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Cultura

Rodrigo Cortés: "El amor es siempre un camino de renuncia"

El director de 'Buried' o 'Luces rojas' se introduce en la vida cultural del gueto de Varsovia en su nueva película, 'El amor en su lugar'

Rodrigo Cortés narra una historia de amor y supervivencia en su nueva película, El amor en su lugar, un viaje al gueto de Varsovia en 1942 que llega a los cines este viernes 3 de diciembre después de su presentación en la pasada edición del Festival de Sevilla, y tras un rodaje casi secreto con el que quiso evitar el ruido asociado a las noticias sobre el mundo cinematográfico.

El director de Buried y Luces rojas y el coguionista de esta cinta, el escritor alemán David Safier, centran la acción en el teatro Fémina, donde un grupo de actores judíos interpretan una comedia musical para olvidar lo que ocurre más allá del alto muro de ladrillos. Al mismo tiempo, y mientras los espectadores se evaden de la realidad, los actores se enfrentan a un dilema ante la posibilidad de fugarse de allí. La supervivencia, la cultura, el sacrificio, el amor y la posibilidad de la belleza forman en esta película un combinado exquisito, sobre el que el cineasta ha hablado con Vozpópuli ante su inminente llegada a las salas.

Pregunta: ¿Qué le llevó hasta Varsovia? ¿Cuál fue el origen de su curiosidad?

Respuesta: El coguionista, David Safier, descubrió la obra original y pergeñó un primer borrador con la historia de un grupo de actores que debían representarla mientras tomaban una decisión a vida o muerte antes del toque de queda en una noche cualquiera antes de 1942. Me puse a investigar sobre la vida del gueto y decidí leer material escrito exclusivamente dentro del gueto entre el 1941 y 1945. La Segunda Guerra Mundial se ha literaturizado mucho con el tiempo y se ha limpiado mucho narrativamente, pero lo que se vivía esos días era confusión pura. El gueto no era un campo de concentración sino una sociedad muy compleja, hacinada y muy jerarquizada, en la que la gente trataba de seguir haciendo en la medida de lo posible lo que hacía antes: el que era zapatero seguía arreglando zapatos y el que era guitarrista trataba de tocar en un café. Me agarré a la sombra magnánima de Billy Wilder para escribir el guion y llegué a la versión definitiva.

P: La protagonista, minutos después de someterse a un control de los nazis corre para llegar a tiempo a la obra de teatro que protagoniza. ¿Te llamó la atención este contraste?

R: A la vez era su realidad. Había gente extremadamente rica que tenía acceso incluso a carne y material de contrabando, al igual que había gente extremadamente pobre que moría congelada en mitad de la noche y no le importaba a nadie, pasaban por encima de sus cadáveres, que se retiraban un par de veces al día. Estaban entumecidos ante determinada realidad que en realidad era la suya. El ser humano se adapta a cualquier circunstancia por terrible que sea y trata de recordar que sigue vivo, y esa es la fuerza de la creación, que no es que responsa a una misión sagrada, sino que simplemente es inevitable, un pulso humano que se abre paso en cualquier situación.

Al igual que le encendí una vela a Hitchcock cuando hice Buried, en esta ocasión se la encendí a Billy Wilder, precisamente por su pesimismo divertido y por su fatalismo lúcido y a la vez tan lleno de romanticismo", ha señalado el director

P: El humor se convierte aquí en un salvavidas.

R: En el fondo es casi semilla del espíritu que habita el resto de la historia y esa es la razón por la que, al igual que le encendí una vela a Hitchcock cuando hice Buried, en esta ocasión se la encendí a Billy Wilder, precisamente por su pesimismo divertido y por su fatalismo lúcido y a la vez tan lleno de romanticismo. Era un gran romántico no confeso: descreía de la humanidad pero siempre creyó en el amor. El humor es lo que consigue que los propios habitantes del gueto que acuden a ese teatro vean suavizadas sus vidas durante hora y media. Lo más extraordinario de esta obra, que existió de verdad y que se representó durante cuatro semanas en el invierno de 1942, es que hablaba de la propia vida en el gueto, del hacinamiento, de la enfermedad, de la muerte, de la corrupción de algunos miembros del Judenrat, de la violencia de la policía judía. Permitía que todos contemplaran su propia vida desde un ángulo diferente.

