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Cultura

Luis Fernando Medina Sierra: “La izquierda debe reconocer que Hayek tenía razón en algún debate”

Seguramente ha escrito un libro conciliador, que busca terreno común entre el socialismo y el liberalismo.

Es un ensayo que intenta formular una perspectiva socialista capaz de aceptar algunos logros históricos del liberalismo y del capitalismo. No todo el mundo actual es un desastre, ni estamos peor en 2020 que en 1820. Defiendo que la mejor forma de preservar esos avances del liberalismo es dándole nuevo juego al pensamiento socialista, que tiene más de dos siglos. La izquierda del siglo XX fue derrotada, en parte por sus propias contradicciones, pero creo que la aportación teórica todavía puede ser útil para resolver algunos problemas. En el texto, hago una lectura de Friedrich Hayek y de los libertarios de derechas, siendo crítico en muchas cosas, pero reconociendo que la batalla política actual tiene que ver con sus ideas, por mucho que nos pareciesen extremistas hace unos años. El problema de encontrar terreno común con ellos es que ya sé intentó con la socialdemocracia, que es una opción que va desapareciendo.

El texto subraya que Estado y mercado no se pueden contraponer como blanco y negro, ya que mantienen relaciones complejas, como explicó el antropólogo Karl Polanyi.

Uno de los conflictos importantes que trato en este ensayo es que la vieja economía ya no está vigente. El socialismo del siglo XX fue tan estatista porque tenía retos de modernización que no se hubieran podido afrontar de otro modo. Los deseos de un mayor papel del Estado tienen que ver con la sospecha de que el mercado no iba a resolver todos los problemas por sí mismo, algo que se puede comprobar en las sociedades actuales. En 2020 no todo el mundo tiene garantizada la libertad gracias al mercado. La vieja dicotomía perdió sentido: la salida que buscamos no debe venir de Estado o mercado, sino de una mezcla de ambos.

"Nos faltan metáforas: el siglo XX pensó la sociedad como ejército y como mercado, pero es más ilusionante concebirla como una universidad", apunta.

El texto habla de ‘responsabilidad compartida’.

Creo que sin ‘responsabilidad compartida’ nos vamos a hundir. El pensamiento del siglo XX pone sobre la mesa lo que denomino, no sé si torpemente, ’el hecho de la complejidad’. Hoy vivimos en un mundo mucho más sofisticado que hace 150 años. Los mecanismos de mercado no pueden gestionar todo por sí mismos. El caso más dramático, sin duda, es la crisis ambiental. Hay otros asuntos como los derechos sociales, el tiempo libre o la cultura, que el mercado no puede satisfacer por completo. Necesitamos correctivos o suplementos para muchas cosas. El pensamiento socialista es quien más ha aportado para intentar hacer una sociedad mejor entre todos. Te hablo desde un punto de vista secular, ya que los pensadores religiosos podrían reprochar que su tradición ya nos habló antes de responsabilidades compartidas. Mi posición es que el modelo de solidaridad que ha defiende el socialismo funciona mejor que el religioso, ya que vivimos en un mundo desencantado.

¿Qué podría mejorarse respecto a la cultura y tiempo libre?

Potencialmente, somos la sociedad humana que más tiempo libre podría generar. Esas horas de ocio que se ganen deberían servir para generar lazos colectivos y tejido social. La cultura no puede limitarse a fomentar el consumismo. Muchas veces digo que nos han faltado metáforas. En el siglo XX se enfrentaron dos visiones: la sociedad como mercado y la sociedad como ejército. Mi propuesta es buscar alguna nueva y se me ocurre pensar la sociedad como universidad, que es una empresa colectiva dedicada al mejoramiento de cada uno de sus miembros, a través del intercambio solidario y del mutuo cuestionamiento. En la universidad también hay libre competencia y mecanismos de autoridad, que son conceptos saludables, pero sobre todo hay colaboración. El mercado ha tenido grandes logros, pero la comunidad científica de la universidad también, durante más tiempo que la globalización. No todo la sociedad debe ser como una universidad, pero lo que representa puede ser una imagen que nos ayude a comprender quiénes somos y dónde podemos dirigirnos. Me parece una metáfora ilusionante.

Ha pasado por varias universidades americanas. ¿Qué opina de ellas?

Para mí, los campus de Estados Unidos tienen las mejores prácticas del conocimiento. Soy doctorado en Stanford y he pasado por Virginia y Chicago. Hay un gran ‘ethos’ del trabajo, del debate y de la polémica en el mejor sentido. También trabajé en Colombia, que tiene una comunidad académica vibrante, con intelectos enormes, tanto de alumnos como de profesores. Yo estuve en la burbuja protegida de las universidades de élite bogotanas, pero en la provincia es muy difícil que no te afecten los dramas sociales. Encontré muchos profesores intimidados, amenazados y hasta asesinados. El historiador británico Eric Hobsbawm decía que Colombia era la prueba de que en América Latina la alternativa a la revolución no era una democracia parlamentaria funcional. Frenar la revolución no trae automáticamente una arcadia liberal si no se solucionan los problemas sociales. Siempre he sido una persona muy burguesa y muy académica, así que vivir en una país con tanto conflicto te obliga al compromiso, a ponerte a pensar qué soluciones se pueden aportar. Allí ni siquiera los privilegiados pueden abstraerse a lo que ocurre.

"A partir de ahora, las soluciones no se van a buscar por canales habituales, como partidos políticos y legislaturas", explica.

