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Cultura

Batallas culturales

La cruzada de las series de Netflix contra los judíos

El gigante de contenidos audiovisuales parece empeñado en desprestigiar a los judíos y al sentimiento religioso en general

A Juan Manuel de Prada, amigo de la familia en momentos difíciles.

En los últimos tiempos, el catálogo de Netflix ha consolidado un nuevo género: la crítica a las comunidades religiosas judías. Desde el documental estadounidense One Of Us (2017) o la película suiza El despertar de Motti Wolkenbruch (2018), hasta la serie israelí Shtisel (2018) o la serie alemana Unorthodox (2020), la fórmula es siempre la misma: un individuo (o grupo de individuos) huye de las duras exigencias del judaísmo ultra-ortodoxo.

O más bien del judaísmo ortodoxo, ya que el prefijo 'ultra' no es más que un desprecio (igual que en 'ultra-izquierda' o 'ultra-derecha'). ¿Y qué es la ortodoxia judía? Cumplir la ley religiosa halajá, participar en las oraciones de la sinagoga, diez festividades y siete ayunos anuales, el descanso en los sábados (sabat), comer solamente alimentos permitidos (kosher), casarse con una pareja ortodoxa y tener mucha descendencia.

Todas las religiones tienen ramas más ortodoxas: aquellas que insisten en pensar y actuar conforme a su Tradición, frente a esa manía moderna que es la innovación, algo excelente en lo técnico o lo médico, pero improductivo en lo espiritual (pues, por mucho que pasen los siglos, el bien sigue siendo bueno, la verdad sigue siendo verdadera y la belleza sigue siendo bella). Ejemplos de ortodoxia religiosa son, en el cristianismo de Europa Oriental, la pravoslavie (= correcta glorificación); en el mundo islámico están los suníes (= costumbres del Profeta), en el hinduísmo está la sanatana-dharma (= tradiciones eternas)… Aunque Netflix ha escogido el judaísmo como blanco de sus críticas (por ser la religión occidental más antigua y estricta), el ataque se dirige contra toda ortodoxia religiosa en general.

En principio, no habría nada de malo en criticar a los judíos ortodoxos por sus excesos de disciplina o hipocresía (vicios que aparecen en cualquier lugar con normas). De hecho, hace más de dos mil años, Cristo ya les reprochaba a los judíos prestar más atención a ritos y sacrificios que a sus corazones, escondiendo la podredumbre interior con una fachada blanqueada. También los budistas rechazaron la rigidez del sistema de castas hindú, o los sijíes afearon a los musulmanes la estrechez de su monoteísmo. Pero la crítica de Netflix es diferente: no se hace desde una espiritualidad más profunda y generosa, sino desde el más absoluto nihilismo, relativismo y materialismo. En definitiva, no se hace desde la Tradición, sino desde la Modernidad.

¿Y qué es la Tradición? Para los occidentales, es la comunidad de ideas que toma forma con Sócrates y tiene su culmen con Tomás de Aquino (MacIntyre). ¿Y la Modernidad, qué es? Es la ruptura radical con aquella comunidad (Baudelaire), es el sentimiento de superioridad frente a cualquier pasado (Perrault), es una visión calculadora y desencantada del mundo (Weber) y, sobre todo, es el triunfo del capitalismo (Marx). Y el conflicto de la Modernidad Capitalista con la Comunidad Tradicional tiene su escenificación más brutal en Netflix, con el reality show del verano titulado Una vida nada ortodoxa.

Los sesgos de Netflix

El reality citado gira en torno a Julia Haart y su familia, a quienes llamaremos (para no aprender nombres) el Ex-Marido y el Nuevo Marido, el Hijo Menor y el Hijo Mayor, la Hija Menor y la Hija Mayor (y el Yerno). La sinopsis: a los 43 años, Julia Haart decide huir de Monsey, comunidad judía ortodoxa. Se divorcia y se lleva consigo a sus hijos, en busca de una vida más libre y próspera.