P: Tal y como se ve en la película, la cultura en aquel momento podía tener como respuesta represalias. ¿Es hoy el humor diana de críticas? ¿Es arriesgado?

R: El humor siempre ha sido diana y siempre ha sido escudo, y eso no ha cambiado con el tiempo. Siempre decimos que hoy en día no se habría podido hacer y mencionamos un título cualquiera -La vida de Brian, por ejemplo- olvidando que en aquella época tampoco se podía hacer, también era una flor entre las grietas. El humor tiene ese carácter necesariamente destructor del que desconfía siempre quien tiene el poder, pero es a la vez inevitable, porque es una mirada de distancia y de indulgencia y a la vez corrosiva propiamente humana que permite descomponer la realidad y convertirla en algo tolerable. Cuando el ser humano deja de tomarse en serio tiene siempre una oportunidad.

P: El amor en su lugar muestra que la cultura no da calor, no alimenta ni calma la sed. ¿Por qué es importante?

R: Probablemente porque es inevitable y, por lo tanto, no hace falta hacerla importante, porque sea el modo en que el ser humano se expresa. Si diez personas acaban en una isla desierta, más vale que una sepa cómo cultivar y que otra sepa cómo guarecernos bajo un chamizo, pero va a haber un gracioso, alguien que sepa silbar o alguien que cante. Es la forma que tenemos de acceder a zonas de nosotros que no son racionales y que por lo visto nos completan.

Cuando hablamos del pasado tendemos a idealizarlo y poetizarlo imaginando condiciones que jamás existieron, porque siempre fue duro, y más en un arte tan caro como el cine", afirma Rodrigo Cortés

P: Hay un ansia por salvar a los jóvenes. ¿Se puede extrapolar a la actualidad? ¿Necesitan los jóvenes menos rechazo y más comprensión?

R: Se me da mal determinar qué es lo que necesita nadie. Prefiero hablar de personajes contradictorios y ambivalentes que a menudo quieren cosas excluyentes a la vez, porque eso es lo que nos define también, estamos hechos de contradicciones. Procuro que algo no encierre de forma explícita un mensaje, que no se reduzca a una fórmula, sino que uno se vea sometido a determinados estímulos y que eso resuene con la propia forma de morar. Que la película no acabe cuando acaba, sino que continúe cuando desfilan los títulos de crédito. Lo que creo es que el amor, el verdadero, el que plantea la película, es siempre un camino de renuncia y de sacrificio, porque pone al otro por delante y es por tanto siempre desinteresado. Cuando en la película se pregunta qué estaría dispuesto uno a hacer por amor, el significado siempre es qué estaría uno dispuesto a sacrificar.

P: El cineasta Víctor Erice señaló el otro día que las películas hoy en día "no nacen libre ni iguales" y señaló que "se ha balizado desde las propias corporaciones qué se debe hacer y cómo". ¿Estás de acuerdo?

R: La creación siempre ha estado sometida a esa dialéctica de intereses y el estado natural de una película es siempre que no exista. El acto de creación es casi siempre una improbabilidad estadística. Casi todo es el resultado de un millar de intereses contrapuestos que crean un equilibrio muy precario, que casi nunca es el idóneo, pero que es el caldo de cultivo en el que a cada generación le toca crear. Tengo la impresión de que el tablero es el que es y no se discute. Nos corresponde hacer la mejor jugada posible. Cuando hablamos del pasado tendemos a idealizarlo y poetizarlo imaginando condiciones que jamás existieron, porque siempre fue duro, y más en un arte tan caro como el cine, en el que cualquier inversor buscan garantías que, por otro lado, no son posibles. Pero creo que siempre hay una grieta en el muro, siempre es posible, y de eso habla la película: por densas que sean las tinieblas siempre alguien encenderá una cerilla en alguna parte.

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