaría inútil, durante milenios sus tumbas serían revueltas por ladrones de tumbas. Con el paso del tiempo, desesperados al ver cómo las sepulturas de sus antepasados eran saqueadas y vaciadas, los faraones del Imperio Nuevo cambiaron de táctica. En vez de monumentales pirámides construyeron disimuladas tumbas subterráneas, sin ningún signo exterior que las señalase. También sería inútil, los arqueólogos las están descubriendo una por una, y se llevan las momias –que son los cadáveres de los faraones- a los museos.

La Gran Pirámide de Guiza

Desde que comenzó la construcción del Valle de los Caídos se calificó, apropiadamente, de obra faraónica, dadas sus dimensiones. Por eso los críticos del franquismo empezaron a llamarlo “la pirámide de Franco”. Los avatares de la política van a sacar ahora de su tumba a los restos del dictador que gobernó a España durante 40 años, y nadie sabe qué hacer con el Valle de los Caídos. Si en una postura extrema decidieran dinamitarlo, les resultaría difícil; los mamelucos dispararon miles de veces sus cañones contra las pirámides y ahí siguen, mientras que nadie sabe ya quiénes fueron los mamelucos.

La basílica y la gigantesca cruz exterior se van a quedar, en cierto modo, como la Gran Pirámide, una construcción ciclópea envolviendo un vacío. Y aunque debido a la llamada “fatiga del hormigón” nadie espera que duren 5.500 años como el complejo funerario de Guiza, seguramente seguirán en pie cuando el franquismo, la Transición, el PSOE y la Ley de Memoria Histórica sean cuestiones arcanas, pasto de eruditos historiadores.

Sueños de dictador

Las construcciones monstruosamente grandes parecen una seña de identidad de las dictaduras. Stalin encargó a Boris Iofán, el genial arquitecto soviético, que construyera el Palacio de los Soviets, un monumental edificio de 415 metros de altura –el más alto del mundo en su tiempo-, sobre el que debía ir una estatua de Lenin de 100 metros de altura, por si fuera poco. En la cabeza de Lenin estaría el despacho de Stalin, aunque quizá no pudiese dominar desde allí la vista de Moscú, debido a las nubes que se forman a esa altitud.

Hitler quiso algo más que un megaedificio, quiso transformar a Berlín en la capital del País de los Gigantes. Berlín le parecía poca cosa para capital del Reich de los Mil Años y decidió incluso cambiarle el nombre

Se excavaron los cimientos, pero la invasión alemana en la II Guerra Mundial impidió la construcción, el acero se necesitaba más en la industria bélica. Aprovecharon el hueco para hacer una gran piscina, hasta que en 1994 Boris Yeltsin, quizá en una noche de borrachera como cuando ordenó invadir Chechenia, decidió reconstruir la iglesia de Cristo Salvador, que había existido allí antes de la Revolución.

Hitler quiso algo más que un megaedificio, quiso transformar a Berlín en la capital del País de los Gigantes. Berlín le parecía poca cosa para capital del Reich de los Mil Años y decidió incluso cambiarle el nombre por Welthauptstadt Germania (Capital del Mundo Germania) encargándole un proyecto demencial a su arquitecto favorito, Albert Speer.

El eje de la nueva ciudad comenzaría con un Arco de Triunfo el doble de alto y el doble de ancho que el de París, y a lo largo de una inmensa avenida se levantaría un estadio capaz para 400.000 personas y edificios oficiales imponentes, como el palacio de la Cancillería, cuya sala principal sería el doble de larga que la Galería de los Espejos de Versalles.

No solamente pretendía superar a París; también Roma obsesionaba a Hitler, de modo que la avenida terminaría en una plaza de 350.000 metros cuadrados, tres veces más superficie que la Plaza de San Pedro del Vaticano. Allí levantaría un Palacio del Pueblo –la misma idea de Stalin- que sería el edificio más alto del mundo, con una cúpula dieciséis veces mayor que la de la Basílica de San Pedro. Este sueño megalómano fue barrido por la guerra, y las generaciones siguientes asociarían Berlín con otra obra no de grandeza, sino de humillación: el Muro de Berlín.

Solamente el sueño faraónico del dictador español llegó a ser realidad, solamente su proyecto le ha sobrevivido, aunque ahora se vacíe como la Gran Pirámide egipcia.

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