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Cultura

La felicidad y la justicia, a 7 minutos de distancia

Distancia siete minutos de la compañía Tizina en el Teatro La Abadía de Madrid.

Dependiendo de la posición relativa de los planetas con respecto al sol, Marte puede estar bien a 60 millones de kilómetros de la Tierra, bien a 400. En agosto de 2012 el ser humano se propuso llegar hasta él una vez más y envió una nave que cruzó esa distancia para dejar allí al robot Curiosity. Aproximadamente en esas mismas fechas nuestro protagonista, un joven juez llamado Félix, se vio obligado a abandonar su vivienda por un problema de plagas. Escapando de las termitas llegó a su antiguo domicilio familiar, donde sin embargo le esperaban otros insectos -en este caso metafóricos- que habrá de diseccionar. Esta es, a grandes trazos, la trama de Distancia siete minutos, pieza que estos días lleva a La Abadía la compañía Titzina y que durante el mes de febrero aterrizará en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares.

Sobre el escenario, dos actores convierten los interrogatorios de Félix en el juzgado y las asperezas de su convivencia con su padre en trasuntos prácticos de temas radicalmente fundamentales como la justicia, el porvenir o el origen –y el destino– de la felicidad humana. En su regreso a La Abadía –ya en 2011 Titzina dio a conocer aquí y en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares  su premiado Exitus– , Diego Lorca y Pako Merino se mantienen fieles a las señas de identidad de la compañía, serpenteando de nuevo magistralmente en los caminos que van del drama a la comedia.

Una de las señas de identidad de Titzina es el arduo proceso de documentación que llevan a cabo a la hora de preparar cada obra. Se buscan y se analizan aquellos lugares en los que la temática surge espontáneamente. En este caso asistieron al segundo Congreso de la Felicidad celebrado en Madrid, pero también tuvieron contacto directo con la realidad judicial y carcelaria, al entrevistarse con personal de varios juzgados barceloneses y colaborar con el aula de teatro de la prisión de la capital catalana. El resultado es una obra intensa y agridulce, una ficción empapada de realidad que hace deambular al espectador entre la risa y el llanto.

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