El sociólogo Ignacio Sánchez-Cuenca defiende que la izquierda vive un fin de ciclo, donde que debe reinventarse a fondo o resignarse desaparecer. ¿Está de acuerdo?

Sí, incluso me gustaría tener un debate sobre nuestros ensayos. Hablo mucho con él de estos asuntos y creo que vivimos una especie de prórroga del partido, por usar el lenguaje del fútbol. Sigue habiendo muchos espacio para nuevas agendas sociales y políticas. A partir de ahora, las soluciones no se van a buscar por canales habituales, como partidos políticos y legislaturas. Algunos de los viejos retos de la izquierda no tienen sentido, pero seguirá habiendo debate social, más allá de las garantías de derechos individuales. La tradición socialista del siglo XX buscaba mejorar la situación con concepciones muy ancladas en el puesto de trabajo, pero la tecnología y la batalla política ha cambiado demasiado desde entonces. Tal vez toque relegar el puesto de trabajo como enfoque para…

(En ese momento, interrumpe nuestra conversación un africano alto y joven, vestido con elegancia bohemia, que se presenta como Abdul. Insiste en pedirnos “un euro, solo un euro”. Se trata de una escena habitual en los cafés de la calle Argumosa de Madrid, donde nos hemos citado para la entrevista. Nos cuesta un par de minutos explicarle que estamos grabando la charla y que no le vamos a dar dinero).

He perdido el hilo. ¿De qué estábamos hablando?

Lo que acaba de ocurrir es el ejemplo de que tenemos enfrente enormes retos referidos a la precariedad, al empleo informal y a la movilidad geográfica. Cuando no hay puestos de trabajo para todos, la izquierda no puede poner el empleo como garantía de los derechos. Confieso que últimamente tengo dudas incluso de que deba mantenerse la primacía de los estados-nación. Cambio de idea constantemente, pero me parece que hay argumentos sólidos entre quienes dicen que deberíamos proponernos como horizonte un mundo sin fronteras. La realidad de las migraciones nos obliga a pensar en soluciones de solidaridad que trasciendan el estado-nación. Parece que ese enfoque es dar la razón a las empresas que precarizan, llevándose la producción a los países más baratos, pero no es así. Hoy los debates sobre Renta Básica Universal interesan tanto a Silicon Valley como a la izquierda global. Es cierto que debemos tener cuidado con su implementación institucional, pero no estoy de acuerdo con los pensadores socialistas que ven esta solución como un endriago neoliberal.

"Cuando señalo que la derecha actual ha rebajado su exigencia intelectual lo digo con pena, ya que eso no es bueno para nadie", lamenta.

Su ensayo presta mucha atención a los matices, pero el debate público se ha vuelto muy maniqueo. ¿Es posible que los intelectuales vivan desconectados de la discusión real?

Algunos de nosotros, por cuestiones generacionales y académicas de la izquierda, no somos muy capaces de comunicarnos con el gran público. Por ejemplo, hecho de menos la vieja tradición del izquierdista del panfleto, que se cultivó con gran éxito popular y manteniendo la sustancia. Sin ir tan lejos, hace poco me fascinó un cómic de Kate Evans sobre la vida de Rosa Luxemburgo, que estaba tratado con gran rigor histórico y en formato muy ameno. La derecha es mejor a la hora de hacer circular sus mensajes, aunque últimamente creo que abusa de las ideas simples, resumibles en un titular de cuatro palabras, pensadas como arma arrojadiza. Es triste ver a un intelectual como Mario Vargas Llosa rebajar su nivel cuando escribe sobre política en los periódicos. Han perdido exigencia académica, pero han conseguido movilizar más gente. También existe una generación de jóvenes Youtubers de derecha que se comunican muy bien, aunque manejan caricaturas del pensamiento socialista, superadas en la academia hace décadas.

No sé, recuerdo que me impresionó la cantidad de figuras de la derecha que reconocieron el valor del pensamiento de Karl Marx en el 200 aniversario de su nacimiento. No imagino a la mayoría de la izquierda haciendo lo mismo con una figura del campo contrario.

Es cierto que no podemos utilizar la palabra ‘neoliberal’ como mote para descalificar todo aquello que no nos gusta. Por eso, en mi libro, analizo con todo el respeto a figuras como Hayek y Popper. El economista francés Thomas Piketty utiliza la expresión ‘izquierda Bramán’ para comparar a los pensadores socialistas con una casta de la India. Estoy de acuerdo en que nuestro trabajo puede tener el riesgo del elitismo, pero en el fondo es positivo que nuestras sociedades hayan podido generar un grupo específico dedicado a pensar las mejores soluciones para nuestros problemas, con la máxima exigencia intelectual. Piketty tiene razón, pero no está mal que haya una especie de ‘secta’ dedicada a cultivar la ideas. Los retos actuales exigen los mejores análisis posibles. Dicho esto, la izquierda debe reconocer que Friedrich Hayek tenia razón en alguna discusión. Hay que leerlo, a pesar de los grandes desacuerdos. Pocos debates existen en la Economía que se hayan ganado con tanta claridad como cuando en 1945 escribe un artículo cuestionando la planificación central de la economía. Países como Yugoslavia, Hungría y otros territorios soviéticos fueron abandonando la planificación central. Me gusta una frase de John Stuart Mill que dice “dame, señor, opositores inteligentes, porque necesito mejorar lo que pienso”. Cuando señalo que la derecha actual ha rebajado su exigencia intelectual lo digo con pena, ya que eso no es bueno para nadie.

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