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Cultura

The Roots: una clase magistral de música negra para la generación ‘trap’

No se vieron traperos (músicos de trap) en los jardines del Botánico de Madrid, pero hubiera sido interesante observar las reacciones de Yung Beef, C. Tangana y Pimp Flaco ante las dos horas de rodillo musical de unos cincuentones o casi cincuentones que crecieron en la era dorada del hip-hop. Asistir a un concierto de The Roots es sobre todo una fiesta, pero también tiene algo de lección magistral sobre las mutaciones y declinaciones de la música negra en el cambio de milenio.

Un ejemplo: la extensa banda (ocho miembros), cien por cien engrasada, es capaz de pasar de un fragmento de “My favourite things” (‘Sonrisas y lágrimas’) a un solo de guitarra estilo Jimi Hendrix en apenas diez segundos. Combinando fluidez y un conocimiento enciclopédico de la música negra, pasan del jazz al rap y del soul al funk, de los toques disco a los recursos pop-rock, sin perder nunca el relato rítmico. A veces suenan como una gozosa verbena, otras son un recordatorio del poder intimidante que tuvo la música afroamericana en tiempos del 'black power' o en la etapa gloriosa del hip-hop en los guetos, durante la epidemia de ‘crack’ de años los ochenta y noventa.

El concierto resumió el placer y las angustias de la comunidad negra estadounidense en los años en que el hip-hop se convirtió en su principal vehículo expresivo

Hoy gran parte de los raperos actúan solo con un discjockey o un señor con un portátil y riman sobre suspropia voz grabada, para maquillar sus limitaciones vocales o para hacer playback cuando les apetezca. Yung Beef y C. Tangana incluso presumen de esta práctica. Por eso resulta realmente impresionante ver a Black Thought rimar durante dos horas sin rapero de apoyo, sin perder nunca el aliento y contagiando cada palabra. Su voz suena rotunda y fibrosa, sin perder el punto de calidez necesario para contar historias sobre la vulnerabilidad humana en situaciones extremas. Muy pocos grupos pueden darte lo que ellos, solo pueden compararse a otros clásicos como Erykha Badu, Common y los desaparecidos Gnarls Barkley.

Máquina musical

Questlove?, el batería, sigue siendo uno de los mejores que podamos disfrutar sobre un escenario. Más que concentrarse para tocar, parece que su técnica sea relajar el cuerpo y dejar que toda la música que ha escuchado en su vida (toneladas de la mejor) fluya a través de él. Cuarenta y ocho años y va sobrado con las baquetas, disfrutando más que los fans de primera fila. Sus pulso sostiene el entramado sobre el que flotan la voz, la guitarra, el saxo y ese trombón que es como un pedal de ‘turbo’ para acelerar la intensidad.

“Creo que, en esta vida, nunca llegamos a saber del todo quiénes somos, por eso necesitamos la memoria para saber de dónde venimos”, soltó Black Thought antes de zambullirse en una impresionante ‘medley’ de clásicos del hip-hop. Sonaron fragmentos de himnos de Outkast, A Tribe Called Quest, Jay-Z, Mobb Deep, Lil’ Wayne, Big Pun y Wu Tang-Clan, entre otros. Una viaje por las avenidas de la memoria, que suelen decir los raperos. Fue un resumen del placer y las angustias de la comunidad negra estadounidense en los años en que el hip-hop se convirtió en su principal vehículo expresivo. En España apenas tocan raperos con enjundia, así que esto sirve como premio de consolación y a la vez un menú de lo que nos perdemos. Seguramente nuestra escasa cultura hiphopera sea lo que hace que recibamos el trap con más entusiasmo del que merece.

¿Nos gusta la música negra?

El año pasado, la crítica musical madrileña se deshizo en hipérboles ante el concierto de David Byrne en el Botánico, un recital de pop hípster neoyorquino con decoración latina o africana. Un amigo, fan de Byrne como yo, describió el espectáculo como “Emidio Tucci en las batucadas”. El repertorio del ex Talking Heads, en ocasiones brillante, es el reflejo de la clase alta “progre” de la Costa Este, cosmopolitas con buen nivel idea renta interesados en la diversidad multicultural. Justo lo que en España pasa por música elevada, más por un impulso aspiracional que por un análisis cultural.

Por desgracia, no leeremos muchas reseñas sobre el concierto de The Roots porque la vida cotidiana de la gente de barrio apenas interesa a las secciones de Cultura. Lo importante es que salimos todos rebosando energía, con los acordes de “Move On Up” (Curtis Mayfield) retumbando en la cabeza. Parece increíble lo que nos cuesta conectar con la música negra cuando la tradición popular de nuestro país está empapada de ella, tal y como explica Santiago Auserón en su ensayo ya clásico ‘El ritmo perdido. Sobre el influjo negro en la canción española’ (2012).

Un ciclo para cuidar

En la información sobre The Roots en la página web del Botánico se anunciaba que este fue el primer concierto del grupo en la capital. El dato es cierto, pero en 2003 tocaron muy cerquita, en el Viajazz de Collado Villalba, atrayendo miles de personas del centro de la ciudad. Aquel fue también un concierto sudoroso y a la vez majestuoso, con una banda que desbordaba energía y dominaba casi cualquier ritmos urbano afrodescendiente del siglo pasado. Esperemos no tener que esperar otros dieciséis años para que vuelvan a visitarnos.

Hay que felicitar al Botánico por lo bien organizados que están su conciertos, por el sonido siempre perfecto y por el criterio a la hora de seleccionar. Lo único que no estuvo a la altura de la noche fueron Tank & The Bangas, un grupo de Nueva Orleans que apuesta por el eclecticismo colorista y juguetón y se queda a medio camino de todo lo que intenta. Un sopor en toda regla, aunque seguramente pintones para universitarios multiculturales interesados en la diversidad como valor supremo. Su canción estrella, aburrida como ella sola, habla de quedarse en casa a relajarse y ver series de Netflix. Hacer buena música de baile exige pisar la calle.

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