Hasta aquí, estaríamos ante otra producción de Netflix sobre el éxodo urbano como acto empoderador. Así ocurría, por ejemplo, en One of Us: Luzer abandona la parroquia de Boro Park para disfrutar “del sexo, bacon y cine” de Los Angeles. Lo mismo en Unorthodox: la joven Etsy cambia el pequeño barrio judío de Williamsburg por la gran ciudad cosmopolita de Berlín. ¡Y, milagrosamente, las 'luces de la ciudad' le curan la introversión y el vaginismo! Pero el reality de Julia Haart plantea un giro aún más milagroso: emancipada de toda ortodoxia, la Haart asciende meteóricamente en el 'mundo libre' hasta convertirse en la millonaria CEO de Elite World Group, multinacional de la moda. Netflix redobla la seductora apuesta del mundo moderno: ofrecemos baratijas de sex shop y fast food, por descontado, pero también tienes el American Dream de enriquecerte sin límites.

El mundo moderno nos exige cambiar el confesionario por el vertedero emocional de Twitter

Y para ello, el único requisito sería desprenderse de toda restricción religiosa o moral. Haart cuenta que la clave del éxito fue abandonar el uso ortodoxo de la ropa (es decir, cubrirse a uno mismo y expresar pertenencia grupal) y abrazar el concepto capitalista de la ropa: destape y expresión individualista. Como premio a este simple cambio, llegaron los millones de monedas de plata. Y el mismo consejo le da al Hijo Mayor y a la Hija Mayor: os haréis ricos si cambiáis el humilde estudio de la Torá por el lucrativo estudio del derecho mercantil, y si cambiáis el baile litúrgico del Hava Nagila por las coreografías en TikTok.

A lo largo del reality, comprobamos que la Modernidad es también una ortodoxia (con sus propios ritos y dogmas), pero aún más celosa y opresiva. Haart cambia las 20 horas semanales de oración por 20 horas diarias de trabajo, cambia la fiesta familiar del Sukkos por el ajetreo de la Fashion Week, cambia la shacharit matutina por “empezar el día repitiendo ante un espejo que debo ser una ejecutiva de éxito”. Haart predica su nueva fe con el celo del converso.

Así, el mundo moderno nos exige cambiar el padrenuestro de antes de dormir por un capitulo (o dos) de HBO. El pago del diezmo por la cuota del Spotify. El confesionario por el vertedero emocional de Twitter. La casamentera por el algoritmo de Tinder. La peregrinación a Roma o la Meca por el vuelo barato a Tailandia o Riviera Maya. La devoción al gurú por el seguimiento compulsivo de famosetes en Instagram. La lectio divina por la lectura distraída en Google o Wikipedia. El mandamiento de recibir huéspedes por atender en la puerta al repartidor de Amazon.

Gran parte de la moderna ortodoxia tiene que ver con las plataformas de economía digital; de ahí la beligerancia de Netflix en esta guerra de sustitución.

Camino de pocos, laberinto de muchos

Atraída por la sencilla receta ('abandona la fe y hazte rico'), una joven judía se acerca a los Haart en el episodio 5. Se trata de Sara, que está pensando en abandonar el judaísmo ortodoxo. “Quiero llegar a ser como Julia Haart”. Ella viene en busca de una red de apoyo personal, de buenos consejos y quizás de una ayuda económica. En cambio, Julia Haart la provée únicamente de una camiseta ombliguera, mechas doradas, mucho maquillaje y un consolador. Pero (¡oh sorpresa!) algo falla en el plan: Sara no se convierte en una CEO. Ni siquiera vuelve a aparecer en la serie. La joven Sara (tímida, gordita y pobre) no puede replicar el éxito de Haart, que tiene que ver con sus buenas habilidades sociales, su atractivo físico y (sobre todo) con venir de familia rica.

