Quantcast

Cultura

Análisis

Silicon Valley o los promotores de la sociedad psicopática

El deber moral de nuestro tiempo es oponernos a magnates que buscan nuestra deshumanización como Musk, Johnson, Thiel e Itskov

Seminario de la Singularity University

Un valiente que quiere el ateísmo en el futuro se llama a sí mismo ateo; un valiente que quiere el socialismo, socialista; un valiente que quiere el catolicismo, católico. Pero un cobarde que no sabe lo que quiere en el futuro se hace llamar futurista (G. K Chesterton, Futuristas, 1909).

Hace unos días irrumpió en prensa la enésima noticia sobre la búsqueda de 'la fuente de la juventud'. Por lo visto, el magnate de la tecnología Bryan Johnson, de 45 años, dirige un equipo de médicos y especialistas cuyo propósito es el de devolver su cuerpo a la edad de 18 años (destinando para ello 2 millones de dólares anuales). Los productos culturales masivos (taquillas de toda índole) dan cuenta del interés creciente en una ideología que se presenta como nueva, pero que en realidad no lo es tanto: el transhumanismo. Se lleva cociendo a fuego lento, desde los Diálogos platónicos hasta taquillazos como The Matrix.

El sociólogo británico Steve Fuller nos advertía de que "aunque los actuales proyectos transhumanistas no discurren según lo planeado, se está nutriendo una cultura que necesita verlos hechos realidad y, por tanto, [el capital] está dispuesto a financiarlos de manera continuada". No seamos cándidos, las grandes corporaciones tecnológicas, así como los gurús informáticos y la industria cultural, parecen remar en la misma dirección: filtrar una cosmovisión del progreso tecnofetichista (es decir: que los conflictos políticos se resuelvan gracias a las siempre benéficas innovaciones tecnológicas, llevando a la humanidad a un punto de no retorno).

Para que esto se lleve a buen puerto debe haber una activa colaboración entre empresarios, informáticos, físicos, fondos de capital riesgo, escritores, filósofos, sociólogos, profesores de derecho y bioética, editores de revistas como Peter Thiel, Dimitry Itskov, Bill Marris, Larry Ellison, Elon Musk, Sean Parker, Peter Diamandis… Ray Kurzweil, Nick Bostrom, Max More, James Hughes, Glenn Raynolds, Ronald Bailey, entre otros. Un caso paradigmático de este "optimismo" es la llamada Universidad de la Singularidad (Singularity University). ¿De qué se trata? Hablamos de una institución cuasi-académica afincada en Sillicon Valley cuyo propósito es "reunir, educar e inspirar a un grupo de dirigentes que se esfuercen por comprender y facilitar el desarrollo exponencial de las tecnologías y promover, aplicar, orientar y guiar estas herramientas para resolver los grandes desafíos de la humanidad".

El problema es cómo estas élites jerarquizan las prioridades de entre estos grandes desafíos. En palabras del doctor en Economía, Santiago Armesilla: "la burguesía de Sillicon Valley está más centrada en ser inmortal que en el hambre, las epidemias, la pobreza absoluta y relativa o las desigualdades sociales en el Planeta (…) el transhumanismo, para ellos, es la ideología coherente con la siguiente fase del capitalismo".

Hará un par de años, el físico y multimillonario Elon Musk anunciaba que estaba testeando un microchip (desarrollado por Neuralink) que se proponía acabar con enfermedades como la demencia, el parkinson o las lesiones de la médula espinal e incluso, controlar dispositivos inteligentes con la mente (algo así como una domótica-telequinética). Tanto el 'caso Bryan Johnson' como el 'caso Musk' son expresiones de un tremendo pánico a la muerte cuya temeraria solución es la abolición de algo que es constitutivo de los seres humanos: el sufrimiento.

Peter Thiel (fundador de Paypal), un reconocido filántropo, por ejemplo, vendió su compañía en 2002 y comenzó a invertir desaforadamente en biotecnología, puesto que, en sus palabras: "Es posible, y necesario, erradicar el envejecimiento, e incluso la muerte". Aunque parezca imposible, hay ejemplos más estrambóticos: Dimitry Itskov, promotor del proyecto Avatar, afirmó que "nos convertiremos en seres de luz". Su proyecto es perpetuar al individuo (experiencia) y las consciencias humanas en hardwares que los almacenen (como si fueran discos duros) para superar así la muerte orgánica. Y se preguntarán… ¿Dónde he escuchado yo esto antes? Básicamente, es el argumento de la película Trascendence (protagonizada por Johnny Depp). En ocasiones la realidad desborda la ficción...