Imaginamos que Sara habrá sido arrojada a las fauces llameantes del Moloch de la Modernidad, como tantos dreamers y entrepreneurs que acaban quemados como combustible espacial para Jeff Bezos. Esta es la trampa del American Dream: para que les funcione al 1%, es necesario que el 99% fracase.Y además, ese 1% (en el 99% de los casos) tiene las cartas marcadas desde el principio. Una rápida investigación en Internet revela que Julia Haart ya era económicamente privilegiada entre su comunidad ortodoxa. Desde pequeña tuvo educación privada en Austin (Texas). Y el Ex-Marido era un graduado en la escuela de negocios Wharton.

Pese a todo, Haart definía su matrimonio “como una prisión”, así que abandonó la comunidad ortodoxa de Monsey para ser nombrada CEO… al casarse con el propietario de la empresa. El Nuevo Marido es el magnate Silvio Scaglia (juzgado en Italia por sus relaciones con la mafia). Esto último no lo cuenta Netflix, para que Haart presente su escalada en la moda como una historia feminista de 'mujer hecha a sí misma'. Es feminismo del que describió Chesterton: afirmar que la mujer es esclava cuando ayuda a su marido, pero es libre cuando sirve a su jefe.

La falacia de Lucifer

La historia de Haart no es de emancipación sino de depredación. Al principio, abandonó Monsey abruptamente, con la Hija Mayor recién casada y dejando atrás al Hijo Menor (siete añitos). Pero, en los años siguientes, con el dinero necesario, obtuvo la plena custodia de la Hija Menor y la custodia compartida del Hijo Menor, y compró la presencia del Hijo Mayor y la Hija Mayor (y el Yerno) a cambio de ofrecerles puestos en su empresa. En sus regresos a Monsey, Haart sigue intentando sacar de allí al Hijo Menor, a la joven Sara y a cualquiera que se le cruce.

La naturaleza de la Modernidad es libertaria con quien la acata, pero totalitaria con quien no

La trama que se nos presentó como una 'fuga de la prisión' es más bien un 'asedio a la fortaleza'. Es la Historia del mundo moderno: la burguesía no pretendía liberarse de clero y aristocracia para comerciar pacíficamente, sino para imponer su orden mercantil en todas partes, incluyendo templos y castillos.

Para que la victoria de Haart sea plena, no basta con extraer de Monsey a sus habitantes, sino que ha de extraer de ellos cualquier huella de Monsey. Intenta convencer al Hijo Mayor de que abandone el reposo de sabat y se vaya de Saturday night a ligar. Le pide al Hijo Menor que dedique más tiempo a ver televisión y escuchar la MTV. Anima a la Hija Menor a vestir más provocativamente en su primera cita con un desconocido. E incluso le propone a su Hija Mayor que se divorcie del Yerno por ser demasiado conservador.

Haart no se comporta como una 'madre liberal', sino como una pésima consejera y una activista de la irresponsabilidad. Se nota que no busca la libertad de los suyos, sino la guerra absoluta contra la religión, aún a costa de los suyos. La naturaleza de la Modernidad es libertaria con quien la acata, pero totalitaria con quien no. Cuando el Hijo Menor manifiesta su deseo de dejarse de novietas y comenzar el estudio religioso, la Haart le arregla una cita sorpresa con una niña y le matricula en un centro laico.

La justificación de Haart siempre es la misma: “yo quiero que exploren todas las posibilidades y luego decidan”. Esta es la clásica falacia de Lucifer: el ángel caído nos insta a probar el fruto del Bien y del Mal. El 'truco' está en que adentrarse en el Mal mina automáticamente la capacidad de discernir y preferir el Bien. Ya no vuelve a ser manso el animal que prueba la sangre. El que se ha hecho adicto ya no juzga imparcialmente. De la misma forma, la conciencia del sujeto moderno está anulada bajo la exposición constante a la violencia gráfica, el abuso de diversas tecnologías y sustancias, el consumo de pornografía…

Julia Haart termina la conversación con el Hijo Menor tirando de autoridad temporal: “yo tengo 49 años y tú solo tienes 14”. Esta frase proviene de la misma Haart que afirma que la tradición ortodoxa no es respetable solo por ser antigua. Tras la charla, Haart habla el tema con la Hija Menor, su mejor discípula. La Hija Menor, activista poliamorosa, suele quejarse de que en Monsey trataban su bisexualidad como una mera fase temporal. En esta ocasión, la Hija Menor consuela así a su madre: “no te preocupes por la religiosidad de mi hermanito, seguro que es solo una fase”. Bastan estas dos citas como ejemplo de la hipócrita mentalidad moderna, dispuesta (como un lobo) a morder la mano que le dio de comer.

La Tradición como Cordero

Un buen día, la Hija Menor se atreve con otro gesto 'subversivo', cambiándose el apellido paterno por el de Haart. Madre e Hija Menor deciden ir a Monsey a comunicarle la decisión al Ex-Marido. La Hija Menor se dispone a vestirse conforme a las normas de Monsey, pero Julia Haart, asomándose por su espalda como un diablillo posado en su hombro, le sugiere ir en camisetilla y jeans ajustados. Ni siquiera la Hija Menor, provocadora nata, ve la necesidad de entrar en la comunidad violando sus normas, pero Julia la acaba convenciendo.

Sin pretenderlo, Netflix evidencia que la Tradición es, ante todo, el querer incondicionalmente

Una vez en Monsey, Julia le anuncia a la Hija Menor “prepárate para que todos te miren, por ir en pantalones”. Y, cual profecía autocumplida, todos les miran. Pero ocurre, más bien, porque la Haart se pasea por la aldea “vestida en verde chillón, tacones de veinte centímetros y con las tetas fuera” (en palabras de su socio) y, sobre todo, porque irrumpe con un cochazo Bentley rojo y un séquito de camarógrafos. “Odio venir a este lugar”, se lamenta la Haart, apenas disimulando su regocijo en la provocación. La 'libertad' de la Modernidad tiene mucho que ver con la esclavitud de siempre escandalizar a los demás, de desgastarse embistiendo cada tabú, de trasgredir permanentemente para estar 'a la última'.

Finalmente, la Hija Menor le comunica al Ex-Marido su decisión de renunciar al apellido de él. Ella se prepara para una reacción airada, pero él la abraza y le dice lo orgulloso que está de ser su padre, sean cuales sean sus decisiones. A medida que la serie intenta 'poner en apuros' a los personajes ortodoxos, una incómoda verdad se va revelando. Cuanto más aumenta la ferocidad moderna de Haart y la Hija Menor, más se encuentran con la amorosa resignación de los más ortodoxos.

Así ocurre también cuando la Hija Mayor le anuncia a su esposo (el Yerno, que también mantiene la fe ortodoxa) sus intenciones de vestir 'a la moda' y de posponer indefinidamente la maternidad. El Yerno lo acata todo, luchando contra sus propias convicciones por amor hacia ella. Lo mismo tras la agresiva discusión de la Haart contra su religioso Hijo Menor: éste le envía un mensaje al móvil diciendo que la quiere como es, independientemente de su identidad religiosa o atea.

La serie Unorthodox (2020) tenía un final semejante. Cuando la joven Esty huye a Berlín, su marido ortodoxo cruza el océano para buscarla y pedirle que se quede con él. Le ofrece renunciar a toda creencia que la incomode, cortándose allí mismo sus sagradísimos tirabuzones. Ella le rechaza, “es demasiado tarde” (¡qué son seis años de matrimonio cuando ya lleva seis días de moderneo berlinés!).

Sin pretenderlo, Netflix evidencia que la Tradición es, ante todo, el querer incondicionalmente. Y la Modernidad es su enemigo declarado. La cruzada de Netflix contra el judaísmo es una cruzada contra todas las religiones. Y la cruzada contra todas las religiones es una cruzada contra el amor.

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