Silicon Valley contra el conecpto de humanidad

De entre todos estos falsos profetas, al menos hay uno que reconoce sin ambages que el motor de esta ideología es el miedo. Se trata de Ray Kurzweil, escritor y científico (e inspirador del movimiento transhumanista). A su parecer: "alrededor del año 2045 la capacidad de los ordenadores sobrepasará a los cerebros humanos, y la única manera en que podríamos sobreponernos a ese momento crítico sería por medio de la mejora de nuestra biología".

Más allá de las oscuras intenciones eugenésicas y maltusianas que pueda haber detrás del debate transhumanista, lo preocupante es el proyecto de mutación antropológica que pretenden los señores del mundo

No se puede entender a Bryan Johnson, Peter Thiel, Elon Musk, Dimitry Itskov o Ray Kurzweil sin las raíces nihilistas de la vanguardia futurista encabezada por Filippo Tommaso Marinetti y su texto fundacional, el Manifiesto futurista (1909). El futurismo es a grandes rasgos una "estética de la violencia y de la sangre". No debemos quedarnos solamente en las soflamas protofascistas, la misoginia manifiesta y el desprecio por la tradición, sino también tomar nota del hecho de que el Manifiesto futurista sentó las bases teóricas del actual transhumanismo. Como vanguardista del novecento, la propuesta del italiano y sus albaceas era responder visceralmente a la crisis finisecular y civilizatoria que sumía en la decadencia a su querida patria, Italia. El ser humano ha desatado fuerzas e inteligencias que potencialmente podrían superar las capacidades humanas. Ha creado las condiciones de una carrera parricida, en que la máquina podría llegar a aniquilar a su creador.

Sin embargo, no se puede entender a Bryan Johnson, Peter Thiel, Elon Musk, Dimitry Itskov o Ray Kurzweil sin las raíces nihilistas de la vanguardia futurista encabezada por Filippo Tommaso Marinetti y su texto fundacional, el Manifiesto futurista (1909).

El futurismo es a grandes rasgos una “estética de la violencia y de la sangre”. Pero, más allá de las soflamas protofascistas, la misoginia manifiesta o el desprecio por la tradición, lo interesante del Manifiesto es que sentó las bases teóricas del actual transhumanismo abogando por el hombre multiplicado (una suerte de Übermensch nietzscheano). Como vanguardista del novecento, la propuesta del italiano y sus albaceas era responder visceralmente a la crisis finisecular y civilizatoria que sumía en la decadencia a su querida patria Italia. De ahí su continuo elogio a la aceleración y a la ruptura con el pasado anquilosado: “IV. Declaramos que el esplendor del mundo se ha enriquecido de una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carrera con su vientre ornado de gruesas tuberías, parecidas a serpientes de aliento explosivo y furioso… un automóvil que parece correr sobre la metralla es más hermoso que la Victoria de Samotracia”.

Así las cosas, ¡humana, demasiado humana!, es esa fuerza trascendente imprimida en el Hombre que nos empuja a perseguir afanosamente el fantasma de la inmortalidad. Y más allá de las oscuras intenciones eugenésicas y maltusianas que pueda haber detrás del debate transhumanista, lo preocupante es el proyecto de mutación antropológica que pretenden los señores del mundo. De llegar a disponer de los avances tecnocientíficos para abolir el sufrimiento humano, pondrían punto y final a la especie humana tal y como la conocemos.

Nos acercamos a pasos agigantados hacia una patología social basada en la incapacidad absoluta de sentir el sufrimiento ajeno como propio, basada en la agonía de la empatía (pathos), que a su vez se cimenta en la inversión ontológica del "Nada de lo humano me es ajeno" (Homo sum, humani nihil a me alienum puto) de Terencio.

No puedo más que mostrar mi admiración por las brillantes y proféticas palabras de Gilbert K. Chesterton, quien al poco de la publicación del Manifiesto futurista, salió al paso de Marinetti y sus seguidores: "a los guerreros del pasado les gustaban los torneos, que al menos eran peligrosos para ellos mismos, mientras que a los futuristas les gustan los coches de carreras, que sobre todo son alarmantes para los demás". Los defensores y promotores del transhumanismo parecen disfrutar de la velocidad de ese coche de carreras que es hoy la tecnociencia. Y en ocasiones no hay acto más revolucionario que echar el freno de mano de la Historia.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.

  • J
    JAKS

    Hay un párrafo repetido en el texto.
    Por lo demás, muy acertado el análisis. El ser humano, único ser vivo consciente de su mortalidad, insiste en obviarla cual avestruz en lugar de incorporarla con naturalidad en su día a día.

  • C
    Carlos1

    Hay frases repetidas en el texto.

    Miedo a la muerte y el sufrimiento vs miedo al cambio.